La rama verde del instante eterno en el árbol del tiempo


Por Jesús Soria Caro.

   La poesía de Sánchez Rosillo es un árbol de memoria donde las ramas verdes son las de cada momento de retorno al ayer.

     La savia de la poesía hace posible que el árbol del tiempo crezca con sus ramas de melancolía hacia aquel tiempo en el que anidamos junto a quienes amamos. Es refulgente la luz de su poesía, ilumina ese pasado que fue y en el que la memoria colorea, desde la emoción, las imágenes de una creación del ahora, ya que recordar es (re)crear lo que fue desde los deseos, la selección y la transformación.

     Se produce un reencuentro con la madre más allá del tiempo. Se regresa de la vida, de todo lo que nos alejó, se llega fuera del tiempo, a alguno de sus cruces con los instantes eternos que parecen no pertenecer a este, allí se puede volver al reencuentro:

Hoy que vuelvo a la vida

y piso con pie firme este camino

que me conduce adónde,

entre toda la gente que va y viene,

por gracia del momento veo llegar a mi madre,

que mañana tan clara, hijo mío, por fin

te he encontrado y te tengo,

por qué nos separamos

tan de repente, en qué lugar confuso

te solté de mi mano y te marchaste,

andabas muy deprisa y te dije o me dije,

por qué creciste, niño,

pero tú no me oías, porque ya estabas lejos,

y pasaron los años y al cabo, un día cualquiera,

ocurrió mucha sombra,

qué cosas tan extrañas nos suceden de pronto,

tal vez soñamos, hijo,

ahora te escucho, madre, mira, mira,

todo está a nuestro alcance, todo se alza

como ayer y mañana, igual que nunca y siempre,

qué raro es existir,

quizá habitamos dentro de un soñara perdurable,

aunque en este reencuentro se diría

que los dos respiramos un nacimiento nuevo,

déjame que abrace, madre, deja

que camine contigo por tu vivir y el mío,

y dime, si lo sabes, por favor, dímelo,

-cómo traes en los ojos, viniendo de la noche,

toda la luz del mundo. (Rosillo, 2020: 145-146).

 

      Un viaje al alma, perfectamente descrito, lo encontraremos en el siguiente poema. El lector puede intertextualizar en su memoria dicho texto lírico con novelas como “Viaje al centro de la tierra”, pero aquí la espeleología es lo abisal de nuestro interior y sus secretos más hermosos. En los abismos del interior residen grutas ocultas donde anida todo lo que sentimos y vivimos, lo que queda perfectamente retratado desde lo poético:

 

Reclinas la cabeza en el sillón,

empiezas a ser tú, miras el techo. […]

[…]Comienza a aparecer

un no sé qué que no es presencia o alguien

y que te deshabita, aunque en tu ser se albergue.

Buscas en tu conciencia, en cuanto eres y has sido,

deambulas por secretos y largos corredores.

 

Y al cabo llegas, ignorando cómo,

a una concavidad a la que accedes

por un ingreso misterioso, escaso.

Miras con atención y nada adviertes:

carencia de ornamentos y de objetos,

penumbras despojadas en un ámbito

de intimidad y soledad y olvido.

No es espacio o contorno con su adentro y sus límites;

se trata de un vacío en que resuena todo

lo que en tu vida sucedió,

y aún así sólo se oye un gran silencio,

un silencio que arropa, que apacigua y redime.

 

Te abandonas allí, limpio de daños.

Y comprendes sin más que has entrado en tu alma. (Rosillo, 2020: 139).

 

    “El petirrojo” es casi un poema narrativo con espíritu de zen, su canto, su mirada es el mensaje de la naturaleza, de la vida que comunica que todo instante es eterno, que su belleza es zumo de intensidad servido con el sabor de ahora, pero que su vitamina de eternidad nos alimenta más allá del tiempo:

 

El pájaro

me miró con fijeza,

con sus pequeños ojos de azabache encendidos

en los grandes fulgores del crepúsculo.

Y miraba hasta el fondo de mi ser,

como sabiendo mucho y queriendo decirme:

no pienses nada ahora,

vive la intensidad de este momento, mientras

se apaga el día todo es lo que es

-y según se dispuso.

