Por: Javier Úbeda Ibáñez
Lorena Franco viene precedida por un rutilante éxito en Amazon, en cuyo premio fue finalista en 2016 con La viajera del tiempo.
A partir de su primer título, su popularidad y notoriedad han ido en aumento y ha logrado encadenar más publicaciones. Es decir, Lorena juega con el favor del público. Al público le atraen las buenas historias, más allá de mirar con ojos críticos si estas están contadas de manera que alcancen todos los estándares de la alta literatura. Efectividad frente a método, estudio, etc. Poder llegar a las masas, en todo caso, es un favor del que no todos gozan.
Sea como fuere, estamos ante una novela cuyo eje central es que se trata de una historia de nuestros días, contada para lectores que respiran el mismo aire que está respirando usted y su autora, y que manejan sus mismos códigos. Franco ha hecho de este sencillo punto de partida, de hablarle a gente de 2020 igual que se habla en 2020, sin cambiarle ni una coma a la realidad, su virtud. Y esa gente ha conectado con ella porque no hay ninguna impostura en su propuesta. Ni trampa ni cartón.
Se considera a Franco «la nueva reina del thriller». Como las comparaciones son odiosas, no voy a establecer ninguna. Sí diré que hay una nómina interesante de mujeres que se ponen al frente de novelas de este tipo, en las que todo lo que sucede es una sucesión de pantallas bien colocadas que nos impiden ver la realidad. Y, como ya he dicho, es una historia que podría estar sucediendo ahora mismo. De eso se vale su autora y es un gran valor en el libro.
Vayamos a tratar de componer una breve sinopsis. El último verano de Silvia Blanch trata sobre la desaparición de una joven con un brillante futuro por delante. ¿Dónde está? ¿Ha huido o está muerta? La Policía no pudo darle solución al caso, y el tiempo fue borrando la expectación que levantó, hasta que, un año más tarde, un periódico local envía a una joven reportera al pueblo de Silvia. Álex, la periodista, acude a realizar su trabajo y encuentra un recibimiento no demasiado agradable y una serie de pistas, comentarios e impresiones que la llevan a pensar que aquel no es un caso cerrado. Y habría sido una historia mucho mejor, a mi juicio, si la autora hubiera prescindido del romance, ya que donde destaca su pluma es en los cambios de escenario, en los giros inesperados, en los nuevos datos, en la acción, en suma… Pero eso lo juzgarán ustedes mismos.
En todo caso, en esta sociedad líquida, todas las formas de contar una historia son buenas. Ninguna es mejor que otra. Podemos leer un libro en papel, podemos optar por hacerlo en formato digital y también podemos elegir escucharlo como audiolibro. En todo caso, una historia potente cautivará a quien le preste atención, y lograr la atención en nuestro mundo actual es el deseo de cualquier narrador. Hay, por tanto, reminiscencias, si se quiere, en esta novela, de otras tipologías narrativas, como la de las series. Propongo dos, y ustedes me dirán, cuando hayan leído El último verano de Silvia Blanch, si les parecen acertadas. Eso sí, ya les prevengo que he pensado en ambas como el reflejo de lo que la propia Franco asevera: «Ninguno llegamos a conocer al 100 % a las personas con las que convivimos».
Twin Peaks. Silvia es un trasunto de Laura Palmer: ambas son las hijas perfectas y adoradas, buenas estudiantes, bellísimas, arrebatadoras, las reinas del baile, pero ambas esconden su verdadero yo a los demás. Viven en bucólicos y encantadores pueblos donde el derecho a la intimidad y a llevar una vida privada parece prohibido. Tampoco sus familias son lo que parecen.
House. El famoso doctor era bien conocido por hurgar en las vidas de sus pacientes, ya que mantenía la teoría de que todo el mundo miente, todos ocultan su auténtica cara a los otros, algo que le impedía acertar en sus diagnósticos. Y no le solía faltar razón. Nada es lo que parece. De nuevo. Bingo.
Igual que todo se reduce a contar historias, sea como sea, en nuestro presente, todo es noticia y es indiferente el canal por el que llegue: un periódico de papel, mensajes de WhatsApp, comentarios en redes sociales, alusión a vídeos virales, etc. Los coches, los móviles, las calles, hasta las cafeteras, todo es reconocible. Y de eso saca buen partido esta novela.
