Gervasio Sánchez, vivir para contarlo


Por Don Quiterio

    Son tiempos extraños, donde las modas apenas duran un instante y no se distingue, maldita sea, la buena repostería del puro pasteleo. El nivel de peloteo y baboseo es tal en personas de las artes y las letras que el respeto que les tenía se tornó en decepción, y desde entonces tuve claro que la línea que separa la lealtad de la sumisión es…

…, a veces, tan imperceptible que da asco.

   Debe ser la emoción la que mueve el tiovivo de la feria de la nostalgia en la que ya no se sabe si a uno le toca el papel de la bruja del tren o la del hombre sin cabeza.

    Esto también lo tiene muy claro Gervasio Sánchez. Habrá que recordar a los despistados –siempre mirando para otro lado- que en esta casa de ‘El pollo urbano’ se le dio el premio anual a su labor profesional, cuando empezaba y no era mediático. El tiempo, otra vez, pone las cosas en su lugar. La vida, como la naturaleza misma, es engañosa. Ya advirtió el gran Auden que los hombres, como las películas o los libros, pueden ser injustamente olvidados, pero ninguno injustamente recordado. 

     Tiene razón Gervasio Sánchez cuando afirma que el oficio del periodismo está por los suelos. Y en Zaragoza, más. El antaño cuarto poder se encuentra hoy más pendiente de entretener que de formar e informar al receptor. ¿Por qué un tema es noticia? ¿Quién decide que lo es? ¿Cómo calibrar la dimensión de las informaciones? ¿Cuáles van a ser sus consecuencias? ¿Deben dejarse avasallar por el morbo que suscitan? Ya no hay riesgo en la profesión y los periodistas y los escritores y los agentes culturales retornan a sus hábitos más acomodaticios, a la irrelevancia de las vanidades personales. Los medios de comunicación deberían organizarse en comités de redacción y de empresa, no solo preocupados por los salarios, sino también por los deberes a cumplir diariamente. Si es cierto que quien paga manda, existe el riesgo de dar margaritas a los cerdos.

    Nuestro compañero de fatigas es muy crítico con la actual situación del periodismo. No se casa con nadie. Tonterías, las justas. Para él, el oficio tiene una responsabilidad. Palidece, sin embargo. Su mediocridad se revela de forma instantánea al no atreverse a poner a los políticos contra las cuerdas, enfrentándolos a sus propias declaraciones. El ejemplo del periodismo español, muchas veces, es fuente inagotable para conocer cómo no se debe hacer periodismo. Y uno, desde luego, debe ser crítico con el papel de unos medios de comunicación más preocupados por el análisis económico que por invertir en periodismo, pese a tener la mejor generación de periodistas españoles en conflictos. Nacido en Córdoba pero aragonés de adopción, Gervasio Sánchez lleva media vida retratando las guerras pero también, y esa es su virtud, las posguerras. Lo que ocurre después es tan grave como lo que ocurre durante la guerra, pero los conflictos desaparecen cuando dejan de ser mediáticos.

    Como periodista crítico, Gervasio Sánchez comenta su pesimismo frente a la situación de la profesión en nuestro país, porque no está controlado el poder y considera “vergonzosas” las amistades que, día a día, traban entre los directivos de los medios de comunicación con los poderes fácticos, económicos y jurídicos. “Si con veinte años”, reflexiona amargamente, “aceptas la censura, las entrevistas pactadas, no habrá nunca ninguna razón que te permita decir que no a este tipo de cosas. Si yo hubiera trabajado en prensa local, me habrían cortado la cabeza hace mucho tiempo. Una cosa es decir que el presidente de Irak o de Irán es un corrupto, y otra ponerte a decir que el presidente del Santander o del BBVA lo son, a ver quién se atreve a publicarlo. La culpa la tienen una serie de sinvergüenzas que están en los puestos claves y que se dedican a destruir la esencia del periodismo. No se puede ir con un discurso pacifista y, al mismo tiempo, vender más armas que nadie. ¿Para qué sirve nuestro trabajo, de todos modos, si somos incapaces de parar unas guerras que si acaban es por puro cansancio?”.

