“Caperucita no vivió en el Pirineo” ni tampoco la historia y sus relatos silenciadores

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Por Jesús Soria Caro

No son parte del cuento de la infancia de este mundo nuestro globalizado la voz de esas otras realidades “descaminadas” por la Historia, que son las de aquellos pueblos que perdieron su identidad de la misma manera que sufrieron agónicamente el exterminio de su lenguaje, código genético de su cultura, tradición y visión de una vida más cercana a las raíces sociales y naturales de su tierra.

En esos territorios de la derrota de aquellas otras propuestas pérdidas de realidad y de interiorización de la vida a través de un lenguaje y de una cultura exterminados, también debemos -de acuerdo a las teorías de Judith Butler sobre el construccionismo social- considerar el role de la mujer, construcción antropológicamente sometida a un diseño de alienación social de la vida en el que esta ha sido una marioneta al servicio de una mano patriarcal que la controlaba y anulaba su voz. Así sucede en este conjunto de relatos firmados por María Pilar Benítez que llevan por título Caperucita no vivió en el Pirineo (Mira Editores, Zaragoza, 2012), en los que se analiza la identidad perdida de la cultura de esas montañas y de las mujeres que las habitaban.  

Si el disfraz de las identidades y roles impuestos es un ropaje que falsea la verdadera apariencia de quien lo viste, es necesario desnudar a la Historia en el cuerpo de otras verdades, la de la mujer, las de los pueblos avocados al silencio de su lengua y de su cultura. A lo largo de los cuentos propuestos por María Pilar Benítez se nos ofrece una deconstrucción, una “reterritorialización” de la verdad desde esas miradas apagadas por del poder, por esa visión que olvida las otras formas de entender la realidad, como son la de la mujer, pero también la de aquellos lugares perdidos que afortunadamente quedaron en la periferia de “las orgías desmedidas de la historia” (Soria, 2008: 35). Así ha sucedido en Aragón y en las vidas de los seres que habitan estos relatos, son mujeres cuya voz de libertad se ha consumido debido a una lengua que ha enfermado de negaciones, que ha sido como la llama de una vela apagada por el viento de la verdad y sus exclusiones, con sus ejercicios de dominio, de poder de unas sobre otras. Si el fuego de esa llama perdida en el tiempo fue la lengua aragonesa, el viento de la verdad que lo apagó fue la estrechez de miras culturales y las avasalladoras leyes de lenguas. Si el fuego de esa llama fue la verdad, otra de las mujeres, que, como afirmó la propia autora, son “mujeres de diferentes épocas, y todas luchan por hacerse dueñas de su propio destino”, la fuerza que acaba con su calor ha sido el poder ordenador y creador de la identidad de la mujer, reduciendo su actuación a un papel social de sumisión. “Caperucita” es un icono global de los cuentos de los niños, pero en este también se dibuja parte del concepto unitario y global de lo femenino, de la mujer como pieza secundaria en el reloj de la Historia. En el libro de María Pilar Benítez esto se subvierte en uno de los relatos en el que una niña entra en una tienda sin lógica y aquí le comunican que la protagonista se ha cansado de ser la sumisa niña, la obediente marioneta de un relato que siempre debe hacer lo mismo cada vez que el cuento es leído por alguien, quiere cambiar su construcción de lo real, lo que -por extensión ontológica-  es una propuesta de que nosotros, los lectores, también cambiemos la nuestra. Ahora ya no querrá repetir su mismo esquema de actuación, se ha cansado de ser obediente a lo que se espera de ella como buena niña que repite en todas las lecturas el mismo camino para ser acosada por el lobo; aunque no hay mayor “lobo” que la precaria situación que ha ocupado la mujer en muchas de las etapas de la historia. Este relato funciona así como metáfora de la lucha que debe acometer la mujer para liberarse de su papel anulador en la ficción real de la Historia, donde su voz como ser igual al hombre ha sido silenciada. Quien tampoco vivió en el Pirineo fue otro de los mitos globales de los cuentos de la infancia, es Peter Pan, el personaje creado por J.M. Barrie que no quiere ser adulto, no quiere traicionar el espacio de los sueños, la libertad y la imaginación que es la infancia, por lo que permanece en “El país de nunca jamás”, ya que no desea crecer, ser adulto y traicionar los sueños y la mirada libre y creativa de los niños. En la historia titulada “Los puentes del Ebro” hay una revisión desde la lectura otra de la mujer de “Peter pan”, que es deconstruido con un personaje femenino que mantiene la visión inherente al creado por Barrie. En este caso la protagonista es una niña que, desde las montañas, acude a comprar a Zaragoza y siempre arroja al Ebro, estando junto a su madre, barcos de papel en los que viajan sus sueños al mar. El paso de los años lo cambia todo, incluso el puente en el que los lanzaba. También el mar de los sueños de su madre se seca, pero ella quiere mantener ese espíritu de la mirada libre e imaginativa de la infancia, por lo que decidirá seguir siendo como la niña que siempre viva en los sueños de la infancia, en un particular “Nunca jamás”.

