Por Jesús Soria Caro
Antonio Pérez Lasheras y Alfredo Saldaña reúnen en Obra publicada toda la creación literaria y crítico-ensayística de Miguel Labordeta. Es interesante el estudio introductorio que recorre aspectos biográfico-existenciales, así como claves del universo interno del poeta y del correlato que su mirada personal, herida con la realidad deformadora de lo que sucedió frente a la poesía de lo que debería haber sido la vida…
…, generadora es dicha pupila lírica de un microcosmos poético que con mirada de espejo indaga en el sentido del macrocosmos del Universo, auto-auscultándose el poeta con respuestas que justifiquen el sentido de la vida. Los autores profundizan en lo que Carnero denominó “surrealismo existencialista” que asume el yo del subconsciente como voz liberadora del coro impuesto de nuestra parcela subjetiva dominada desde las voces de la razón, la moral, la historia, las religiones nuestros otros yoes personajes de otros capítulos previos de nuestra historia personal, etc. Hay, unido a esto, una profunda cicatriz de la nada que sangra de preguntas sobre un posible sentido o no que trascienda la realidad material. A este respecto se analiza la influencia del pensamiento de Heidegger y Sartre con toda la carga de duda existencial que queda proyectada como una sombra de negación sobre el cansancio de la mirada sedienta de luz del yo poético. A esto debe añadirse la denuncia que el poeta hace de una sociedad que ha matado el futuro de la juventud, que ha colonizado la sociedad y erigido un deforme edificio de la “historia-futuro” de España desde privilegios sociales, económicos, académicos. Se denuncia que se ha creado en este una prisión moral colectiva en la que las nuevas generaciones no van a encontrar un verdadero espacio de libertad vital.
En la obra de Miguel Labordeta se cuestiona continuamente la identidad del ser. El yo se pregunta quién es, quiere saber cuál es el sentido de su ser, qué motivo da razón a la existencia. Su conciencia se queda dominada por la pregunta sobre su verdad ontológica, que constituye su esencia como ser que, como así sucede con todos los hombres, está destinado a la desaparición:
Dime Miguel: ¿quién eres tú?
[..]
¿qué dioses hermanaron tu conducta de nadie?
Y tus sueños ¿hacia qué lejanos ojos
han conseguido hondos de fracasadas copas
donde sorbiste el trance de la culpa? (Labordeta, 2015: 7).
El yo se autoindaga en las regiones insondables de su realidad más profunda, siente que los otros desconocieron su auténtico ser. Sabe que si acabara su vida los demás estarían lejos de poder entrar en el templo cerrado de su verdad, aquella que toda persona guarda en lo más profundo de sí mismo. El poema muestra la frustración ante el hecho de que el yo sea desentendido, desconocido en toda su dimensión doliente, existencial, vital.
“Puesto que el joven azul de la montaña ha muerto” nos plantea la huida de un orden social opresor, que ha construido una sociedad basada en el progreso pero que ha conllevado la ausencia de existencia del yo otro que no ha podido realizarse:
Puesto que el joven azul
de la montaña ha muerto
es preciso partir.
Antes de ser golosamente asesinados
en los crepúsculos de la gran ciudad.
Antes de que las muchedumbres tristes de los “metros”
invadan el templo del sol
definitivamente seducidas
por la noche de los trenes
es preciso marchar
Desnudos y ásperos. Inigualables.
Y al partir preguntar por nosotros
indagar por nosotros
auscultar por nosotros
por nosotros mismos recordar
si tal vez se existió
y que una dulce soledad
nos responda en grave despedidad. (Labordeta, 2015: 16).
En “Antepasados huéspedes” el poeta se muestra como voz médium de un dios que ha abandonado a los hombres con el silencio del cosmos, la ausencia de respuestas ante el misterio de la nada. Venimos y estamos destinados a ese final, doloroso pero hermoso que nos reintegra desde la nada tal vez en el todo:
Estamos allí
atónitos huéspedes
de cada primavera
en desvanecimientos convertidos ya
absorbidos en el puro eco
sin respuesta de mis manos
contemplando el mundo
y los enamorados de abril.
¡Ah hermanos…
hermanos míos en la muerte…!
