El Ateneo viaja a la Luna con Méliès


Por Carlos Calvo

  ‘Partida de naipes’, ‘Sesión de prestidigitación’, ‘Dibujante relámpago’, ‘La danza serpentina’, ‘Alucinación de un alquimista’, ‘El castillo embrujado’, ‘Magia diabólica’, ‘La Luna a un metro’, ‘El hombre de las mil cabezas’, ‘Los vestidos encantados’, ‘Barba Azul’, ‘El hombre de la cabeza de goma’, ‘El hombre mosca’…

…, ‘Viajes de Gulliver’, ‘Robinson Crusoe’, ‘El reino de las hadas’, ‘La condenación de Fausto’, ‘El barbero de Sevilla’, ‘Viaje a través de lo imposible’, ‘El deshollinador’, ‘200.000 leguas bajo el mar’, ‘Las alucinaciones del barón Munchaussen’, ‘El caballero de las nieves’, ‘La conquista del Polo’ o, por supuesto, ‘Viaje a la Luna’ son algunos de los más de quinientos títulos, realizados entre 1896 y 1913, de la filmografía del mago francés Georges Méliès.  

  José Luis Borra utiliza diferentes fotogramas de algunas de estas películas para dibujarlos en una serie de piezas que se exponen en el Ateneo zaragozano y sirven, igualmente, para ilustrar un reciente libro del sello Libros del Innombrable, escuetamente titulado ‘Méliès’. Ingeniero técnico industrial, el zaragozano Borra, cosecha del 66, se dedica de manera multidisciplinar a la pintura, el dibujo, la fotografía, el grabado o el arte digital. A principios de este siglo veintiuno decide hacer pública su obra y su trabajo ha sido expuesto en Nueva York, Londres, París, Roma, Barcelona o Madrid, tanto individual como colectivamente. Y también ha diseñado portadas e ilustraciones en diferentes libros y revistas. Ahí está la portada, sin ir más lejos, el referido ‘Méliès’, a modo de inteligente ‘collage’, que rinde homenaje al creador de la magia en el cine, de las películas fantásticas, defensor incansable de la imaginación frente al realismo incipiente en las obras de los hermanos Lumière. Su barroquismo fantástico e imaginativo, conjugado con una ingenuidad primitiva y exótica, confiere a sus obras más ambiciosas un encanto endiablado.

  Las piezas de la exposición, en una inauguración atiborrada de gente y con el atractivo de la música al violonchelo en directo, sirvieron de engarce para una nueva presentación del volumen dedicado a este cineasta pionero que nace en París en 1861 y muere en la misma capital del Sena en 1938. Un libro iluminado con el diseño de portada y los dibujos en sus páginas de Juan Luis Borra, esto es, y los textos de trece apasionados del trabajo de este ilusionista universal. Un preámbulo del zaragozano Raúl Herrero, director del sello editorial que nos ocupa, se inicia con una cita del propio Méliès (“El cinematógrafo será artístico o no será”) para ofrecer una visión de los precursores e inventores del cine y su oficio de pintor, primera vocación del francés, que deja prueba de su maestría en lienzos y en bocetos de escenas y artefactos.

  El volumen continúa con el donostiarra Bruno Marcos, licenciado en bellas artes por la universidad de Salamanca, y plasma la biografía “deliciosa” del cineasta, que “parece ya una película de Méliès”. El gallego Alberto Ruiz de Samaniego, profesor titular de estética  y teoría de las artes de la universidad de Vigo, escribe que su cine “no hace otra cosa que celebrar y profundizar con despreocupación alegre en el espectáculo engañoso que el mundo es”. Profesor de historia del arte en la universidad de Valladolid, Jesús Pascual Molina se refiere al gran impacto que causaron sus películas en el surrealismo, que en muchos aspectos reconocía a Méliès como uno de sus precursores, y habla de sus conexiones con la vanguardia artística. El argentino Carlos Barbarito, poeta y artista plástico, afirma que el descubrimiento de Méliès le hizo dedicarse a las artes y las letras. Otro argentino, Diego Civilotti García, afirma que “su mirada es artística y extraordinaria porque trabaja directamente con ideas, e inicia el comentario con esta sentencia de Hegel: “Lo que buscamos en el arte, lo mismo que en el pensamiento, es la verdad. En su apariencia misma, el arte nos hace entrever algo que supera a la apariencia: el pensamiento”.

  Un cineasta este Méliès que lidera muchos desarrollos técnicos y narrativos en los albores de la cinematografía. Gracias a la habilidad para manipular y transformar la realidad a través del cine, el galo es recordado como un mago de la imagen, un pionero en el uso de trucos al utilizar recursos de manera continua en todas sus películas: la parada técnica (para eliminar algún actor y seguir filmando), acuarios en primer plano, uso de maquetas, cámaras cenitales (efecto de caminar sobre paredes), elementos voladores o coloreamiento fotograma a fotograma. Méliès reinventa el sentido de los maravilloso para el cinematógrafo, que gasta pronto su primigenio carácter de atracción (los historiadores de la era primitiva hablan hoy de un “cinema of attractions”) concretado en el movimiento de la imagen fotográfica.