  Este fotoperiodista tenaz y osado, entrañable e incansable, recorre buena parte de los conflictos armados desde los años ochenta del siglo veinte, y de ellos establece relatos concisos, muy bien planificados, con mucho gusto y siempre sin buscar la vena sensiblera. A lo largo, pues, de casi cuarenta años de profesión, en los que ha presenciado los conflictos más sangrientos de los últimos tiempos, Gervasio Sánchez se detiene en contar la historia de las víctimas, capaz de establecer un vínculo personal más allá del final de la guerra. Contar estas historias que acaban abriendo ventanas a la esperanza es precisamente lo que más interesa a este corresponsal de guerra. Todo un trabajador incansable, alejado del protagonismo, que huye de la idea de periodista comprometido, porque lo suyo es una obligación, siempre vigilante del poder, y de los que beben de él.

    Gervasio fue camarero en Tarragona mientras ahorraba para buscarse la vida, alojándose en hoteles baratos de aquellos lugares donde ocurrían sucesos dignos de ser capturados. Donde más se reconoce su figura es en las víctimas que él retrata. Las que ha buscado en todos los lugares donde ha cubierto una guerra (los Balcanes, Sierra Leona, Afganistán, Irak, Bosnia, Israel, Colombia) para ponerles nombre y apellidos, para darles voz y seguir documentando sus vidas a través del tiempo. Lugares en los que es necesario estar para contar lo que está ocurriendo. Lugares sin electricidad, ni alcantarillas, ni esperanza. Lugares en los que se escucha el runrún de los generadores, única fuente de luz. Lugares que huelen a miedo y polvo. Lugares en los que decenas de camiones cisterna acarrean agua potable hasta los puntos de reparto. Lugares en los que no hay trabajo, solo soldados y guerra. Lugares en los que sus mercados venden los restos del hundimiento: pobreza y piezas de segunda mano. Lugares en los que sus millones de habitantes se hallan en riesgo de sufrir una hambruna. Lugares de odio y memoria de odio en los que las etnias se matan entre sí. Decenas y decenas de matanzas, de mujeres y niños asesinados no se sabe muy bien por qué. De civiles asesinados no se sabe muy bien por qué.

    Lugares llenos de campamentos, de soldados muertos en las batallas, de desplazados que huyen a no se sabe dónde, de gente que lo ha perdido todo: casa, cabras, ollas… De gente sin dinero ni fuerzas para construirse un chamizo. Gente sin saber qué hacer, escondida, donde la paciencia se torna impaciencia. Hombres que se echan barro en la cara y en el cuerpo para espantar las moscas. Mercenarios cuyo sueldo es el saqueo. Con la violación de la mujer se humilla a la familia, al clan. Con su muerte se impide el pastoreo, el cultivo. Es la lucha del poder. Es la historia del hombre. La muerte y el hambre. Y el primer mundo a lo suyo, acostumbrado a mirar hacia otro lado.

  De todo esto y algo más habla el impactante documental ‘Morir para contar’ (2018), una producción española realizada y escrita por el bonaerense Hernán Zin, autor asimismo de ‘Nacido en Gaza’ (2014) o ‘Nacido en Siria’ (2017). Ante todo, y más allá de las durísimas escenas sobre la infancia malherida, constituye un homenaje a los periodistas muertos en el ejercicio de su profesión en escenarios bélicos, como son los casos de Julio Fuentes, José Couso o Miguel Gil. Y una revelación de la condición y la personalidad de los corresponsales de guerra españoles en general, quienes no tienen corazones de piedra ni ojos impermeables ante las injusticias: Jon Sistiaga, Mónica García Prieto, Ángel Sastre, Roberto Fraile, Carmen Sarmiento, Javier Espinosa, David Beriaín… o el propio Gervasio Sánchez. A través de sus testimonios, de sus miradas y gestos, nos cuentan cómo son esas batallas para pasar a explicar cuáles son sus propios sentimientos y sensaciones, sin olvidar lo difícil que es para ellos readaptarse a la vida cotidiana. Lo dice uno de los protagonistas: “La vuelta, después de semanas viviendo a hurtadillas, a tu ciudad en la que te sientes como un extranjero”…

  El documental de Zin denuncia las matanzas, los secuestros, las heridas casi terminales, los niños mutilados, las violaciones de cualquier derecho. Los escalofriantes testimonios de los protagonistas van retratando a los periodistas desaparecidos. También son autorretratos sin ánimo hagiográfico, subrayando tanto la relación con sus familias como el riesgo y el miedo, los traumas y la ansiedad, que, de forma paradójica, se encuentran entre las motivaciones -además de la de la denuncia, esto es- de unos profesionales en el infierno que aman su trabajo.

  No se lo pierdan.

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