Sagrados emigrantes hacia la orilla de los Cielos
sobre mi corazón resbaláis hondamente
como los ciervos moribundo al caer en la nieve.
Millones de días como este
sin sentido reposan en ceniza
y mis sueños sonríen quedamente
deslizados por vuestros ríos secos.
Los pinceles del sol han esponjado la tierra
y de vuestra savia una sabiduría extraña
su zumo ha cimentado
[…]
Habéis conducido a mí…
mas yo soy el que canta
yo solo… sí… yo solo…
que contengo un otoño bajo mis suelas rotas
de vagabundo dios de las bodegas.
Han desaparecido las nubes
y diviso las primeras estrellas
de los rojos equinoccios de marzo. (Labordeta 2015: 33).
La pureza reside en el no-ser, en la consumación final en la que el hombre deja de ser una identidad para formar parte de un orden de pre-nada, la ausencia de sí mismo como existente de la que procede y a la que retorna, abandonando la ilusión de su subjetividad, la realidad, el tiempo y el espacio, trascendiéndolas, recuperando su verdadera voz de la nada, del no existente anterior a su yo. “Hombre sin tesis” recoge esa mirada de su negación en la nada para recuperar, tras esta desaparición, su verdadero rostro en el todo:
¡Tan solo estoy…
tan puro como los que jamás nacieron…
tan pronto desvalido
como los que se murieron para siempre…!
Y sin embargo vivo
en las gotas de madera
mi insaciada pasión
de jóvenes suicidas
en pavesas de rutas y alcantarillas.
De todos cedo indiferencia
y a todos espero allá en lo recóndito
de mi corazón de culebra
donde perece un dios estremecido (Laborderta, 2015: 34-35).
“Unidad” es la poetización de ese espejo de quien se ve desde fuera y no encuentra el rostro de su verdad ontológica:
En el fondo
de Mí mismo
veo el Tú desafiante
mi enemigo
mi contrincante
en hallazgo de sueños.
En el fondo de Ti
veo el Mí mismo perplejo
emigrando por tus ojos
indagando el porqué de su viaje. (Labordeta, 2015: 41).
Conciencia de vacío, acabamiento, nadedad, no-ser, inexsistencia que se consuma en las bellas imágenes de “Finito”, donde se reclama a un dios el que con su silencio nos condene a un destino final de desaparición. Lo que implica sentirnos huérfanos ante una respuesta que nos salve de la negación absoluta, de la respuesta oscura de la carencia de un sentido que transcienda el tiempo y sus leyes del final, tras el que tal vez la ausencia sea la eternidad:
¿Quién salvará al Hombre de su Nada?
[…]
“Os lo diré en secreto
solo tengo una vida que morir
y un río demudado de pálidas espadas
atravesando mi corazón desconocido
sin respuesta a ese nombre de fuego
que deshabita el corazón de los peces
cuando se llaman Yo”.
¿Quién salvará al Hombre de su Nada? (Labordeta, 2015: 49).
“Balada desde luego” efectúa una reclamación contra un dios ausente, al que se le pide que se haga presente, que justifique el origen de la vida que parece estar destinada a su consumación. El yo poemático no oye la voz de lo trascendente que ofrezca la respuesta a un destino más allá del final. El ser superior que debería resolver todas estas negaciones no está presente. El poeta le insta a que se presente, a que libere a la humanidad con lo eterno de su maldición de la desaparición:
dime que vendrás antes de que la luna muera
antes de que el mundo perezca y se difunte
dime que has de venir con los primeros pájaros
antes de que los soles se destruyan para siempre
[…]
si tú nos creaste de tu nada para palpar el tiempo que nos mata
si de tu nada nos hiciste vivir gota a gota el espléndido vacío
la sombría tempestad de estos juegos maravillosos y aborrecibles
dime que vendrás que has de venir al menos a traer
la inédita alegría de tus recién nacidos jardines paradisíacos
donde el oscuro humano vestido de cadenas
de libertades de rigurosas prisiones
atormentado viajero en el amanecer de tu nunca
contempla el horizonte indiscutible
de su futura caja de madera,
oh silencioso tú. (Labordeta, 2015: 260).
