La leyenda del hombre choto de peña Canciás

Por Eduardo Viñuales y Antón Castro.

    El hombre-choto es una de las figuras más especiales de los Pirineos. Encarna el error de la naturaleza y la vida al aire libre en libertad, hasta que irrumpe el amor con toda su fuerza. 

     Eduardo Viñuales y Antón Castro * han escrito juntos un libro sobre Excursiones a lugares mágicos de Aragón (Sua ediciones). Uno de los 30 destinos elegidos es la Peña Canciás, sobre el valle del Ara (Fiscal, Huesca) donde existe la leyenda del Hombre Choto, mitad persona mitad macho cabrío… Aquí nos la cuentan y nos invitan a viajar por la magia del paisaje de Aragón.

*Autores del libro Excursiones a lugares mágicos de Aragón.

     En la Peña Canciás a veces se oye el alarido del cabrero salvaje.

  Algunos han situado el relato en los Mallos de Riglos, en Monte Perdido, en Jaca, pero son más aquellos naturalistas, etnógrafos, mitólogos o autores de literatura popular que lo sitúan en la Peña Canciás, en las proximidades de La Guarguera y de Fiscal -en el valle del Ara-. Allí nació y vivió un niño al que llamaban Mamés. Su origen es impreciso: se sabe que era hijo de pastora y quizá de un andariego, de otro pastor o del macho cabrío. Sí, eso se conjeturó porque, desde muy pronto, el zagal empezó a tener el cuerpo cubierto de vello. El cuerpo y buena parte de la cara. Tenía algo de niño monstruoso, humanizado por unos ojos claros, vívidos y deslumbrantes, que exhibían candor e intuición. Vivió de majada en majada, de colina en colina, de ibón a ibón, y apuró la infancia y la adolescencia en descarnado contacto con las estaciones.

   No tardó en ir a guardar sus ovejas y cabras: partía lo más lejos posible, donde no intimidase a nadie ni llamase la atención. Su madre lo intentó mandar al colegio y lo hizo, pero sufrió tal acoso que hubo de retirarlo. Lo apedreaban, lo insultaban, lo menospreciaban; varios escolares se quejaron de que les daba miedo y de que les producía pesadillas por la noche. Así que la madre, que no tardó en dejarlo solo en los oteros con el ganado, y él mismo se dieron cuenta de que estaba destinado a una vida en soledad.

   Mamés, “el hombre-choto”, no perdió el tiempo. Aprendió todos los secretos del oficio y se afanó en conocer los misterios de la naturaleza: el comportamiento de los pájaros, las propiedades de las hierbas y arbustos, el nombre de cada uno de sus animales. Intentaba que cada día tuviera una razón para vivir y para soñar. Improvisaba un lecho para la siesta en el claro del bosque y se bañaba a cualquier hora en los ibones. Una tarde mientras paseaba por las rocas de la orilla, miró el espejo del agua y vio a una mujer, con abrigo o un chal sobre los hombros. Era hermosa, de mirar suave, tranquila. Se acercó y enlazó, con más nervios que otra cosa, un par de frases. La doncella sonrió, contestó con igual porción de suavidad y temor, y empezaron a soltarse. Se vieron al día siguiente, y al otro, y al otro. Ella le contó que estaba con sus tíos y que padecía una molesta enfermedad pulmonar. Mamés se sentía transportado a una pradera de incitaciones para el cuerpo y el alma, estaba poseído por su hermosura. Atisbó el amor y se enamoró. Ella abrió una espita a la ternura y a la compasión, y lo escuchaba con placer y sin temor: Mamés le habló del rebaño, del día y la noche, de la sierra y sus aves, de la flora, de las gasas de niebla que cabalgan sobre los montes. De repente, otro día cuando se desvanecía la tarde, ella le besó en la mejilla y le dijo: “Gracias por todo. Algún día volveré”.

   Mamés, el hombre-choto, quedó desolado. Sufrió lo indecible, lo que escriben los poetas y los enamorados furiosos, y mucho más. Se cansó de esperar. No podía resignarse: había tocado el cielo durante muchas tardes y ahora se había desplomado en lo más hondo de sí mismo. Tomó una brusca decisión: subió a lo alto del precipicio de la cara norte de Peña Canciás y, sin encomendarse a nadie, salvo a su dama, amada hasta la locura, lanzó un alarido incontenible y se echó a volar al vacío de aquel abismo. Algunos, con especial sensibilidad auditiva, han oído y oyen aún su lamento en el viento y en la música de las tormentas que pasan de la comarca del Serrablo a la del Sobrabe.

No te debes perder…

    La Peña Canciás, en su posición elevada y algo separada de los Altos Pirineos se convierte en uno de los mejores balcones naturales desde los que contemplar la nítida panorámica de las montañas que cierran al norte los soberbios horizontes con nieve del Alto Aragón: enfrente queda el altivo sector del Monte Perdido o Tres Sorores, acompañado de otros macizos del Sobrarbe, Alto Gállego, Jacetania y Ribagorza como la Peña Montañesa, Cotiella o la mole del Turbón, “donde las brujas tienden sus ropas al sol”.

   Pero debemos advertir que para llegar a lo más alto de la Peña Canciás hay que tener dotes montañeras o, cuando menos, ser unos buenos andarines. No hay que escalar, pero para coronar lo más alto de este monte prepirenaico de 1.928 metros de altitud antes es preciso emprender una larga excursión partiendo desde la localidad de Fiscal. La pista y luego el sendero estrecho remontan el barranco de San Salvador pasando junto a un salto de agua y atravesando un misterioso bosque de hayas. Tras rebasar el collado del paso de Gradatiello –donde hay que trepar de manera fácil en la roca- se alcanza el vértice cimero. Allí arriba el caminante se asomará a un paisaje de vértigo en la cumbre de un abismo sobrevolado por águilas, buitres y quebrantahuesos. En total se tarda unas 4 horas de subida, salvando un desnivel nada desdeñable de 1.400 metros. También se puede llegar a la cumbre desde el sur, partiendo de la aldea semiabandonada de Gillué en las soledades del valle de la Guarguera.

Más información del libro:

Excursiones a Lugares mágicos de Aragón. Sua Ediciones. Bilbao, 2017. 176 páginas.

http://www.sua.eus/artikulua.cfm?datuak=aragon—excursiones-a-lugares-magicos-castro%2C-anton-vi%26ntilde%3Buelas%2C-eduardo&kodea=138.66002&hizkuntza=1