Silvia Blanch desaparece, tal y como lo hacen miles de personas todos los años. Actualidad pura y dura. Su coche aparece abandonado en una curva de la carretera que conduce al pueblo donde vive. Carreteras con niebla y curvas. ¿Les recuerda a cierta leyenda? Ahí lo tienen. Otra vez. Hasta las leyendas son modernas y actuales. Y urbanas, así las llaman. No nos hace falta saber mitología clásica para comprender ningún código.
Además de los fingimientos, los parapetos y las pantallas, también se trata y se critica el asunto del morbo de manera tangencial. La falta de límites de ciertos periodistas se representa como reprochable, pero también permite que observemos que, las faltas de respeto de esos buscadores de noticias, no es muy distinta a lo que han hecho los propios vecinos de Silvia, pues, ya se sabe, hay otra leyenda urbana que asegura que en los lugares pequeños es más difícil mantener una cierta privacidad. Es interesante ver cómo se contrapone un lugar pequeño, de vida apacible, a una gran ciudad, y cómo se puede vivir la vida de forma tan distinta residiendo a poco más de una hora entre uno y otro. Puede ser un guiño hacia formas de vida urbanitas y más modernas y otras más ancladas en otro pasado que no se sabe si fue mejor, a la vista de los acontecimientos.
Lo que no encontraremos es violencia física, al menos, no en grado sumo ni en dosis que nos atraganten. Sí se da otro tipo de violencia, la de los actos producto de la desesperación de los protagonistas, la que se vincula con las decisiones erróneas que tomaron tiempo atrás.
Se encontrarán ustedes más ante una narración en la que se suceden muchas situaciones que ante una novela de personajes. La protagonista habla en primera persona para que la persona que sigue sus andanzas sepa de su boca todo lo que acontece para procurar así una identificación con ella. No se indaga en sus profundidades psicológicas, puesto que el peso recae en la acción y un juego de saltos temporales al que hay que permanecer muy atento. La autora es fiel a su estilo, en el que va retirando las pantallas para que veamos una parte de la trama que desconocíamos, para que deseemos que se vayan desvelando los misterios.
Y esos misterios se van resolviendo con un lenguaje ágil y claro, con una destreza muy valorable para manejar los tiempos, las voces y los cambios. Escuchamos a Álex en directo, casi en su cabeza; oímos los susurros de Silvia, consternados por no saber si vive o muere; atendemos a otros personajes cuya identidad desconocemos…
Sumado a las distintas voces, también apreciamos diferentes épocas, que se van entrecruzando, desde un misterioso «tiempo atrás», pasando por el verano de 2017, hasta llegar a nuestro presente y, si ustedes no tardan en leerlo, hasta nuestro futuro próximo.
Lo que más valoro en este libro es su estilo directo y, haciendo honor a su autora, franco. Nunca entra en complicaciones técnicas ni en alambicados recursos idiomáticos, lo que lo dota de una facilidad para su lectura que también es muy de agradecer. Donde ella puede poner toda la carne en el asador es en el ritmo, que domina, a mi juicio, de manera natural. No es fácil mantener la tensión de principio a fin y tampoco es sencillo en absoluto lograr que ningún hilo quede deshilvanado. En todo momento hay dudas, hay juegos de espejos, se hacen posibles distintas teorías y, en mi caso, con toda sinceridad digo que no me había planteado el final al que ella llega, con mucha eficiencia y un estilo desenfadado y actual. Es de agradecer que, al final, todas las piezas cuadren, pero que se hayan sabido ir escondiendo hasta la sorpresa última.
Quizá se peca en demasía de juzgar el gusto de los lectores por la denominada lectura de entretenimiento. No hay pecado en ello. La autora siempre ha admitido que ese es su objetivo. Considero que lo logra sin ninguna duda y que ha sabido hacerse con el favor de un público que devora sus obras por su forma desprejuiciada de abordar el género, por su pericia para manejar escenas, ofrecer datos, insinuar, retirar pistas, dejarlas a la vista, etc. Eso es un don, que seguramente también cuente con sus buenas dosis de trabajo duro, pero es un don. Y cuando los dioses eligen a alguien, hay que estar atento.
Lorena Franco, El último verano de Silvia Blanch,
Barcelona, Planeta, 2020, 320 págs.