Hay en muchas de las historias narradas una reflexión sobre la soledad, el abandono, la injusticia, la nostalgia de esas mujeres ante su silencio como sujetos libres, esa voz es también la de una tierra, un sentimiento, una forma de entender la vida desde un paisaje externo e interno que está despareciendo al mismo tiempo que la lengua que los interioriza. En “Plandebán” aparece una joven que a principios del siglo XIX se ve obligada a iniciar un tratamiento en el balneario de Panticosa. Ella percibe que su curación no solo es física sino también introspectiva, ya que, como leemos en su reflexión planteada con un monólogo interior, “Plandebán ablanda las almas, las aparta de su camino, rompe los límites que, de costumbre, las ahogan” (Benítez, 2012: 32). Sin embargo, allí sufrirá los prejuicios sociales cuando despierte su admiración y algo más allá de esta por otra de las internas, una intelectual que lucha por la dignidad de la mujer. En una de las reuniones ante la mentalidad represora mostrada por algunos hombres del pueblo defenderá el derecho de la mujer a elegir su vida y a afrontarla por ella misma. En esta historia de amor entre dos mujeres se revitaliza el término queer utilizado por Judith Butler que aboga porque la sexualidad humana se libere de identidades y roles fijados por una construcción cultural que elimina o prohíbe otras opciones diferentes a la mayoritaria.  Butler trabajó las políticas de identidad, partiendo de la inspiración de los análisis de Michael Foucault y de Jacques Derrida, desarrollaría la idea de la performatividad, que supone que la identidad sexual no es algo dado inherente a nuestra naturaleza, sino el resultado de prácticas discursivas y teatrales de género que imponen modos de entender, de vivir y de desarrollar la personalidad en la sociedad:

“El género no debe interpretarse como una identidad estable o un lugar donde se asiente la capacidad de acción y de donde resulten diversos actos, sino, más bien, como una identidad débilmente constituida en el tiempo, instituida en un espacio exterior mediante una repetición estilizada de actos” (Butle, 2001: 172).

“Luna mengua” aborda un amor trágico, hay un círculo del destino que es reabierto por un niño que vuelve a la vida de la protagonista trayendo con su presencia el pasado trágico que esta vivió. Fue una historia entre un lugareño que hablaba la lengua de las montañas y que la conoció a ella, la maestra, que deseó abandonar junto a la mujer que amaba un mundo limitado de creencias. Pero, su amor no era aceptado por la comunidad ya que de antemano estaba ya fijado quien debía ser su esposa. Otro relato que retrata la mirada de la mujer en una tierra de ausencias y pérdidas de lo identitario es “Recetas de amor de una yaya” donde se narra la relación de estrecho vínculo entre una joven con su abuela y con las raíces culturales de su pueblo. La anciana tiene una forma de sentir y de ver la vida desde una visión cercana a la tierra, a la naturaleza. Gracias a su abuela logra superar la muerte del joven al que ama. Ella le enseña que toda persona debe renacer en el invierno de sus días más fríos y resurgir con fuerza, porque la vida es como el acto vital de la naturaleza, una sucesión de inviernos fríos y de lluvias en el alma para renacer después como una primavera de sol, fuego y vida. Por eso tras conocer la vida moderna de la ciudad decide regresar a su pueblo, porque quiere vivir desde la proximidad a la tierra, conociendo la verdad desde la mirada de su ser cercano a la naturaleza, afirmando que: “Por eso, decidí abandonar mi “ciencia”, como ella la llamaba, y dedicarme, ya para siempre, a conocer su lenguaje, el lenguaje, el lenguaje de la naturaleza, el único con el que podríamos continuar hablando y sintiendo ella y yo” (Benítez, 2012: 55). Todo esto hará que la joven, que es el  símbolo del futuro de quienes han abandonado los pueblos, decida un camino de regreso a su hogar, que es su Ítaca particular en las montañas, siendo así una relectura intertextual  del Ulises desde la visión de la mujer y de las raíces de la tierra a la que se une. Es especial el juego de estructura del cuento titulado “Xelín”, que tiene algo de propuesta de la aventura de mirar la verdad desde diferentes perspectivas. Es un juego de técnica narrativa similar al que empleó Aikira Kurosawa en Rashomon en la que tres personajes contaban desde su punto de vista la violación de una mujer. En el cuento aquí citado contamos también con diferentes perspectivas, ya que una mujer, su hija, otra mujer y la propia cala a la que acuden ofrecen su visión sobre lo que acontece en el relato. Especialmente poética es la mirada de Xelín (personificación), que es la cala, el lugar de la playa que también tiene voz y mirada sobre la vida de la madre que tuvo que prostituirse para sacar adelante a su hija y sobre los zapatos rojos, que son el símbolo de ella como un escapare sexual en el que poder venderse para comprar el futuro de su hija:

“La otra, también con el cuerpo pálido y la larga cabellera negra de su madre, pero con un largo camino por recorrer hasta aprender a tejer sus propias zapatillas rojas. No voy a ocultar que, de nuevo, tuve ganas de acogerlas en mi seno, abrazarlas y retenerlas para siempre conmigo. Sin embargo, no es ese mi destino.” (Benítez, 2012: 118).

    Caperucita no vivió en el Pirineo nos senderea por esos caminos no transitados por la Historia, por esas otras direcciones que fueron valladas por un mundo que caminó hacia una mirada cerrada de la verdad, excluyente de las otras visiones. El libro de María Pilar Benítez propone viajar por los arrabales de la Historia, conocer las otras miradas, la de la mujer que luchó por su dignidad y la de aquellos que vivieron, sintieron y amaron dando forma a sus ideas con una lengua, la que se hablaba en aquellas montañas de Aragón, que poco a poco ha sido desplazada y silenciada como lo fueron las voces que miraron la vida desde la visión ajena al poder.

 

BIBLIOGRAFÍA:

BENÍTEZ, María Pilar (2012): Caperucita no vivió en el Pirineo, Zaragoza, Mira Editores.

BUTLER, Judith (2001): El género en disputa, Paidós, México.

SORIA, Jesús (2008): The end, Aqua, Zaragoza.

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