Desde otras soledades me llamaban


Por Jesús Soria Caro.

            Desde otras soledades me llamaban. ¿Quién llama al yo poético?, ¿Es el tiempo que regresa a su origen y devuelve al yo poemático a la ausencia previa al existir, a ese no lugar del ser en el que se abandona a la nada de su disolución?

      ¿Es el regreso al hogar del tiempo en el que su yo eran las paredes limitadoras de quién todavía podía llegar a ser? ¿La llamada es la de quién trata de regresar a quién fue y en ese paisaje sin tiempo camina por la memoria y sus sombras para ver que nada queda y todo lo que fue es realidad imaginada que no puede recuperar en su versión auténtica? Se escucha entre las preguntas a los recuerdos, que con su voz de tiempo, le hablan de las mujeres amadas que fueron como ángeles incorpóreos, ya que el deseo creó un rayo de luna, formas incorpóreas de realidad que se desvanecían en el cuerpo del sueño. También se escucha la llamada del universo, gran conocedor de la microhistoria de un ser que ama, ya que este es una célula, un rizoma de instantes que ascienden en la noche eterna del universo y se unen al infinito que conoce y siente a cada yo como latido, célula de su luz en la oscuridad del infinito. Todos estos diálogos los crea el poeta desde la música de la palabra, desde el equilibrio de la rima que sabe integrar cada sonido y su sentido en la canción inaudible que nos llama desde otra soledad, casi a modo de Fray Luis de León en la Oda a Salinas.

    Ya desde los primeros poemas el yo poético visita al que fue, al hogar de su ser que es lo que el pasado borró, cambió. Vivir es dejar de ser quien se fue, caminar por el tiempo hacia otros que abandonan algo de lo que fuimos. Regresar a ese otro yo del pasado es ver que en el hogar introspectivo de nuestro ayer todo está vacío.

No me paré a pensar que me esperaban

ni que yo mismo me visitaría.

(No está. No estás). No hay nadie aquí. Me voy.

 

Desde otras soledades me llamaban.

Salí. No he vuelto, volveré. Otro día

volveré a visitarme, por si estoy. (Murciano, 2017: 19).

      El poeta habla con la muerte, aparece personificada. También se aplica dicha figura literaria a julio, del que se dice que ardiente se enamora. A esta le pide que se entretenga, que tarde en venir, no se entretenga, que lo deje para otro día:

Sé que vas a venir. Aquí te espero.

eres una antipática señora,

pero puntual. Traidora y cumplidora,

hija de perra y de sepulturero.

 

A veces llegas cuando hiela enero;

o cuando julio ardiente se enamora

de las muchachas. O en otoño. Ahora

en la rama de abril canta el jilguero

 

y dice que te olvides, que no vengas.

Más, si quieres venir, no te entretengas.

O, mejor, déjalo para otro día.

 

Que tengo aún que hacer algunas cosas

y en el jardín florecen ya las rosas.

Y no quiero marcharme todavía. (Murciano, 2019: 39).

    Los mitos según Jung son símbolos narrativos que fijan una analogía con el alma de los seres humanos Sobre este poema gravita el mito de Pigmalión, revisado aquí desde la parodia, ya que cuando quiere moldear lo interno de su amada esta es una figura de cera que se desvanece en sus manos:

 

Pensé que llegaría a conocerte.

Tu materia era cándida y propicia,

y con una levísima caricia

podría moldearte y someterte.

 

Pero jugué y perdí. No tuve suerte.

Uno debe aprender que cuando inicia

un ritual de amor, toda pericia

-toda sapiencia- es poca. Quise verte

 

tal como eras, es decir de cera

virgen y abejeada y volandera

con el vuelo venial de los vilanos.

 

No pudo ser. “Adiós”. Y enmudeciste,

más amorosamente sonreíste

mientras te deshacías en mis manos. (Murciano, 2019: 23).

