La paguita (soluciones de compromiso para resolver las contradicciones del capitalismo actual) / Quique Gómez


Por Quique Gómez

     Este es uno de esos temas en los que dos antagonistas político-sociales pueden llegar a la misma respuesta desde posiciones ideológicas diametralmente opuestas.

     El capitalismo moderno, respondiendo a su modelo caótico, está en plena contradicción, como siempre, pero hoy de una manera mucho más acusada.

    Tras la caída del muro de Berlín y del imperio soviético no hubo desfiles militares, ya que veníamos de una guerra no declarada, pero si hubo cobro del botín; éste se sustanció con una crisis prefabricada, previsible, en la que la conjunción de la sobrevaloración de beneficios inmobiliarios de alto riesgo y la propia estructura especulativa del sistema, estallaron en una tormenta bursatil perfecta. Una vez más, el concepto neoliberal de «los beneficios son privados y las pérdidas públicas» se impuso.

    Los gobiernos, que habían regalado su parte del reparto monetario-económico centralizado a la banca, para que especulara con ella, salían en defensa de la quiebra financiera a costa del sufrimiento del sector público.

    Lo cierto es que lo que venía era un cambio de paradigma económico y laboral.

   Entretanto la socialdemocracia era un fantasma sin rumbo ni objetivos.

    Su papel mediador entre las masas trabajadoras y los poderes económicos dejaba de tener utilidad.

   Ya nadie podía empujar en dirección  Este el rumbo de la política nacional.

  Ya no había comunistas.

   Se procedía al desmontaje de una clase-colchón, creada durante la guerra fría como elemento propagandístico del bando occidental, la clase media se iba por el sumidero de la Historia.

   Se crea un precariado laboral para sustituirla, un proletariado desunido, desconcienciado y abandonado por sindicatos y gobiernos ( incluso de izquierdas).
Las empresas no quieren convenios colectivos.

   Amparándose, o mejor dicho excusándose, con la crisis, cambian los modelos de contratación. Temporalidad, sueldos bajos, precariedad laboral y social que dan un trabajo tan mal pagado que se crea la nueva figura: el trabajador pobre, que no llega a fin de mes.

    Unido todo esto a la revolución tecnológica-digital(robótica e inteligencia artificial), el huracán que cae sobre el mundo laboral es tan tremendo, que los propios propiciadores de estos males se asustan ante las consecuencias sociales y económicas que inevitablemente se van encadenando.

    La pandemia solo ha profundizado y resaltado ésta situación que ya venía produciéndose desde la crisis de 2008.

El sistema capitalista cae en crisis cíclicamente.

    Los mercados son un sistema irracional de producción, no son sostenibles, crean sobreproducción y, desde la implantación de la economía puramente especulativa (sin patrón oro o de ningún otro tipo) estas crisis se producen sin motivos reales aparentes, incluso a demanda de los beneficiados por las mismas, como la del 2008.

   La ideología marxista que subyacía tras los programas de los partidos democráticos de izquierdas, era la base para entender la perversión de un sistema cuyo fundamento, la desigualdad social, era la esperanza del revolucionario: el sistema caería por sí mismo, dadas sus contradicciones.

    Una gran crisis movería a las masas a cambiar su injusta realidad por un sistema basado en el reparto igualitario de la riqueza, en la administración de los bienes, sin el fetichismo de la mercancía, especulador, del capitalismo, valorando por fin ,en su justa medida, el esfuerzo y el trabajo colectivos.

   Pero todo esto forma parte del pasado, hubo sociedades en las que este mundo, este nuevo modelo, se implantó… y fracasó.

   De ahí la idea del fin de la historia, una idea incorrecta, pero con una base lógica desde el punto de vista histórico.

   Así pues, la izquierda, viendo la deriva de los acontecimientos, echa  mano del «ingreso mínimo vital», la versión nacional del «ingreso universal» propugnado por muchos economistas innovadores, como respuesta al cada vez más desigual reparto de la riqueza.

    Tras la última crisis, ya no existe una pirámide social, hay una larga línea baja que en los centímetros finales sube vertiginosamente hasta salirse de la tabla; la concentración de los recursos económicos nunca había sido tan desequilibrada.

   Sin embargo, el capitalista de base, el de la economía real, necesita trabajadores, precarios y mal pagados sí, pero que sobrevivan para poder seguir generando plusvalías y ,sobre todo, que consuman los productos que sus fábricas sacan al mercado.

   La solución, por tanto, una vez abandonadas las veleidades revolucionarias del pasado por esta sociedad adocenada y sus partidos domesticados, es la ideal para las dos partes, lo que se podría llamar una «solución interclasista»( me recuerda a alguna otra reivindicación convertida en Ley cuya consecución venía con trampa, me refiero, claro,  a la Ley de Amnistía).

    En este caso, una medida aparentemente humanitaria, igualadora, deja el injusto reparto de la riqueza parcialmente solucionado, pero… el Estado dará lo que el empresariado niega.

     Estos  ganan porque asientan su política de precarización gracias al dinero público y así se aseguran de seguir teniendo al trabajador precarizado pero consumiendo.

    Ojalá está medida fuera, como afirma la extrema derecha, un signo de comunistización de la política, si así sucediera podría ser una esperanza de que la sociedad va a tender a repartir más igualitariamente la riqueza, y no la muestra más clara de que se vuelven a hacer públicos los déficits de este sistema radicalmente injusto, en el que la sociedad mundial está inmersa.

Los beneficios siguen siendo privados.

    En conclusión, ésta medida viene a paliar situaciones de auténtica emergencia social, la agradecerán muchas familias con una situación económica desesperada, pero, al mismo tiempo, también servirá para afianzar un sistema económico que ha demostrado ser tan inútil para el beneficio de la humanidad, como aquel que desapareció con la caída del muro, pero siendo además, profundamente más injusto.

    En todo caso, no perdamos la esperanza.

   Por el camino actual destruiremos el ecosistema climático y social.

   Si unos se dan cuenta de que eso acabará con su negocio y otros de que acabará con su vida y la  de los detentadores de la riqueza, quizás, nos entre un poquito de racionalidad a todos y no nos aboquemos al suicidio colectivo.

  En algo hay que creer.

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