Fiesta de la poesía aragonesa en Buenos Aires

151-02Poesía aragonesa en buenos airesP
Por  Diego J. de Ory, bibliotecario

    Nunca agradeceré bastante a Gloria Bencoya su escapada patagónica, dejándome a mí la responsabilidad de escribir la nota de un acto singular.

    En ‘La página de San Telmo’  se anunciaba que el 15 de enero  comenzarían los actos conmemorativos del centenario del Círculo de Aragón en Buenos Aires. Y lo hacían con un recital de poesía aragonesa a cargo de El Silbo Vulnerado, grupo hispanoargentino que estaría formado por la pianista Mónica Papalía y el recitador Luis Felipe Alegre.

   Conozco al grupo de otras veces.  Le pregunté a Francisco Palacios, que es mi vecino y es aragonés. Me dijo que sí, que habría un ensayo general el día anterior, y que él debía ir porque era el responsable de la tecnología. Así que lo acompañé al ensayo general para conocer la ubicación de los aragoneses y ver el ensayo.

    Camino del teatro, Francisco me hablaba de poetas de Zaragoza. Contaba cosas de Ángel Guinda que escuché encantado. Soy seguidor de ese poeta desde hace treinta años, lo que no recordaba es que fuera aragonés. Conocí la poesía de Guinda por un espectáculo de El Silbo Vulnerado que se dio en el Rojas y que fue impactante acá, Más margen, malditos.  Con un texto tremendo sobre España, el actor se afeitaba sin dejar de recitar. También hubo una parte de Leopoldo María Panero, pero con la poesía de Guinda el Silbo marcó gol.

   El Círculo de Aragón resultó estar en Palermo Soho. En el  1414 de Fray Justo Sta María de Oro. Muy grande, sobrio. Pedro, socio veterano del club, me paseo por las salas y pude ver una interesante muestra de libros aragoneses, y conocer, por fin, una bandurria.

    El ensayo general se retrasaba y aproveché para  mirar unas fotografías que colgaban en las paredes del teatro. Al ver mi interés, se acercó Alejandra a informarme que eran todos paisajes de Aragón retratados por Julio Foster. No hacía falta decir que era un fotógrafo muy bueno porque eso ya se veía. Pensé si no merecería la pena conocer Aragón.

     Bueno, el ensayo era una cosa incomprensible. Cuando parecía que empezaba, volvían con la escalera al escenario. Seguían con la poesía y se paraban porque los vasos estaban vacíos de vino. La proyección fue otra fuente de problemas. Francisco me explicó que el espectáculo empezaba con un vídeo, sin voz, pero con piano en directo mientras el actor está sentado en un sillón y bebe vino. El film se veía bien pero el problema era la proyección limpia y probaban todas las posturas. Lo vi cuatro veces. Primero me aprendí los nombres, luego las caras y ya las biografías de los poetas del medio siglo: Manuel Pinillos, Ildefonso M Gil, Miguel Labordeta, Rosendo Tello, Julio A Gómez,  José Antonio Labordeta.  A mitad de obra se ponía otro con los poetas de los 70. No estoy seguro si se recitaron textos de todos los poetas que aparecían: Ana María Navales, Javier Barreiro, Ángel Guinda, Ignacio Prat, Joaquín Sánchez Vallés, José Luis Alegre Cudós, Manuel Martínez Forega y Alonso Cordel. 

     En el centro de la sala había una pareja viendo el ensayo. Entramos en conversación y poco a poco nos fuimos reconociendo. Eran la gran actriz Ana Padovani y el doctor lacaniano Edgardo  Feinsilber. Ana es algo así como la presidenta del club de fans del Silbo. Como es de la farándula no le inquietaban las interrupciones del ensayo y habló muy bien de la pianista.

    Cuando empieza la segunda parte, el actor se quita el saco, saca la camisa por encima del pantalón, se sienta y hay que traer más vino. Mientras recita una poesía se lía un cigarrillo. Se caen los papeles.  Es el caos. Nos vamos al bar y comemos pizza.

    El día 15 llegué en el momento en que Alejandra acababa de presentar la sesión a una centena de espectadores. Tras los aplausos, vi que al vídeo introductorio de la sesión  se le había añadido el del intermedio, aclarando que la primera parte eran poemas escritos antes de 1975 y la segunda después. También se leía que al recital le faltaban los cuerpos correspondientes a la poesía más reciente y a la poesía escrita en las otras lenguas que se hablan en Aragón, el catalán y la fabla.

