Por Javier Úbeda Ibáñez
Una pequeña obra de arte, una lectura emocional y sobrecogedora, una pieza original y más que entretenida hilada por una serie de personajes cautivadores…
….que arrastran al lector a través de una marejada incontrolable de lágrimas, risas, penas, frustración y alegrías.
Muchos conocerán esta obra por la película que se estrenó en 2014 con el mismo título, pero, por supuesto, y como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, la novela en la que se inspira es notablemente más brillante y ha sido galardonada con más de diez premios de nivel internacional.
La ladrona de libros transcurre en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y nos presenta a Liesel Meminger, una niña alemana de nueve años algo particular, desde que es dada en adopción por su madre a una familia que no tiene recursos suficientes para educarla como es debido, pero que lo intentan y la quieren, y hasta que cumple dicha edad.
Liesel es una apasionada de la lectura que roba libros porque no los puede comprar y, a cambio, regala palabras como refugio frente a la falta de calidad de vida y el horror de la guerra. Tiene una vida complicada, pierde a su hermano y esconde a un judío en su sótano, Max, pero va a entablar muchas relaciones que alimentarán sus días, con sus padres de acogida, Hans y Rosa, y con distintos niños de su edad, pero hasta aquí puedo contar.
Markus Zusak, un escritor de origen australiano que, en mi opinión, poco tiene que envidiar a cualquier otro, cuenta que desde niño escucha las historias sobre la Alemania nazi y las experiencias de sus padres en Austria y Alemania, de donde eran originarios, durante la Segunda Guerra Mundial, y aquello lo fascina. De hecho, esto le genera tal impacto que, antes incluso de ser novelista, ya quiere escribir un libro sobre el maltrato a los judíos, así que, por supuesto, todo ello esboza la inspiración tras La ladrona de libros.
Zusak estudió Historia e inglés y, aunque nunca logró igualar el éxito que obtuvo con esta novela, el resto de su repertorio es igualmente loable.
Volviendo a La ladrona de libros, puedo afirmar que, como pocas veces ocurre, me encuentro esta vez plenamente de acuerdo con la crítica. Como dice el USA Today: «Merece estar junto al Diario de Ana Frank en nuestra biblioteca», y ya no tanto por el tema que trata, porque, en mi opinión, está sobradamente ilustrado desde hace años con cantidad de obras tanto narrativas como cinematográficas que han concienciado de forma muy efectiva sobre la rigidez ideológica y el valor de la vida humana por encima de todo, sino, más bien, por la maestría de su puesta en escena.
La ladrona de libros presenta unos personajes extraordinarios capaces de llenar tanto o más el corazón como lo haría alguien real y cercano, con quienes se empatiza desde el primer instante a niveles que duelen. La narrativa logra una capacidad de emocionar y conducir al lector a través de una cadena de sentimientos infinita sin apenas recurrir a ningún cliché, algo que, como hemos recalcado en otras reseñas, es complicado y poco habitual. Y, además, goza de su originalidad tanto en las formas como en el fondo, partiendo ya simplemente, como hemos comentado en las primeras líneas, con una narración originaria en la muerte 124 y pasando por el maravilloso objetivo de concienciar, a lo largo de toda la novela, de la importancia y valor de las palabras. En esta línea se siente perfectamente el amor que el autor comparte por la lectura y la escritura, convirtiéndolas en lo más preciado para la joven protagonista y casi para nosotros mismos.
En cuanto al nivel de lectura, a pesar de la crudeza del tema que trata, la novela está especialmente orientada a un público joven, por lo que resulta sorprendentemente ágil. Su escritura logra, sin duda, el equilibrio entre la realidad y la concienciación que se desea obtener a través de ella y la amenidad que aligera esa carga e invita a continuar leyendo; sin embargo, Zusak no trata en ningún momento de endulzar o disimular la verdad detrás de la historia.
Por otra parte, desde el inicio de la misma, la narración va dejando pistas sobre los acontecimientos que están por venir, invitando a una participación más activa en el desarrollo de la trama, lo cual un buen lector siempre agradece. Esto lo hace en ocasiones de forma sutil y en otras más directas en forma de flashforward, resultando en un estilo sorprendente, pero no en un sentido negativo, sino todo lo contrario, porque se acompaña de una literatura poética protagonizada por una Muerte que encandila y conmueve.
Por último, como toda buena novela, nos deja numerosas enseñanzas como la de la misma enseñanza en sí: la capacidad de aprender, en general, a relacionarnos, a buscar aquello que nos llene, como la lectura, a amar, a perdonar, a luchar, a sobrevivir, en definitiva, a través de la superación personal y a encontrar esperanza y belleza en todo ello.
modo de conclusión, y por si todavía no había quedado lo suficientemente claro, La ladrona de libros es una novela imprescindible en cualquier biblioteca y el corazón de cualquier lector. Si bien es cierto que se trata de un estilo no apto para cualquiera, de una temática todavía menos apta para cualquiera, me atrevería a insistir, aunque fuera como excepción en los devoradores de libros más selectos, porque, a pesar de cualquier susceptibilidad, me resulta imposible imaginar que pueda dejar completamente indiferente a nadie.
La ladrona de libros, de Markus Zusak (Sídney, Australia, 1975).
Traductora: Laura Martín de Dios.
Barcelona, Lumen, 2005.
544 págs.