Que respire tu pecho la luz última.

Escucha en paz mi canto. (Rosillo, 2020: 134).

 

     Niebla, como la que aquí encontramos, será la del tiempo que pueda ser traspasado para volver a aquello que amamos, que nos hizo ser los dioses del instante, los moradores del paraíso eterno del ahora, los que tenían la piel de la vida y regresaban a aquel pasado alcanzando el sol del futuro en un amanecer interminable:

 

A través del vivir sopla muy fuerte el viento

y aún más del otro lado de la muerte.

¿Dónde te encuentras, dónde están los días

de aquel amor tan hondo?

Ahora camino a tientas y te busco.

Mis pasos te presienten en el sueño

que es siempre el caminar,

y daré al fin contigo una mañana

de luz cernida en el fluir de todo.

¿Me intuyes tú también entre la niebla?

Nada acabó, ni nadie se ha ido nunca.

Sabrás cuando regreses que de nuevo

da vueltas lentamente nuestro mundo.

Cómo no respirar, cómo apagarse.

Aquí estaré sin falta. Y nos tendremos

-siempre por primera vez, renacidos

de esta ausencia insondable. (Rosillo, 2020: 111).

 

     “El hueco del instante” es el vacío del tiempo que comunica el futuro con el pasado. El presente se abre a sus oquedades que lo hacen eterno, sin saber ni el cómo ni el porqué, pero seguimos su camino tras conocer esos vasos comunicantes con nuestros instantes eternos:

 

Parece algo normal que haya noches de luna,

que me ocurra en el pecho tanta melancolía

al cruzar una calle camino de mi casa

y llegarme el olor de unos jazmines,

que tenga yo -de pronto- más de setenta años

y no sepa muy bien qué ha sido de la vida.

Pero la coincidencia

de hechos y circunstancias tan disímiles

en el pequeño hueco del instante

es para mí un enigma.

Mejor no detenerse a meditar.

Y seguir caminando. (Rosillo, 2020: 117).

 

      “Plegaria para un cumpleaños” es un viaje casi de meditación. La luz es el reverso de la sombra, sólo se puede encontrar tras haber entrado en la oscuridad y haberla atravesado. Conocer sus caminos de miedo, dolor, destrucción. El viaje es necesario, ya que si no se ha transitado la oscuridad no se podrá reconocer la fuerza de la belleza de la luz:

 

Para el tiempo que aún reste,

y para el cuándo que quizá le siga,

quiero pedir, y sueño

[…]

que haya amor en mi pecho

y que, al sentirlo, todo tiemble en mí

como hoja verde que estremece el aire;

que todavía logren mis oídos

escuchar las canciones de la vida,

y que mi propio canto

-cobijo siempre para mí y consuelo-

se avenga alguna vez a acompañarme;

que después del crepúsculo,

ya en el silencio de una inmensa noche

y de su soledad irremediable. (Rosillo, 2020: 107).

 

       “Improptu” es la belleza del instante, su fulgor es intensidad que se desvanece ante una luz de tristeza y una oscura alegría ante su contemplación. Es el dolor de lo que deja de ser y debería permanecer siempre, pero ese es su valor, atrapar su fuego eterno del instante en la noche del tiempo que se escapa irremisiblemente:

 

Hoy que termina marzo

y que el sol de la tarde, ya vencido

se tiende extenuado sobre el mar

y ahí, al tocar las aguas

se va apagando en un chisporroteo

de ascuas pequeñas y signos de oro,

como no agradecer emocionado,

antes de la que noche sobrevenga,

que este instante del mundo

-tan alegre, tan triste, tan intenso,

como todo lo hermoso-

coincida en su existir con mi existir

y lo sepan mis ojos (Rosillo, 2020: 117).

 

      “La rama verde” es la memoria de lo que fuimos: belleza, amor, nostalgia que crecen hacia la luz de lo que queda para siempre más allá del tiempo. Es la luz de aquellos instantes que pertenecen a la memoria de un ayer que fue, es y será nuestra eternidad.

 

BIBLIOGRAFÍA

Sánchez Rosillo, Eloy (2020): La rama verde, Tusquets, Barcelona.

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