EDITORIAL
Malos tiempos para la lírica
En muy poco tiempo, dos ilustres ciudadanos, ninguno, evidentemente, reconocido por las autoridades pertinentes, han iniciado camino hacia el más allá, donde la tierra es leve y las lisonjas ya no sirven para nada.
El uno, poeta denso, escritor, crítico literario, filósofo y catedrático de nuestra Universidad cayó el primero. El otro, también poeta y sobre todo un escritor contundente y, últimamente, involucrado hasta las cachas en la revista “Crisis” acaba de emprender viaje recientemente.
Ambos, José Luis Rodríguez y Víctor Herráiz han formado parte del Pollo Urbano. Y ambos compartieron un doble número en el año 82. Era el 13/14 y José Luís Rodríguez nos dejó publicar una serie de poemas en un pequeño cuadernillo: “La noche”, “Insufrible eternidad” “A Fany Rubio” y otro a “J.A. Labordeta”. De ambos en el mismo número publicamos una fotografía ilustrada donde se daba cuenta del debú pollero de José Luis.
Con Víctor Herráiz la relación fue más temprana pues comenzó a escribir en Ágora, una revista literaria que el director del Pollo dirigía en 1967 y sobre la que se está intentando elaborar un facsímil para que nuestros lectores la puedan apreciar, aunque ya tan lejana en el tiempo.
También debutó en el Pollo Urbano digital con este artículo publicado en Febrero de 2013:
https://www.elpollourbano.es/opinion/2013/02/ocio-ipara-que-victor-herraiz/
Y en Septiembre de 2014, Eugenio Mateo y Sofía Ferrer, realizaron con él un “rafting” por el Gállego que también quedó reflejado en nuestro Pollo:
https://www.elpollourbano.es/sociedad/2014/09/rafting-por-el-gallego-diversion-asegurada/
Amigos, compañeros y camaradas, cada vez se va haciendo más perceptible la realidad de nuestra insignificancia. Vayan estas líneas en recuerdo de los que nos han ido abandonado recientemente y recordemos esta elegía hacia Víctor escrita por Eugenio Mateo
ELEGÍA A UN AMIGO
Por Eugenio Mateo
Compañero Victor
En las otrora compactas oleadas
de aguerridos jinetes como fuimos,
el fuego graneado de la muerte
va sembrando de ausencias nuestras filas,
y al surco de la tierra vuelan
íntimas semillas de memoria.
Seguimos cabalgando, a la carga.
Siempre a la carga,
con la lanza de la vida en ristre
por un estéril campo de batalla,
erial de flores agostadas,
páramo de sombras y azabaches.
La avalancha de los viejos tiempos,
que nunca volverán,
son sólo ya presagio del encuentro inapelable
con la bala perdida,
que desde el lado oscuro de la luna
vendrá a matarnos.