Por Sara Muñoz Rando
Maños y gatos, celebramos brindando por Javier Macipe y Antón Álvarez; payos y gitanos por Mauricio Aznar y Yerai Cortés.
El reconocimiento goyesco se desborda entre la juventud creadora: La estrella azul y La guitarra flamenca de Yerai Cortés se unen por el éxito en la trigésimo novena edición de los Premios Anuales de la Academia. Por si uno sabía a poco, dos cabezones han sido entregados a cada una de estas obras.
El primer día que vi a Javier Macipe fue en el bar. Nos encontramos cada uno a un lado de la barra. Lo primero que pensé fue: “¿Estará enfermo? Como el zagal bebe únicamente agua del tiempo y no come tortilla…”. En futuras ocasiones me percaté de que no venía solo: contaba con la compañía de una libreta. Continuaba sus venidas donde pasaba las mañanas junto a esa libreta, el agua y su astuta e incansable mirada. En su ojear se veía que residía algo especial, que miraba más allá de lo que veía. Se sentaba en una esquinita, sin molestar a nadie, acompañado de sus páginas y sus pensamientos incesantes.
Cuando pasó un poco más de tiempo, sentí mayor curiosidad por saber qué escribiría tan pensativo, tan absorto, tan observador… No es usual que un ser prácticamente nacido en la era digital no utilice su teléfono móvil durante, no una sino, varias mañanas seguidas. Tuvieron que pasar no más de dos años para descubrir que no tenía el móvil roto, ni estaba enfermo. Lo que estaba creando era algo que no implicaba a la pequeña sino a la gran pantalla. El último día que lo vi fue uno tan cualquiera que nadie lo recuerda, pero ahora muchos contamos que un día lo vimos. Cómo es el éxito, Javier. Antes te dejabas ver, ahora sale caro verte.
El primer día que vi a Antón Álvarez fue en un concierto gratis un verano de 2013 en Jaca. Actuó con Agorazein (con el Manto, el Jerva y el Fabianni) junto al Kaixo y Elecesar. En ese momento era cuando te preguntaban: “¿Eres más de Crema o C. Tangana?”. Algún ababol de cuyo nombre no quiero acordarme no quiso venir al concierto porque “era más de Crema”. Un par de años atrás había salido Agorazein presenta a: C. Tangana y, a pesar de que nadie pidió ninguna canción de Crema, porque todos sabíamos lo que había, al unísono coreamos “Sundays” como berracos y no la quiso cantar. “Qué tío tan caprichoso. De Madrid tenía que ser…” pensé adolescentemente en ese momento. Convivimos en ocasiones posteriores donde yo lo miraba desde la marabunta de los espectadores y él, al contrario que siempre, estaba rodeado de demasiadas mujeres.
Cuando pasó un poco más de tiempo y conciertos, me di cuenta de que lo que parecía su capricho fue lo que lo saco del nido y lo metió en el nicho que él quiso. Lo tenía claro: en Jaca estaba con AGZ, no como solista, no como C. Tangana. El que posteriormente se convertiría en El Madrileño parece conocer que el símbolo se crea a partir de pequeños detalles, hilando fino, así como tejiendo lino. Al haber crecido junto a sus distintos estados (sólido -líquido -gaseoso a.k.a. Crema- C. Tangana- El Madrileño) disfruto viendo cómo ahora digievoluciona un aspecto más para encontrarse con lo que verdaderamente es y todo conforma. Con esta película C. Tangana presenta a: Antón Álvarez. Se podría haber quitado la C., para distinguirse de su etapa anterior, pero conllevaría suprimir la esencia sólida en la que se derritió la Tangana posterior. ¿Antón vuelve o nunca se fue?
Tanto en La estrella azul como en La guitarra flamenca de Yerai Cortés, la música juega un papel más que fundamental. Podríamos considerarla desencadenante, nudo y desenlace de sus obras puesto que el recorrido musical de los protagonistas, Mauricio Aznar y Yerai Cortés, parte y desemboca en las notas que salen de sus manos y bocas. Pepe Lorente, galardonado con Actor Revelación por su papel en dicho filme, es quien encarna al rockero maño Mauricio Aznar en la película. En el caso del segundo, es Yerai Cortés quien protagoniza una historia que parte de algo muy propio, a la cual le da forma junto a Antón Álvarez y Little Spain.
Ambos aúnan dos grandes pasiones relacionando el cine y la música, disciplinas multidimensionales que abarcan desde lo sensorial hasta lo más corpóreo y básico del ser. Algo más que vocación, pasión por la música y mucha madre unen a estas dos películas que han sido galardonadas, además de por estos grandes premios del cine español, por quienes las han visualizado. Si en algo coinciden cada una de las personas a las que escucho o leo hablar sobre estas películas es que no han quedado indiferentes tras su visualización. A quienes hemos tenido el gusto de disfrutarlas, nos han tocado, de una forma u otra, una parte de nuestro ser que no conocíamos que podía ser palpado de tal forma. El orgullo de una madre por quien ha dado la vida y ya no puede vivirla llega más allá de la retina.
La guitarra internacional de Mauricio Aznar o La estrella flamenca, podrían ser los títulos resultantes de la miscelánea de estas obras cinematográficas nacidas de un mismo sino: el barbecho. Ambas creaciones nacen de querer contar algo que ya llevaba tiempo fraguándose, algo que, si te lo cuentan los implicados, se te encoge el pecho, hasta tal punto de no poder dejar de pensar en ello, de comer techo. Alguien ajeno a lo sucedido en la realidad (en este caso Javier y Antón) se inmiscuye en la existencia de una familia, en la historia misma, cruda, intangible que la sacude para dar vida a esto de lo que podemos disfrutar el resto.
“¡Carlos Saura, Carlos Saura, Carlos Saura!” gritan algunos fanses a los que se les aparece todas partes. A ellos les recuerdo que Antón, en el coloquio que dio en los cines de Aragonia el pasado 10 de enero, rechazó abiertamente la presencia de Saura en su filme, así como la madre de Mauricio le dio la negativa como director de la película de su hijo. Lo siento faticos, es más probable que suba el Huesca antes que Saura por aquí aparezca.
Qué gusto que dos chavales que, no juntos, tomaban agua en el Policarpo y actuaban gratis en Jaca, terminen, sí juntos, en los Goya disfrutando por y de sus joyas.
Hay que permitir el paso a las nuevas generaciones y dejar, como decía el Fary, que los chavales camelen.
Flamenco, salud y ¡más birras!