 

    La presencia de los mitos es un recurso literario que conecta de forma narrativa con nuestra psique. Hay algo, según Jung, que forma parte de un sustrato inconsciente colectivo que subyace a estos relatos. Aquí el poeta quiere indagar en las profundidades del sentir, hiperbolizar que este quedará más allá de la muerte y sus límites del olvido, más allá de las leyes severas del río Leteo:

Si, lejana, te escribo “te deseo”,

piensas que estoy pensando en que se fundan

nuestros cuerpos ardientes, que se hundan

en las oscuras simas del Leteo

 

y lo olvidemos todo. (Pulsa Orfeo

su lira en el umbral de lo Profundo,

y es otra la esperanza y otro el mundo,

aunque sea la muerte su trofeo).

 

Pero no siempre amor es una llama

que consume al que sueña y al que ama:

amor sereno no es amor liviano.

 

Este deseo mío es inocente,

pues se calma y se colma simplemente

con saberte al alcance de mi mano. (Murciano, 2019: 46).

 

     Arcángel de niebla es el símbolo, a modo de los ángeles de Alberti y con ecos de William Blake, del guardián de la niebla de la memoria. Se pueden recorrer sus dominios, pero no se puede entrar. Es un lugar al que llegar y ver lo que fue, pero al que no se puede entrar, sus muros de niebla, la de la memoria que se pierde, separan el ahora de lo que fue:

 

Lo que me ciega es lo sólo lo que vi tantas veces.

Me asomo a la cítara de la melancolía

y hay un niño soñando, una calle vacía

y un río que no arrastra ni memorias ni peces.

 

Al fondo, te dibujas, pero desapareces

como amago de lluvia, como nube tardía.

Reza un pájaro triste su lenta letanía

cuando mi mano -¿cómo?- te toca y te estremeces.

 

Y me estremezco. Súbita, una niebla, suave

como un manto de seda, rueda por el tejado

y recubre una puerta que nunca tuvo llave.

 

Todo está dividido, y cerrado, y sellado.

Quiero abrir, y no puedo, antes que el tiempo acabe.

Arcángel de la niebla, ¿qué ves al otro lado?

     El Universo, con la curvatura espacio-tiempo, la fusión de los agujeros negros donde desaparecen todos los elementos que integran ambos ejes, queda encerrado en una especie de bucle eterno que los aísla en un instante eterno, una estrella de neutrones, que comprime todos los átomos de lo que a él se acerca, un horizonte de sucesos en el que el espacio-tiempo es fagocitado por el todo que lo convierte en una totalidad de la nada, siempre gravitando hasta el infinito en una desaparición que nunca termina. El yo lírico es junto a la amada una de estas ondas, pero lo son en su unión dentro del universo, como ondas de su inteligencia en la que este, que es el todo, Forma parte de ese Universo que tal vez siente el amor de cada uno de los yoes, de las partes que lo integran:

Imagina, amor mío, que tú y yo

fuéramos ondas gravitacionales

(Y por qué no agujeros siderales

negros y turbadores, pero no

 

enemigos?). Einstein lo previó

también: deformaciones capitales

del tiempo- espacio. ¿Ondas cerebrales

del Universo? Él lo intuyó.

 

Pero yo sí. ¿Quién sabe si esa cosa

-el Universo- ciega y monstruosa

siente el amor de quienes la habitamos?

 

Deja que rueden, entre los planetas,

lunas, meteoritos y cometas,

mientras tú y yo en silencio nos amamos. (Murciano, 2019: 61).

            Desde otras soledades me llamaban es el regreso del yo lírico a aquello que fue su yo en el escenario de otro tiempo. Es personaje de su propia ficción de lo real que contempla como espectador las sombras de quien creyó ser. El tiempo le ha demostrado que es cada fragmento de su ser que camina por la totalidad de su existencia, cada mirada a ese otro yo de lo que fue le recuerda la soledad de sentir que todo es un instante, que cada momento tuvo un mensaje que llama con voz de pregunta para recordarnos que somos el eco de una canción que resuena como los agujeros negros, en una eterna desaparición que se traga todo lo que fue, pero siendo un viaje eterno de desaparición que nunca termina..

BIBLIOGRAFÍA:

Murciano, Carlos (2017): Desde otras soledades me llamaban, Toledo, Lastura.

 

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