Eugenio Mateo y sus historias con mucho cuento

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Por Carlos Calvo
Fotografías de Rafael Esteban

   Amigo y colaborador de ‘El pollo urbano’, Eugenio Mateo (Zaragoza, 1950) presentó en el museo Pablo Gargallo de esta ciudad inmortal su libro ‘Historias con mucho cuento’ (Erial, 2015), el primero que publica esta editorial tras la acogida de su revista ‘Crisis’ y, asimismo, su debut como escritor de libros.     En la mesa de ceremonias, además de nuestro protagonista –que dio besos y abrazos para todos-, estuvieron Juan Domínguez Lasierra y Fernando Morlanes, quienes disertaron de la importancia de este lanzamiento al ruedo literario de la ficción, aunque no desdeñaron extenderse, si la ocasión lo permitiera, en el terreno del ensayo o la poesía, del pensamiento en general.

   Como bien reflejan en sus respectivos prólogo y epílogo del libro, Fernando Morlanes y Juan Domínguez Lasierra abordaron la obra del autor, un narrador, dijeron, que no deja que su fantasía se ahogue esclavizada por los límites que suele imponer la verosimilitud, que nos lleva y nos trae por donde quiere, con esa habilidad tan suya para la imaginación en escenarios cotidianos, acaso arraigada desde sus primeros juegos infantiles, y siempre con ese punto de humor, de socarronería, en la típica tradición de cierta intelectualidad aragonesa.

   También intervinieron en el acto Luis Trébol y María Otal, que recitaron varios pasajes del libro, empezando por el poema que da entrada al volumen de cuentos, del propio Eugenio Mateo: “Ah, las noches de bohemia / sin coches a la puerta. / Pasó el último tranvía, / la noche solo es fría / para mi sombra incierta”. Y es que este agitador cultural ha sido, desde su adolescencia de poeta en la prensa zaragozana hasta las catacumbas del arte en sus nuevas tendencias, un indisciplinado muchacho de orden que atisbaba los presentes con la atención del que quiere aprender de todo. “Dicen”, afirma Mateo, “que la inquietud es un escalofrío de curiosidad, y presentirla desde las aceras de las calles que surca el paisaje propio hace descubrir lo oculto a simple vista. Contar historias permite vivirlas sin estar presente, con asiento preferente sobre el balcón del teatro cotidiano”. A fin de cuentas, añade, “es poder ser el protagonista de algo que solo existe en la pluma de la imaginación”.

   El volumen se inicia con ‘Acacio, el hombre árbol’, un caso de metamorfosis hacia una forma de vida vegetal, y concluye con ‘Un cuento de otoño’, en torno a la ácida realidad de la estupidez humana. Entre ambos, veintiséis relatos más, alejados en su mayoría del realismo, estertores de caricias y reproches, desde la sátira a la tragedia, desde la fábula al simbolismo, desde la fantasía a lo grotesco, desde la marginalidad al existencialismo, desde los sueños a los placeres mundanos. En el recorrido nos encontramos a personajes de temblores imperceptibles, de olores matinales, de miradas intimidatorias, miedos fluyendo por los poros, pasos como sarmientos secos rozando el suelo, asaltantes con sombreros contra el sol, mastodontes mecánicos, beatas que se santiguan en zaguanes y corrillos, hechizos lanzados desde remotos escondites, bestias y hombres frente a frente, fantasmas que se encogen de hombros, insectos que chupan rápido, moles de piedras que se desprenden de sus ataduras, escritores absolutamente incomprendidos, rebufos del agua desbocada, cuencos repletos de promesas, muertos cubiertos de oro, trenes como preámbulos de muchos epílogos, sombras de siluetas jorobadas, troncos que sufren de amores, troncos a la deriva. O, en fin, lluvias que apagan los ardores y vuelven corderos a los lobos.

    El pensamiento fragmentario de Eugenio Mateo entra a saco por las microfisuras de la estética, de las artes y las letras, de la trampa urgente de ese porvenir quincallero que nada tiene que ver con el futuro. Y allí abastece de razón, pasión e ideas a quien se quiera asomar. Sus cuentos penden, formando raros equilibrios, o reposan sobre superficies extrañas y difíciles de explicar. Siempre con humor, ternura e ironía, la prosa de Mateo discurre sobre fondos hostiles e irreales, a la manera de pequeños cuadros como alegorías de la fragilidad de la vida humana. Y también animal. El suelo deslizante. La trampa al acecho. Una pista helada dirigiéndose a un horizonte lejano, difuso. Una pista en la que no todos sus patinadores lograrán mantenerse en pie. Un paisaje sembrado de trampas para pájaros del más distinto pelaje. Un paisaje en la niebla. Un paisaje después de la batalla. Un paisaje pirenaico. Una situación, por extensión, frágil, deslizante y selectiva, en la que muchos acabarán rompiéndose el costillar y otros, ay, quedarán atrapados.

   ‘Historias con mucho cuento’, además, cuenta con veintiocho ilustraciones –muchas de ellas creadas directamente para los relatos- de diferentes artistas, entre los que se incluyen Paco Rallo, Óscar Sanmartín, Sergio Abraín, Isidro Ferrer, Philip West, Alicia Sienes, Kumiko Fujimura, Samuel Aznar, Eva Armisén, Miguel Ángel Arrudi, Manuel García Molina, Leticia Hidalgo, Ángel Laín, George Massanes, Mariusz Otta, Álvaro Peña, Miguel Sanz, Esther Sunyer o David Vela. El propio Eugenio Mateo ilustra dos de sus cuentos: ‘Ratones’ y ‘Corred, corred, malditos’. 

  En el primero, uno de los más cortos, Mateo nos habla de tres fraternales ratoncillos de monte, de la misma camada, para reflexionar sobre el espíritu de las especies, en este caso la humana y la roedora. En el segundo, la imagen de una especie de bodegón con panes y migas sirve de soporte a un relato donde el hambre se convierte en saliva, en hacedor de pesadillas y disneas, que ataca a traición, como el mejor alimento para la inteligencia, porque muchas veces confundimos la falta de apetito con el hambre en el mundo, en una suerte de guiño a cuatro bandas entre la inmortal pieza shakesperiana, la apocalíptica prosa de un probable Blasco Ibáñez o los clásicos fílmicos del aventurero  Richard Fleischer y del intrigante Sydney Pollack.

   Valgan las propias palabras de Eugenio Mateo como despedida: “Este libro juega con la palabra como en los relatos los personajes juegan al despiste con la fantasía. Cuento es todo lo que no se puede confirmar. Reivindico a seres fantásticos que son como usted o como yo mismo detrás de la careta de amasijos vitales. Precipitamos emociones que tienen mucho de esperpénticas y nos sentimos bien, moderadamente bien, fabulando, que fabular es dar rienda suelta a lo posible que todavía no ha probado a conocerse”. 

  Y remata: “Estos relatos provienen de recientes desvelos en la madrugada o no tan cercanos, si me permiten la franqueza. Algunos fueron escritos cuando todavía creía que todo tiene arreglo, otros son el resultado de la ácida realidad en la que casi nada tiene sentido; unos y otros describen situaciones que rayan en lo inverosímil porque lo grotesco o desmesurado forma parte intrínseca del ser humano, cada vez más insincero y menos predecible, pero hombre al fin que puede volar sin alas cuando se lo propone”.

   Historias, al fin y al cabo, con mucho cuento.

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