En “Nerón Jiménez contesta al mensaje de Valdemar Gris” el primero de los heterónimos supone una voz nihilista en la que se rebate a otras de las voces poéticas, entre otras a la de Valdemar Gris, que implicaba una exaltación de la posibilidad del amor como salvación de la destrucción social y existencial:
Hambriento de amor Total,
no quiero vuestro memo sucedáneo idílico.
Renuncio. Os devuelvo mis harapos.
Dimito de esta vida.
Te devuelvo tu mensaje, Valdemar Gris.
No ha surgido aún el Alba
en que tu palabra solar sea escuchada.
No surigrá jamás, nuncaquizá.
Acaso todo fue un sueño, una mentira.
Un delirio de astros-voluntades-instintos-protoplasmas-glogistos.
Un ardor incontenible de hielo
que se ha de acuchillar mutuamente
hacia una definitiva sima soterrada
en los vacíos planetas destruidos.
Mientras os ponéis de acuerdo
preparando las víctimas futuras,
yo me invado total, (Labordeta, 2015: 65).
El oxímoron “ardor incontenible de hielo” revela esa lucha interior en la que la oscuridad de la falta de redención del ser humano mediante el amor ha sido vencida por la falta de esperanza, solidaridad. De ahí que se recurra a imágenes que contrastan, fijan la lucha entre las dos fuerzas opuestas, implican la dominación de la posibilidad destructiva sobre la construcción de otra posible sociedad mejor.En su poesía se siente el golpe de la belleza ante el dolor, la dignidad existencial de quien sabe que la poesía implica una revisión a las bifurcaciones de la vida de aquello que no fue, lo que buscamos y no apareció en nuestro viaje vital. El dolor ante el camino que nos alejó de lo que deseábamos. La violencia contra la realidad desde la necesidad de los sueños da lugar a imágenes de gran intensidad, a la belleza de la forma del pensamiento que con su música dolorida resuena en nuestra alma:
Yo inicio lentamente mi danza neolítica
[…]
florecido ya en olvidos
como adoración ardiente de incumplidos futuros
en un exacto rendimiento del morir,+
hoguera de mis sueños de guijarro y de río
[…]
Con despojada voluntad
de cumbre. (Labordeta, 2015: 95).
“Círculo mortal” implica la disolución del ser en diferentes elementos como la nube, el mar, el astro, la pavesa e incluso en animales. Cuando el ser se identifica con uno de ellos se nos indica que este quería ser otra cosa, al llegar a ser dicho elemento sucede de nuevo la cadena en la que el segundo elemento querría ser otro diferente de lo que es y así sucesivamente generando un proceso de disolución de las verdades, de la esencia de lo real para formar parte de lo informe, aquello previo a las formas, a la generación material de estas en el universo, es una pre-verdad anterior a la realidad cósmica, un viaje de regreso a un momento anterior al inicio del cosmos:
Ser perdida pavesa del astro fugitivo
(gota de agua que tiembla quería ser el astro)
Ser gota de agua que tiembla bajo los terremotos de silencio
(tremendo mar quería ser la gota de agua que tiembla).
Ser tremendo mar potente cielo amargo
(el mar tremendo quería ser nube luz constante9.
Ser nube sollozo inquebrantable por el viento
(la nube quería ser helecho y raíz calma).
Ser helecho brotando a la solar aventuras
(el helecho quería ser pez implacable distancia de la sangre).
Ser pez grito gemido ya hacia el beso
(el pez quería ser pájaro-vuelo hacia las profundidades de un cielo sin caricias)
Ser pájaro añorante inmerso entre las rosas
(el pájaro quería ser mamíferos de breve corazón palpita)
Ser mamífero plantando sus pezuñas en las colinas del anochecer
(el mamífero quería ser sonrisa bajo la cálida tiniebla)
[…]
Ser pensamiento-luz embargando el confín de las tristezas
(el pensamiento-luz quería renunciar a sus congojas hundiéndose en el vértigo del tiempo)
El vértigo del tiempo ansiaba ser olvido
(olvido-olvido-olvido, todo posible ya) (Labordeta, 2015: 110-111).
