El feliz regreso de la ‘King Kong’

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Por Carlos Calvo

Fotografías de Rafa Esteban

     ‘King Kong’, la sala de conciertos con el nombre de la campeona indiscutible de todas las películas de monstruos, ha reabierto sus puertas tras estar casi veinte años –dieciocho, exactamente- cerrada.       Agustín Gil y su socio Santi Castillo apenas han cambiado el habitáculo de un espacio que dio conciertos durante casi dos años –un año, siete meses y tres días, por precisar- a mediados de la década de 1990 –del invierno de 1996 al otoño de 1998, ajustando-.

     Con un picoteo rico, rico, y un vino con denominación de origen, o sin él, se brindó por el feliz regreso, en un recinto repleto por el que aparecieron, entre otros muchos, Fernando Aladrén, Antonio Tausiet, Ana Esteban, Paloma Marina, Paco Simón, José Luis Yzuel, Vicky Calavia, Nines Cárceles, Chus Blasco, Dani Clemente, Iñaki Villuendas, Isabel Julve, Eva Villar o Chema Fernández.

   Y mi compañero de fatigas Rafa Esteban, con su cámara de vieja escuela (clic, clic, clic), y el que esto escribe, con mi boli de cristal azuloscurocasinegro, no paramos de beber, bailar y saludar. Venga a saludar. Venga a bailar. Venga a beber. Toda la noche.

    El programador musical de la sala, Tomás Gómez, no pudo empezar con mejor pie al conceder al grupo ‘Doctor Cuti y los Mogambos’ (o, literalmente, ‘Dr. Cuti and the Mogambos’) amenizar una velada que se prolongó hasta el amanecer, que no es poco. Y, en efecto, al escenario subieron la voz y el piano del carablanca con sombrero de copa Ramón Vericat (‘Cuti’), la nerviosa guitarra del simiesco Guillermo Mata y la contundente batería del explorador José Luis Seguer (‘Fletes’), quienes ofrecieron un repertorio para recordar.

    Empezaron, como no podía ser de otro modo, con el sugerente tema de ‘Hombre mono’ (al gigantesco gorila, fíjense, lo explotan como atracción de feria) y terminaron, maldita sea, con el contundente de ‘Nada puede calmar mi dolor’. Por el camino, otra vez, lo mejor de lo mejor, en la mejor tradición del rocanrol: ‘He sido malo’, ‘Hombre chino amarillo’, ‘Iko Iko’, ‘Summertime’, ‘You never can tell’, ‘Zulú’, ‘Old black Joe’, ‘Negrita’, ‘Rabino rock’, ‘My babe’, ‘Un amor en cada puerto’, ‘Doctor Cuti’, ‘Barco de vapor’, ‘Bombón’, ‘Llega el tren’ (o tal vez no), ‘Sigue lloviendo’ o ‘Ya no quiero verte’.

    Lo que sí vimos, al fondo del escenario, fue la proyección de la película dirigida en 1933 por Merian Cooper y Ernest Schoedsak, que tomó un extraño encanto. Una versión, recuerden, de la fábula de la bella y la bestia protagonizada por un simio, cuya historia (sin final feliz, ay) se desarrolla a la manera del antiquísimo conflicto entre la ciudad y la naturaleza.

   Las escenas que transcurren en la isla Calavera, demonios, impresionaron de nuevo a los asistentes, ya desde la primera y magnífica aparición de King Kong, finalmente intimidado por la belleza de la mujer expedicionaria que interpreta Fay Wray. “Con tanto alboroto”, dijo Paula Ortiz, también presente en el evento (¿o no era ella?), “la música de Max Steiner no se ha podido escuchar”. Y un anónimo que pasaba a su lado, como sin querer, musitó: “En lo alto del Empire State Building te encaramaba yo”.

    En el intermedio del concierto, con la manía salvadora de no creer demasiado en nada, Cuti se pidió un penúltimo güisqui con tres rocas de hielo que le hizo dosel en la garganta. Es de los seres a los que la risa se le insinúa antes de que remate del todo.

    Yo le tengo ley. Y los que se fijaron bien, o los que todavía no estaban suficientemente engorilados, por así decir, vieron un símil perfecto entre la banda de Cuti y la película del simio. O sea, un delirio. Esto es, la atmósfera irrealmente onírica y la rara fascinación que desprendían los intérpretes del concierto casaban como un guante a la mano con la odisea del colosal gorila perdidamente enamorado de una neoyorquina aspirante a actriz. En esa combinación latía, verdaderamente, una exacerbada sensualidad y un mágico poder poético.

    Si el majestuoso esplendor de la película primitiva está destinado a perdurar, gracias en no poca medida a la ‘actuación’ de su gigantesco protagonista, deseamos, Rafa y yo, lo propio con una sala que reincorpora para esta ciudad inmortal los conciertos, la danza, el teatro, el cabaré, el cine y otras disciplinas artísticas. Y si los aviones militares, dios no lo quiera, tratan de abatir a King Kong, los apartará a manotazos y siempre preferirá sacrificar su propia vida a hacer daño a su prisionera pero amada, lo cual nos sirve, mira por dónde, para despedirnos con la famosa frase final de la película: “Fue la belleza lo que mató a la bestia”.

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