  “Méliès y yo practicamos la misma profesión: damos encanto a la materia vulgar”, escribió Apollinaire. La aventura y la fantasía. El descubrimiento de que hay otros mundos, y todos surgen del cine de Méliès. De hecho, ‘Viaje a la Luna’ (1902) y ‘El viaje imposible’ (1904) están consideradas las películas más influyentes del cine de ficción científica. Y cuando el viaje acaba se nota que ha exigido un cierto grado de ingenuidad en la mirada. La ingenuidad de unos cohetes que se incrustan en el ojo de una luna sorprendida. Por encima de todo, Méliès es uno de aquellos sensacionales ilusionistas del escenario (desapariciones, transformaciones asombrosas, decapitaciones) cuyo mayor truco consiste en, ¡ale hop!, trasladar sus vastos poderes imaginativos a un nuevo medio que por aquel entonces da sus primeros y balbuceantes pasos. Si el cine de los hermanos Lumière –científicos e industriales- representa la verdad (“este es un invento sin futuro”, dijo algún lumbreras), el suyo es sinónimo de ilusión.

  De esto y más se encargan de diseccionar los autores en los diferentes textos del libro de la editorial que dirige Raúl Herrero. Así, Silvia Rins, escritora y ensayista cinematográfica, se ocupa de los mitos femeninos en su cine. El chileno Aldo Alcota, integrante de la revista surrealista ‘Derrame’, inicia su escrito con esta pregunta: “¿Cuántas veces Georges Méliès habrá contemplado la Luna desde la ventana parisina de su hogar?”. La catalana Laia López Manrique, coeditora de la colección ‘Kokoro’, se “inventa” la escena para títeres ‘Los descabezados’. Otro catalán, Tomás Fernández Valentí, hace una glosa de sus últimos años, la decadencia y reivindicación. Del fallecido Antonio Fernández Molina, siempre atento a cualquier manifestación artística, y en cierto modo el embrión de la propuesta, se rescata su guion titulado ‘La guerra de los cien años’. El escritor y guionista barcelonés Iván Humanes se encarga del mito de Fausto. El zaragozano Alfredo Moreno cree que “la figura de Méliès emergió, como el héroe de un antiguo serial de aventuras, en el instante justo, en el momento crucial para salvar al cine de una muerte prematura”, y cita a Billy Wilder: “Él solo suministraba ilusión. Ahí es donde el cine se pone divertido. Utiliza espejos, es como un mago sacando conejos de la chistera”.

  Exposición y libro, pues, se dan la mano en el Ateneo de Zaragoza para realizar su particular viaje a la Luna. Recuerden, si no, aquel primitivo filme de ciencia ficción, acaso la imagen más acabada y perfecta de Méliès. Con él puede afirmarse que la imaginación entra a formar parte de los elementos de la incipiente puesta en escena cinematográfica. ‘Viaje a la Luna’ es la historia de unos astrónomos bufonescos que en un congreso planean viajar a la Luna para lo que ordenan que se construya un cañón en una fábrica. Coros de bellas muchachas en maillot desfilan ante el cañón, cuyo proyectil se clava en un ojo de la Luna. Los selenitas persiguen a los sabios en un paisaje lunar de cartón piedra, saltan y se transforman. Finalmente, el obús consigue partir, cae en el fondo del mar y los sabios se salvan, recibiendo los honores en una gran fiesta y desfile cómico. Puede considerarse como la obra más importante de Méliès, tanto por su metraje desmesurado como por su elevado costo para la época, henchida de felices ocurrencias y salidas. Como todas sus películas, al modo teatral, está dividida en cuadros -treinta exactamente-, separados por rótulos, cada uno de ellos con un decorado fantástico, de magnífica inventiva y plenos de trucos mágicos.

  Tanto unos como otros, desde los dibujos e ilustraciones de José Luis Barro a los diferentes textos comandados por Raúl Herrero, dan fe de este pionero del cine, hijo de unos fabricantes de calzado y el más pequeño de tres hermanos. El joven Méliès quiere ser pintor, pese a lo cual es enviado a Londres para perfeccionar sus conocimientos industriales, y allí aprende prestidigitación y magia escénica. Primero da sesiones como aficionado, y luego actúa, ya como profesional, en varias salas de espectáculos de París. El hijo despegado del negocio paterno acaba por vender a sus hermanos la parte que le corresponde y compra el pequeño teatro Robert Houdini a la viuda de este famoso mago. En 1889 procede a la reapertura del teatro, en el que monta espectáculos de ilusionismo, que él mismo inventa y cuyos artilugios construye él mismo. En diciembre de 1895 asiste a la primera sesión de cine dada por los Lumière, queda maravillado y trata de comprar, sin suerte, un aparato. Entonces compra en Londres un bioscopio de Paul y varias cajas de películas de Eastman, a precios fabulosos. Y empieza a filmar en 1896. Diecisiete años después, con ‘La conquista del Polo’, el inventor del ‘paso de manivela’ se declara en bancarrota y deja el cine. En sus días de poder y gloria, sin embargo, Méliès da al cine su primera y auténtica dimensión artística: la fantasía. Para ella inventa sus decorados y los mil recursos de sus trucos, gracias a los cuales progresa sensiblemente la técnica cinematográfica, la narración coherente.

  Georges Méliès monta sobre ese invento científico un espectáculo capaz de atraer multitudes, de convertirse en una industria, un comercio, un arte nuevo. Pero no sabe evolucionar, maldita sea, y no comprende que el cine deriva hacia otro camino: el realismo. Y ese es su fin. O el principio de todo.

Artículos relacionados :