En “Segundo canto epilírico” se vislumbra la frustración ante la búsqueda inalcanzable de los ideales en lo humano, en nuestro sentido colectivo de sociedad, y en lo personal donde el yo poético (correlato lírico ficticio que asume parte de la visión de poeta) no ha encontrado el sabor de las respuestas necesarias del amor y el sentido existencial-que justifiquen su viaje emocional por la vida- en el banquete de las realidades más amargas:
Vengo a aclarar los sucesos del día
la breve gravedad de estos céntimos de vida
el nocturno terror a las heridas.
[…]
Vengo a silbar por las aceras como un tigre acosado
como un corazón desierto con púas de ternura
vengo a horadar la tortilla gris de los talleres
a beber un vaso derramado cuando amanece sangre
[…]
Vengo a caminar abandonado con mi gloria y mis dientes
y a esa masa de nombres darle un nombre y la espada
a esa masa de pena que lentamente asciende
como un río de incendios… (Labordeta, 2015: 150).
Las imágenes reflejan en contraste entre la caricia afilada de los sueños incumplidos cuya garra ha sangrado de negaciones la piel de lo real. Hay numerosas metáforas que contraponen el deseo y la sombra de lo sucedido que se alejó de este: “Corazón desierto con púas de ternura”, “masa de pena que asciende como un río de incendios”.
Su sentido social se dirige contra el poder que ha dirigido al hombre a ser víctima de las decisiones de quienes usan a los pueblos como fichas en la partida de su ambición por imponer unos modelos económicos y de sociedad a otros. El hombre normal, el estudiante, el obrero, el padre de familia, todos son seres que deberían estar libres de las atrocidades de quienes mueven los hilos de la marioneta de la Historia, títere deforme que con torpeza arrastra sus males sobre los espectadores de la vida, los hombres buenos que, como afirmaba Antonio Machado, trabajan, laboran y sueñan y algún día descansarán bajo la tierra. Son hermosos los versos finales del poema: “una raza de hombres con puñales de amor inverosímil/hacia otras aventuras más hermosas”:
Mataos
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Si vuestra rabia es fuego que devora tal cielo
y en vuestras almohadas crecen las pistolas:
destruíos aniquilaos ensangrentad
con ojos desgarrados los acumulados cementerios
que bajo la luna de tantas cosas callan
pero dejad tranquilo al campesino
que cante en la mañana
el azul nutritivo de los soles.
Inundad los periódicos las radios los cines las tribunas
de entelequias estructuras incompatibilidades
pero dejad tranquilo al obrero que fumando el pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis
exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas
que jamás asiríais un fusil de bravura
pero dejad tranquilo a ese hombre tan bueno y tan vulgar
que con su mujer pasea en los económicos atardeceres.
[…]
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos
y entre todos aspiran a vivir tan solo esto
y de ellos ha de crecer
si surge
una raza de hombres con puñales de amor inverosímil
hacia otras aventuras más hermosas. (Labordeta, 2015: 158).
En “Un hombre de treinta años pide la palabra” Labordeta hace una revisión crítica del mundo, de todo aquello que ha hecho que este constituya una deformación de la utopía a la que el poeta aspiraba. El yo poemático renuncia a su condición de hombre, abandona su estatus como ser humano. En su mirada se refleja todo aquello que ha hecho de la realidad social y grupal un lugar lejano de la mirada libre, utópica, ansiosa de un mundo más humano, donde la fuerza nueva de la palabra, la forma, el pensamiento, sean como la fragancia de la libertad y el amor que inunde con su perfume de intensidades todas las pieles de los sueños, todos los cuerpos de lo real hambrientos de pasión, justicia y belleza:
Ante la asamblea de los hombres ilustres
bajo el sol de este otoño dorado
con paso quedo y en mis ojos de tigre la justicia
sencillamente sin alharacas con lumbre apasionada
presento mi denuncia.
[…]
Vengo a hablar en nombre de los que tienen treinta años
de los que desde la cumbre de su juventud perdida
contemplan los restos del humano naufragio y el desorden del mundo
y en nombre de sus traiciones muertas yo os acuso, oídlo bien a todos.
