Belleza sin nosotros


Por Jesús Soria Caro

     Belleza sin nosotros, último poemario de Marcos Díez, ya en el mismo título alude a que tal vez el secreto de la belleza anide en mirarla, contemplarla y olvidar nuestro yo: su dolor, su parloteo constante, su deseo de dominar…

…la realidad, de torturar la paz de nuestro ser en los espejos más oscuros de sus dudas, remordimientos, lamentos, deseos.

     La belleza aparece, es como una mujer desnuda que nos pide que seamos como ella, que nos desprendamos de todos los ropajes y desnudos, que seamos uno junto a ella. No debemos pensarla, ni pensarnos, solo estar, en silencio, junto a ella: la vida y su belleza, formar parte de lo mirado, no ser el que mira y piensa, porque al hacerlo se mata esa conexión mágica con lo bello. Belleza sin nosotros también alude a la hija, a lo mágico de dejar descendencia, esa luz que nace en la oscuridad de lo vivido y que, más allá de nuestro final, seguirá brillando con su propio fulgor. El poeta se sabe destinado a dejar de ser. Es consciente de que lo más amado, esa hija plena de esperanza, energía, ese ser que se abre a lo nuevo, seguirá, pero como bien dice el poemario sin nosotros. Otro de los temas centrales es la poesía, de dónde surge, qué nos otorga, a dónde podemos llegar con ella a través de la lectura y la escritura, tal vez a las cavernas de nuestra interioridad, a aquellas zonas que quedan más ocultas, abisales. Tal vez dichas regiones remotas puedan ser alcanzadas con la espeleología de la palabra poética, que sabe bucear más allá de la razón, más allá de las capas aparentes de lo real  Así describía el poeta en una presentación su relación con lo poético: “No siento que deposite en el poema una sabiduría que yo tengo, sino que siento que al escribir es el poema el que me dice cosas que yo no sabía».

    La verdad, lo interno, son como capítulos de un libro secreto que sólo se dejan leer, entregando a cada persona una parte, siendo así ofrecido un pedazo de nuestro secreto a varios interlocutores. Es la verdad dispersada, con muchos has compartido varias partes de esta, son confesiones parceladas, pero nadie conoce realmente toda tu verdad. La poesía es quien otorga al autor la autoconciencia de que somos fragmentos en la mirada de los otros, que nadie observa la totalidad de nuestro yo:

Nadie sabe de mí lo que yo sé

[…]

Y sin embargo todo o casi todo

lo compartí con alguien,

igual que el asesino

que descuartiza un cuerpo que palpita

y reparte los restos entres sus allegados.

Imagino que al menos la cabeza,

tal vez el corazón,

fue a parar a las manos de los que más quería

Aunque no estoy seguro.

Algo quedó en los libros,

quizás lo inconfesable,

oculto entre ficciones

que no dicen de mí. (Díez, 2022: 13-14).

     Esos mismos secretos anidan en quienes fueron tus antecesores. Hay en el interior un templo cerrado, oculto, donde el silencio es la oración de su memoria. Allí sólo puede entrar quien vivió esa vida, su dolor queda en esos muros. Hay verdades que quedan como una oración, encerradas en el alma de quien las vivió.

Ocultan mucho más de lo que te imaginas,

no te haces una idea de lo que desconoces.

No hurgues en sus cajones, no servirá de nada.

 

Te vas a hundir si intentas comprenderlos,

te vas a hundir si los ignoras.

 

Está el agua muy fría, tú vete preparándote.

 

No protestes ni vengas al poema

con tus lamentaciones, ante todo

no les reproches nada.

 

Existe un gran misterio

en todas las familias.

Es algo que se hereda.

 

No sabes quiénes son

ni ellos saben quién eres. (Díez, 2022: 15).

    “Poema” es metaliteratura ya que se tematiza cómo puede surgir la inspiración en la escritura, la poesía es quien entrega la idea, su luz en las sombras del sueño, lo onírico es ese puente de la libertad creativa, más allá de la seguridad de la razón, como afirmaba Goya: “los sueños de la razón engendran monstruos”. Pero estos son los monstruos domables de la creatividad, hay que saber cincelarlos, cual escultor el mármol. El poema contiene una excelente personificación, es la que alude a cómo acude la poesía cuando aparentemente no la buscas, es como la mujer esquiva, a la que se seduce desde la indiferencia.

A la mente callada, cuando tú no lo esperas,

se aproxima el poema. Se acerca sigiloso,

oculto entre la niebla de lo que desconoces.

Conviene no asustarlo. Puedes fingir que duermes

mientras deja su luz sobre tus pensamientos.

 

Es un tenue rescoldo que no aclara la noche

pero ofrece consuelo frente a la oscuridad. (Díez, 2022: 18).

     Hay una energía imperceptible, sólo puede ser vista con los ojos invisibles de la libertad, de lo que nos lleva a los abismos. Este poema tiene ecos románticos, recuerda a William Blake, Coleridge y Wordsworth, a su ideario de una verdad oculta que el ojo de la libertad de la imaginación únicamente puede vislumbrar.