   Los minutos iniciales los pasé parado al fondo de la sala. Desde allí oí los primeros versos de José Antonio Labordeta y pude ver a una señora sacar un pañuelo del bolso, suspirar y secarse unas lágrimas. Supuse que se le había despertado la nostalgia por la tierra o los ancestros.

    De Julio Antonio Gómez dijeron dos poemas, “Zaragoza amarilla” y “Geografía”. El primero de ellos la pianista lo enmarcó con el temazo “Milonga del ángel” de Piazzola. La pucha, dije, parece que se hubieran hecho el uno para el otro. Esta vez casi lloro yo. Mal empezamos, me dije. Alguien del Círculo me trajo una silla. De Rosendo Tello hubo dos poemas, los más breves de la primera parte. Manuel Pinillos debió ser un poeta torrencial, por lo oído esa noche. También me lo pareció Miguel Labordeta, aunque más medido en lo formal. Mónica Papalia enmarcó poemas con Chopin y Satie. A veces Alegre queda sentado, escuchando el piano  y bebiendo  vino. Cuando se acaban los poemas, las hojas caen al suelo.

    El actor anunció la segunda parte y habló de la década de 1970, en el medio de la cual murió la dictadura. Especuló con los posibles agrupamientos generacionales y recordó algunos intentos: generación de los 70, generación del lenguaje, generación de la democracia, generación del desencanto, etc. Mientras hablaba cambiaba su aspecto a informal, sin saco.

   Lo cierto es que estos poetas sonaban distinto a los anteriores. Y no porque los nuevos formaran un coro unísono, más bien por lo contrario. Nada que ver  Navales con Alegre Cudós. Ni Sánchez Vallés con Ignacio Prat. Pero traían a la escena temas nuevos, intenciones nuevas. Y esto se reflejaba en la interpretación. Un poema, “Épica inversa”  de Alonso Cordel,  ‘ritmó’ con una milonga de Contursi; en “Balada de los fumadores de hachís” de Sánchez Vallés, el actor se lió un cigarrillo al son de los Beatles. Los breves poemas de Ángel Guinda fueron largamente aplaudidos.

    Hacia el final, un ‘artefacto’ de Martínez Forega operó como bomba de risa con efecto retardado.

     Mientras aplaudíamos, comparaba el tamaño de Aragón (47.700 km²)  y su población (1.300.000).  Es algo más pequeña que Jujuy y tiene los habitantes de Tucumán. Y sí, yo me sorprendo de la variedad y calidad poética que genera ese pedazo de tierra española. También me maravillé de que todo lo que consideraba imposturas en el ensayo, fueran golpes escénicos perfectamente planificados en acción, gesto, letra y música. Olé!

   Encendida la luz aparecieron conocidos, primero saludé a Marta Sabella y Cristina Villanueva, fans declaradas del grupo aragonés; a la entrerriana Carina Resniskiy, que este año ha subido al escenario la poesía de Juan L. Ortiz; y a los músicos Leticia Ciccone y Roberto Gutiérrez, que cantan versos de Jesús Lizano en su dúo ‘La nada aparente’.

    Diego Morlan y Nicolás Domínguez hablaban con entusiasmo de los poetas últimos. Diego Cazabat y Andrea Ojeda, del teatro Periplo, comentaban los giros inesperados del recital y Luis Felipe les decía algo así como que en los toros hay varios tiempos y que el torero debe saber cuándo cambiar el capote por la muleta. Y dijo que la música del recital había sido como las banderillas que se clavan al toro. Roberto Gutiérrez le pidió al actor los poemas de Rosendo Tello, Nicolás le pidió referencias de otros.

    Los hospitalarios aragoneses sacaron vino para todos. Mónica Papalía fue muy felicitada porque estuvo espléndida. Es una de las grandes pianistas argentinas de la música clásica con impronta folclórica. Fue un lujo escucharla integrada a los versos.

   Y, bueno, así comenzaron los aragoneses a celebrar el centenario de su Círculo: con una fiesta de poesía. Ojalá les acompañe el mismo éxito en todas sus actividades.

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