A vosotros: Ancianos que os dormisteis en el vals indefinido del idiota progreso
con un tufo burgués adocenado y falso y comíais chuletas bien sabrosas
mientras bajo vuestros galanteos tontos aullaba ya la boca viscosa
de la lucha terrible y el hambre por las calles en llamas:
en nombre de mi generación yo os acuso.
A vosotros: hombres de la entreguerra
que pisoteasteis impotentes la sonrisa de un niño
que quería nacer de tanta ruina ya
que olvidasteis demasiado pronto el llanto de los soldados
que bailasteis demasiado bajo las farolas borrachas de las huelgas
el charleston y el sintrabajo
y que os regocijaba hasta el espasmo híbrido
la velocidad la prostitución la gran juerga social o totalitaria o aun parlamentaria democracia
y qué sé yo cuántas cosas más en la media cabeza del fiero agente de negocios. (Labordeta, 2015: 160-161).
La máxima intensidad nihilista acontece en “Currículum” que precisamente, como su propio título indica, es un currículum de la destrucción social y colectiva a la que ha llegado el ser humano y que culminará en un “universo de silencio”
La flor
locomotiva
del
deseo
frenético
mi camino incesante
hacia la destrucción
peripatética
[…]
pero
mientras llega el otoño
y las aves estivales
emigran
hacia
un
universo
de silencio. (Labordeta, 2015: 211).
Sin embargo, hay una polarización continúa entre ese sentido de destrucción absoluta respecto a la falta de sentido de la vida, la evolución insuficiente del ser humano hacia la posibilidad de la utopía y -frente a esta visión negadora- otra mirada que ofrece una duda hacia una luz que ofrezca un posible sentido de belleza que justifique lo vivido:
adónde vamos
quiénes somos?
para quién late
mi sangre
hacia su olvido?
para quién brillan
esas devoradas
constelaciones
del silencio
maravilloso? (Labordeta, 2015: 215).
En uno de los poemas de La escasa merienda de los tigres se sugiere esta posibilidad de que exista algo en reverso de la oscuridad de la nada, una posible trascendencia, un estado superior de no existencia que resida más allá del tiempo, el espacio y el vacío de la ausencia definitiva. Frente a la visión de renuncia total a la posibilidad de residir en otra esencia que no se reduzca a la muerte material, Labordeta en algunos poemas ofrece el resquicio para una grieta de luz sobre la oscuridad del final de nuestro tiempo:
Véncete hacia arriba,
hermano hombre
y haz de tu vida
un don de estrella
[..]
¡Arriba sobre tus sueños de sangre despezada!
Otra vez nace la primavera para ti.
Y para que tú los venzas
se han hecho los abismos en que cada vida se crea
y las noches terribles
en que una voz desolada
nos advierte para siempre
que nada importa ya.
¡Arriba esa mirada
que desafía a los cielos impávidos
y es capaz de enfrentarse, cara a cara,
con la sorpresa de existir
en el vértigo soñado del tiempo!
El Universo es el centro de tu mano
[…]
la exacta demostración dolorosa
de que el infinito se ha hecho para ti
y para que tu aventura estremecida
le dé un sentido perfecto.
Como un rayo asesinas las nadas circundantes. (Labordeta, 2015: 234).
En su obra se recoge un dolor existencial que lleva al poeta a desear la dimisión de la existencia, ya que el hombre es un peregrino de su nada, el paisaje es una pregunta y el destino su final que le dirige a la desaparición. El propio Labordeta poetiza el misterio del hombre afirmando que es: “una sangre que intenta vengar la eternidad del silencio” (Labordeta, 2015: 358). Unir lo terreno con lo cósmico: “enhebrar raíces con estrellas”. Su pasión es la necesidad de recorrer el desierto de las preguntas, de alcanzar una respuesta definitiva que hunda el infinito y lo eterno en nuestra mirada cerrada en los límites rotos del tiempo, atrapar la nada y saber si tiene un reverso que nos libere de su negación, si hay grietas de luz en la oscuridad de la desaparición.
A. Peréz Laheras, A. Saldaña (2015): Miguel Labordeta, obra publicada, Zaragoza, Larumbe.