Existe una energía que vibra entre las cosas.

 

Sólo hay que estar atento

al pulso de la piedra,

al abismo del aire que se encuentra

más allá de la mente, de la imaginación.

 

Basta con observar para hallar la corriente

por la que fluye, libre,

la vida cierta.

 

Luego, lo más difícil:

no busques tu reflejo,

sumerge allí lo que eres. (Díez, 2022: 32).

     Por su brevedad, este texto tiene casi la leve caricia de un haiku, en lo más pequeño se revela una verdad trascendente. Se nos habla de que, de repente, algo cambia la realidad. Es un momento inesperado en el que adquirimos otra mirada; la luz ha aparecido. Hay un alcance aforístico, ya que se sugiere en un nivel alegórico que lo que acontece en el paisaje, también sucede en nuestra interioridad:

Ha roto el sol la tarde sombría del verano

y el arce del jardín ha encendido sus hojas.

 

Cuántas veces el alma se aclara o se oscurece

por leves accidentes ajenos a nosotros. (Díez, 2022: 33).

 

      El mar, la naturaleza nos unen a una fuerza ajena a nuestra mente, es una especie de limpieza de nuestro ego, del pensamiento que quiere dominar lo real, el mar le hace ser parte de él, sin pensamiento, sin dolor. Es casi una meditación, una limpieza interior:

 

Sumergirme en el mar

me lleva a renacer

en un ánimo nuevo.

 

¿Qué refrescan las aguas tan antiguas,

venidas de tan lejos,

que rodean mi cuerpo,

que lo toman y mecen?

 

¿Por qué me quita el mar

el peso de ser hombre?

 

¿Y por qué cuando salgo

y me seco en la orilla

comienza lentamente a evaporarse

esa sabiduría que yo había aprendido? (Díez, 2022: 34).

 

    “Mirador” nos hace pensar en la agresión del hombre a la naturaleza, en esa aparente belleza que ha sido explotada por nuestra adicción al turismo. En ella quedan los signos de nuestro deseo de dominación, de nuestra falta de respeto a la vida natural:

 

Me asomé al mirador con mis ojos dispuestos

a dejarme tomar por la belleza

porque me habían dicho “la belleza está allí”.

Me asomé y contemplé

un valle entre montañas escarpadas,

muros como serpientes dividiendo el terreno

con formas geométricas que daban

equilibrio y tensión a lo observado,

arboledas aisladas y los caminos limpios.

 

Con fuerza, con violencia

se esculpió esa belleza.

 

Se talaron bosques. Se construyeron tapias

con piedras arrancadas a la propia montaña.

Con arenas y rocas de los ríos, se hicieron los senderos (Díez, 2022: 36)

    En “Hay poemas que nunca sé escribir” encontramos brillante metaliteratura. Se tematiza la idea de que la escritura mata lo vivido. La experiencia tiene una luz viva que camina por lo real, pero cuando intentamos hacerla escritura, al ser pensada, queda disecada, sin alma. Lo vivido está por encima de lo pensado, que no es necesario, la verdad es el vivir

La luz existe solo si la veo,

si la pienso no es luz.

Y no puedo escribirla.

 

Aquello que palpita

si cae en el papel

se convierte en un fósil definitivo, gris.

Igual que el bailarín

Inmóvil para siempre

en la fotografía.

Parece que se mueve, pero no.

Es solo una ilusión.

[…]

El amor si está vivo, no lo puedo cantar.

 

Lo canto si se va, para que no se vaya.

Lo canto de la forma en la que he visto

golpear en el pecho

a algunos moribundos

que vuelven a la vida. (Díez, 2022: 44).

 

      El dolor que pueda sufrir a lo largo de su existencia la hija amada es como una sombra del fuego, solo vemos una parte. Excelentes versos que poetizan el mito de la caverna de Platón, para referir el fuego de la verdad, la caverna de la percepción en la que creemos ver todo y solo vemos sombras, una pequeña proyección deforme y oscura de la “verdad”:

 

No me puedo asomar a tu dolor

porque late en cavernas

del todo inaccesibles,

percibo solo sombras

de ese fuego encendido. (Díez, 2022: 48).

 

     Hay una belleza que sobrecoge, es aquella que encuentra el equilibrio entre la luz y la sombra, entre los días de vino y rosas y las noches de oscuridad. El yo poético que se sabe conocedor de este antagonismo, nos propone enfrentar la existencia siendo conscientes de esta confrontación. La poesía es la guía que nos lleva a la desnudez, a silenciar nuestro ego, a buscar vivir lo bello, sabiendo que no hacer falta intelectualizar la belleza, entenderla, porque la vida es un río que no debe ser detenido, sino experimentado, debemos ser como su corriente, forma parte de él, pero nunca pretender pararlo como así se hace al pensar, escribir. Debemos vivir, la vida es belleza, no la vamos a detener, seguirá sin nosotros…

BIBLIOGRAFÍA:

Díez, Marcos (2022): Belleza sin nosotros, Madrid, Visor.

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