«Sierra, trágame», exposición de José Azul


Por Ramón Miranda

   De niño cogía las grandes tijeras de albardero de su padre, en Burbáguena, y las blandía por el aire como si fueran un gran pájaro de fauces amenazadoras.

    Desde muy pronto se dio cuenta de que montones de herramientas del campo estaban basadas en diseños del mundo animal y en la vieja caseta familiar jugaba a combinarlas: la hoz y el serrucho eran maxilares.

 

 Luego, en Poleñino, fue dominando el oficio de soldar y limar el hierro, manejar el soplete, meter la radial y al ver los viejos útiles por la casa recordó su intuición infantil.

   Recuperó el juego de ver en una picoleta o en un cortafríos la cabeza de un pájaro a la que bastaba añadir como cuerpo un canto rodado del barranco, o una piedra de las de calentar las camas. Construyó primero una tortuga, luego el avetoro, el camaleón, un gato y no sé qué más.

   Los hierros desechados en la fragua le llevaron a crear una fauna imaginaria: de un pico de la vía del tren cortado por la mitad sacaba dos cuernos y con la parte plana conseguía la cara. El tornillo de empalme de dos piezas sirve de ojo. Un alicate puede ser una lagartija o una iguana…

   Ahora vuelve a sorprendernos y en el Entalto presenta una colección de palas con un variopinto zoo: jirafa, mono, gallo, avestruz, canguro, pingüino, hipopótamo, sarrio, cerdo, ciervo…, todos tienen algo en común, todos quieren huir de la jaula en la que están atrapados y se lanzan hacia nuevos horizontes dejando perfilado el recuerdo de su ausencia.

    Por ahí pululan también ardilla y elefante, cochino y sierratón y hasta peces gemelos. Como diría el gran Algora: ¡Paella de cordero para todos!

 

  Hasta el 15 de noviembre, bar Entalto

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