Operamía: Pena de muerte


Por Miguel Ángel YUSTA

     La ópera no debe ser sinónimo, para el público que no la frecuenta, de espectáculo antiguo y anquilosado. Primero porque el rico repertorio clásico es una maravilla que es preciso conocer para comprender y amar, desde las primeras óperas de Monteverdi a los clásicos títulos de Verdi o Puccini y las enormes obras de Wagner.

     Pero también hay ópera contemporánea que se sigue produciendo y representando en los escenarios de todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos. Prolijo sería enumerar en un breve artículo -que apenas pretende acercar al lector más reticente al espectáculo musical- la enorme actividad de este mundo lírico en constante movimiento evolutivo y creativo y que se renueva más de lo que parece, aunque a veces sea difícil penetrar en cierto sector de público más conservador. Unos ejemplos cercanos son la ópera sobre nuestra María Moliner, de Antoni Parera y Lucía Vilanova, que pudimos ver en Madrid hace un par de años y Los Amantes, de Javier Navarrete, basada en textos medievales y representada con éxito en Teruel.

  El Teatro Real, bajo la dirección artística de Joan Matabosch, ha apostado fuerte por este camino de renovación, sin renunciar al repertorio clásico, y acaba de estrenar en España la ópera Dead man walking, con música de Jake Heggie y libreto del veterano dramaturgo Terrence McNally. Estrenada en San Francisco el año 2000 y basada en la obra homónima de la hermana Helen Prejean -que a su vez relata un hecho real- publicada en 1995, ya fue llevada a la pantalla grande con enorme éxito en ese mismo año, dirigida por Tim Robbins e interpretada por Susan Sarandon (Oscar mejor actriz 1995) y Sean Penn, titulandose en España Pena de muerte. 

   La representación es impactante, viva, directa y potente. La he visto y escuchado impresionado por su realismo y belleza musical y escénica. Una ópera de hoy con un tema de hoy, debatido y controvertido. La obra cuenta el inquietante y convulso camino de acercamiento de la hermana Prejean (que asistió al estreno madrileño) a un condenado a muerte al que acompaña y ampara desde el convencimiento de que su arrepentimiento le ayudará a encontrar la paz interior. (Fantástica la producción y las interpretaciones de todo el numeroso elenco destacando, en las voces, las de la mezzosoprano Joyce DiDonato y el barítono Michael Mayes en los difíciles papeles protagonistas).

   No podemos extendernos más en estas líneas, aunque queremos dejar constancia de que la ópera sigue descubriendo caminos nuevos, siendo un vehículo imprescindible de formación cultural. No es, pues, solamente un recorrido por las obras de siglos pasados, aunque  conformen la base y fundamento del espectáculo, sino que determinados teatros de ópera están apostando por obras del siglo veinte y veintiuno  que implican  riesgo, pero también necesaria evolución, y que es necesario hacer llegar al público sobre todo en España.

   Una renovación de calidad (esperamos en el Real con impaciencia Street Scene, de Kurt Weill, Gloriana de Britten y, sobre todo, el estreno en España de Die Soldaten de Zimmermann) ha de hacer reflexionar y cambiar al nuevo público ciertos clichés mentales sobre el maravilloso mundo de la ópera.

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