Los estrenos en los cines: Ocultos secretos familiares


Por Don Quiterio

  Desde que vio ‘Okaasan’ (Mikio Naruse, 1952), el director japonés Hirozaku Koreeda lo tuvo claro: el tema de la familia sería su asunto, tan cercano a todas las personas y de donde siempre se pueden sacar historias.

     Le gusta ejercer de cineasta independiente en el sentido de tener pleno dominio sobre aquello que rueda, pues –para él- es muy importante seguir manteniendo la libertad creativa, pero, al mismo tiempo, y sin que eso implique ningún tipo de concesión ni le haga traicionarse a sí mismo, busca articular propuestas que sean interesantes para un público amplio, porque su objetivo último, innegociable, es compartir sus historias con el mayor número posible de espectadores.

  Ya desde sus inicios, a finales del siglo veinte (‘Maroboshi’, ‘After life’), y también a lo largo de este veintiuno (‘Distancia’, ‘Nadie sabe’, ‘Hana’, ‘Caminando’, ‘Air doll’, ‘Milagro’, ‘Nuestra hermana pequeña’, ‘Después de la tormenta’, ‘El tercer asesinato’), Koreeda se muestra como un gran plasmador de sensaciones cotidianas, gracias, sobre todo, a una incuestionable pericia a la hora de perfilar al detalle las entrañas de unos personajes brillantemente perfilados. Esto es lo que hace en ‘Un asunto de familia’, reciente estreno en los cines zaragozanos, donde vuelve a los escenarios de ‘De tal padre, tal hijo’, realizada cinco años antes, en la que reivindicaba la familia como construcción, más allá de los lazos de consanguinidad.

  ¿Cómo se forma la familia? ¿En qué momento empieza a sentirse miembro de una familia? Con estos interrogantes pergeña Koreeda la historia de su película, en la que un hombre y su hijo encuentran en la calle a una niña aterida de frío y se la llevan a casa para cuidarla, aunque sean pobres. Y parecen vivir felices juntos hasta que un accidente revela secretos ocultos. El realizador nipón, que en el tono narrativo y en el trato de la cámara nos recuerda a su compatriota Nagisa Oshima, dota a sus personajes de un toque especial que se traduce en lo que se intuye dentro de ellos. Y hablan lo justo, lo necesario. Sin pompa ni circunstancia. Y capta las emociones más íntimas que tienden a ser ocultadas. O silenciadas. Y convierte esta historia universal en una alegoría casi cósmica de la condición humana. Toda una declaración de amor hacia unos personajes de una desprotegida familia marginal, retratada con un estilo visual elegante y contenido, detallista con el encuadre y los movimientos de cámara, logrando en sus actores una naturalidad absoluta.

  Como Koreeda, el argentino Pablo Trapero (‘Mundo grúa’, ‘El bonaerense’, ‘Familia rodante’, ‘Carancho’, ‘Elefante blanco’) también se acerca al universo familiar en ‘La quietud’, y lo hace igualmente con imágenes armoniosas, de serena y delicada belleza, capaz de fascinar al espectador por su mirada ruda y de atrevida concepción de la puesta en escena, con secuencias de gran carga erótica. Es el relato de una mujer que lleva años viviendo en París y vuelve a Buenos Aires por el delicado estado de salud de su padre. Allí se reencuentra con su madre y con su hermana. Juntas de nuevo, se verán obligadas a hacer frente a antiguos traumas. Como Carole Bouquet y Ángela Molina en ‘Ese oscuro objeto del deseo’, Martina Gusman y Bérénice Bejo juegan a confundirse en la memoria del espectador como las hermanas idénticas que son. O parecen serlo. Un espejo que se refleja en otro espejo.

  Los fantasmas del pasado, los odiosos rencores y las cicatrices mal curadas vuelven a abrirse con dolorosa virulencia en este melodrama desaforado, lúcido y penetrante, filmado con claustrofóbica intensidad, en el que también se vierten referencias a la situación política argentina. Como ya sucediera en su anterior ‘El clan’, rodada dos años antes, los engaños y tensiones dentro de una familia acomodada se entremezclan con un grave secreto sobre la relación de los padres con la dictadura. Un feroz desgarro emocional y el sobrio estilo visual son las armas cinematográficas del director latinoamericano, alumno aventajado del calandino Luis Buñuel. Porque, como en ‘El ángel exterminador’, los personajes del filme de Trapero parecen estar encerrados en un absurdo y ninguno es capaz de abrir la puerta e irse. Están atrapados en una red endogámica y claustrofóbica donde todos tienen un discurso que nada tiene que ver con lo que está sucediendo y que es una herramienta de protección.

  Como Koreeda y Pablo Trapero, la cineasta francesa Claire Denis también gusta de los ocultos secretos familiares, como ya demostrara en títulos como ‘Chocolat’, ‘Viernes noche’, ‘Una mujer de África’ o ‘Los canallas’, relatos nada condescendientes, devastadores e intranquilizadores, unos descensos a los infiernos cotidianos engullidos por una colección de personajes irreversiblemente heridos y torturados, donde los papeles de víctima y verdugo se intercambian con facilidad. Ahora estrena en las salas zaragozanas ‘High life’, una inteligente intriga de ficción científica de un extraordinario (y parsimonioso) rigor expositivo y una franqueza que hiela la sangre, sobre un preso y su hija que viven juntos en una nave espacial más allá del sistema solar. Él, maldita sea, no quería tener descendencia, pero su esperma se utilizó para inseminar a otra convicta. Son, en realidad, cobayas de un extraño experimento relacionado con los agujeros negros. Estamos ante una radical fábula distópica en torno a los orígenes del universo y el sentido de la vida, vista a través del mundo familiar, tan querido por la realizadora gala. ¡Bravo!

Artículos relacionados :