Crónicas delicuescentes: Los desmemoriados.

Por Hildebrindo

          Creo que de los olvidados me he ocupado, aunque fuera de refilón, en alguna otra crónica;  además Buñuel ya lo hizo muy bien, tiene denominación de origen.

    Los olvidados son personas apartadas porque “ya” no sirven para los fines que en su día se marcaron las cabezas vacías para abastecerse, o personas que se borran porque resultan incómodas para la supervivencia en la ética construida a imagen y semejanza de lo que exige el status,  anacrónico además,  en el que quiere moverse el desmemoriado  para sentirse cómodo y seguro dentro de los nuevos baremos  a la page.

    A principios de año el cronista fue invitado a la embajada española en Londres y pisó el escenario de los eternos personajes que lo frecuentan. Los hombres bastante bien vestidos, con una casi imperceptible concesión a la modernidad y las mujeres en su sitio de heteras, con carreras universitarias y sociales, algunas de ellas; genero siempre importante, imprescindible por cuanto de prodigio produce su visión deslumbrante. Mis ojos, recorrido el elenco intelectual y artístico, se imantaron, como no podía ser de otra forma, en la mujer madura, de rostro sugerente y atractivo, no muy diferente al que yo conocía desde hacía muchos años. Como era ella, evidentemente rodeada de hombres carismáticos y atractivos, entre los que predominaban los jóvenes y bellos, me abrí paso y sonrientes nos besamos en las mejillas. También era predecible que iniciásemos el diálogo protegidos por el biombo de las copas,  frente  a su redondel de mozos. El cronista solo quería charlar con su amiga. En cuanto comenzó  a rememorar los años de vivencias juntos, anécdotas agradables, idóneas para recordar buenos momentos, la dama cambió su expresión y dijo, solapadamente, que no había sucedido nada de lo que le estaba diciendo, que ella no sabía nada de aquello, que ni siquiera en Inglaterra había bebido  cerveza negra y rubia mezcladas. ¡Pasmo¡ Y digo más, en el mismo vernisage de la embajada, coincidió un señorito jerezano, buen amigo , esteta, un “beau brumell” diletante, amigo de los dos, que se alegro de la coincidencia de vernos juntos; nos abrazo y,  ajeno al diálogo de los olvidos tratados en nuestro diálogo, rememoró algunos incidentes de los años pasados, mucho más picantes y  celebró lo feliz que había sido conviviendo en Londres con unos aragoneses tan diferentes como nosotros. Fin.

      La anterior anécdota viene a propósito de los desmemoriados, ya que estando en tiempos de la “memoria histórica”,  se relega a los que buscan la memoria personal, sin maquillaje, a los que aportan recuerdos firmes en el tiempo, aunque sea pasado. Lo mismo que me ocurrió con la dama de la embajada, encuentro  otros amigos, llamémosles si queréis  personajes del pasado, , que funcionan de forma similar. No quieren reconocer que existieron en otro tiempo actuando de forma  transgresora, potenciando al límite todos los recursos que avivaban sus deseos, mostrándose nítidos y seductores. ¿Por qué ahora, instalados en cómodas colmenas,  no muy llamativas por cierto, en  protectores refugios  burgueses con vistas a calles silenciosas y prudentemente arboladas, quietos desde sus miradores, brindando en su soledad remembranzas que no quieren decir fuera de ellos, pero que durante toda su juventud, les reportó  felicidad que les gratificaba? Soy incapaz de calificarles con el manido y literario al uso de “fascistas”, “metidos en bunkesrs” y tengo la disyuntiva de divagar sobre el  “progre” moderno que para serlo está obligado a ostentar los atributos que hoy  conlleva; a saber: ser  intelectual, ateo y de izquierdas, y practicar una forma autista frente  a la evidente realidad cotidiana, o amedrentados por la rumia de su educación católica y apostólica cristina.( Cristianos somos todos, menos los árabes). Cuando estoy con ellos palpita dentro de mí una sensación que nos aleja, intuyendo que huyen hacia delante porque les mortifica que los vean ahora como eran antes, temerosos de que las queridas antiguas relaciones delaten su pasado, por otra parte no demasiado inconfesable para  personas que se declaran, sin que nadie les pregunte ni les interese, ser  hoy ateas, intelectuales y de izquierdas. ¿Y antes que eran?. Ya es tarde. Están señalados en el espacio, ya que el tiempo los superó. Simulan estos desmemoriados carecer de experiencia y de recuerdos de una vida humana, pasada, of course, normal. Aparentan con el estucado de su rostro y el disfraz de la moda de temporada en la que  hoy chapotean torpemente, adoptar un gesto de falta de sensibilidad,  carecer de pasiones  y, por consecuencia,  de recuerdos;  y pretenden ignorar lo que hoy significa ser persona, siendo incapaces de responder a sensaciones afectivas, porque se han aplicado a desarrollar la indiferencia; únicamente son aparentemente tolerantes con las personas que olfatean que van a contemplarlos o a olvidar su pasado. ¡Paradójica ignorancia¡ No quieren tener reacciones comprensibles, normales, como si no hubieran aprendido por experiencia, que las auténticas respuestas y comportamientos de y con los demás, aún en el ejercicio del amor, nunca son   éticos.

       Lugares dónde acudir para encontrar desmemoriados-replicantes: padres esperando la salida del colegio de sus niños, organizaciones filantrópicas para ayuda de la perpetuación del mundo hambriento, políticos de nuevo cuño, que no se comieron en su tiempo una rosca  Escarlata O´Hara en la Tara de “Lo que el viento se llevo”, y cualquiera que pretenda perpetuar su dorado y glamoroso tiempo pasado.  

      El cronista  descubre que todavía tiene el don de asombrarse e interesarse por las cosas. Por eso ante el “ab renuncio a Satanás”, agrego el  “Ridere senza malinconía” de Tino Rossi y “Date al dolar , que es lo “mandao”, de su “Balada de la felicidad” de Kurt Weill. (la última frase traducida para Massiel en su recital de canciones de Kurt Weill, de la que nadie se acuerda).

     Lo bueno , si breva, dos veces bueno.

     ¿Me voy o no me voy?, de Moraleda y Celia Gámez, cuando creían que empezaba a decaer.

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