Maternal Palomero y otras fisuras (o grietas) del querer


Por Don Quiterio

   Acaso Pilar Miró, Gracia Querejeta, Icíar Bollaín e Isabel Coixet abren un camino para que una nueva hornada de mujeres realizadoras talentosas se hayan impuesto en la industria del séptimo arte. Uno de los…

…nombres más relevantes es el de la zaragozana Pilar Palomero, que ya desde su ópera prima, ‘Las niñas’ (2020), da muestras de su innegable pericia con ese reflejo de la falsa modernidad en la España de 1992 al narrar las peripecias de una niña de once años y sus compañeras de colegio (de monjas). Una suerte de viaje a la pubertad de una chica como reflejo, esto es, de las contradicciones del paso a la edad adulta, en el que Ignacio Lasierra hace funciones de ayudante de dirección. Palomero entra con sigilo en la intimidad de sus niñas con el protagonismo de una de ellas, Celia –interpretada con solvencia por Andrea Fandos-, que mira a un mundo nuevo y por descubrir, una chica que está dejando de ser niña y empieza a conocerse a sí misma. Atención a esa escena doméstica en la que Celia prepara la comida en una olla exprés mientras de fondo y en un televisor de tubo se emite la serie ‘Los Fruitis’.

   Autora de cortos o mediometrajes como ‘Niño balcón’ (2009), ‘Chan Chan’ (2012), ‘Noé’ (2014), ‘La noches de todas las cosas’ (2015), ‘Sol de invierno’ (2016), ‘Horta’ (2017) y el episodio ‘A un metro y medio’ del filme colectivo ‘Reset’ (2020), codirigido por Nata Moreno, Alejandro Cortés, Javier Macipe, Gaizka Urresti, Pablo Aragüés e Ignacio Estaregui, ahora estrena en los circuitos comerciales su segundo largometraje, ‘La Maternal’ (2022), una historia sobre una chica de catorce años, desafiante, rebelde e impetuosa, que le gusta bailar trap y reguetón, beber y jugar al fútbol. Y que vive con su madre soltera en un ruinoso bar de carretera por el que retruenan los camiones. Los servicios sociales se darán cuenta de que la adolescente, que llega al sexo jugando con su mejor amigo, con el que mantiene una relación entrañable, fuerte, casi maternal, y se ríe a carcajadas con él viendo porno en el móvil, se ha quedado embarazada. Un desgarrado e inquietante drama adolescente lleno de ternura, ambientado en un pueblo de Los Monegros, que nada tiene que ver con los recurrentes melodramas de denuncia didácticos, panfletarios o manipuladores. Sin llantos aprendidos. Su película, que tiene tanto de abismo como de promesa, la resuelve con la elegancia de la elipsis, aunque, a veces, se echa de menos más chicha dramática en las idas y venidas al centro de acogida que da título al filme. Atención, asimismo, a una deslumbrante debutante Carla Quílez como protagonista y una enérgica y vital Ángela Cervantes en el papel de su madre. Y a las canciones de Estopa y Tangana, que otorgan un aire suburbial, de barrio, a esta brillante crónica.

   De Zaragoza también procede la directora y guionista Paula Ortiz, aunque el arriba firmante no termina de encontrarle el punto a unos trabajos del querer y no poder: ‘De tu ventana a la mía’ (2012), película del alma femenina con tres historias de mujeres que se entrelazan en tiempo y lugar distintos, pero cuya pretendida sensibilidad se torna impostada, y ‘La novia’ (2015), personal pero insuficiente adaptación de ‘Bodas de sangre’, que no sabe absorber el verso lorquiano. Realiza igualmente el episodio ‘Así de fácil’ de la serie ‘En casa’ (2020), junto a Leticia Dolera, Carlos Marqués-Marcet, Elena Martín y Rodrigo Sorogoyen. O el episodio ‘El asfalto’ (2021), un homenaje al Chicho Ibáñez Serrador de ‘Historias para no dormir’, para una serie de título homónimo codirigida por Rodrigo Cortés, Rodrigo Sorogoyen y Paco Plaza. O también las series ‘Cartas vivas’ (2019) y ‘Nada’ (2020).  Y continúa en marcha con ‘Al otro lado del río y entre los árboles’ (2022), aún sin estrenar, y con la posproducción de ‘Teresa’, adaptación de la obra de Juan Mayorga ‘La lengua en pedazos’.

   Más calado tiene el nombre de la barcelonesa Carla Simón, que se inicia en el largometraje con ‘Verano 1993’ (2016) y acaba de estrenar tres trabajos en 2022: uno de metraje largo, ‘Alcarràs’, otro de metraje corto, ‘Carta de mi madre para mi hijo’, y el episodio ‘Vania’ de la serie ‘Escenario 0’, codirigida por Diego Postigo, Lino Escalera, Nao Albet, Marcel Borràs, Pablo Messiez, Carlos Marqués-Marcet y Clara Roquet. Es ‘Verano 1993’ una conmovedora historia de pérdida y aprendizaje, vista a través de la mirada de su pequeña protagonista, en un filme autobiográfico sobre la infancia como territorio de lucidez y como aceptación de la muerte, realizado con sumo tacto y extraordinaria sensibilidad. Cine en estado puro, sencillo e intuitivo, que se fía de sus propias imágenes y respeta a los personajes. La acción avanza revelando puntos oscuros e incógnitas, anudando bellezas y emociones, y haciendo brillar a la maravillosa heroína de este viaje sin fin al universo infantil.

   Guionista al servicio de directores como Marqués-Marcet (’10.000 km’, ‘Los días que vendrán’), Jaime Rosales (‘Petra’) o Ventura Durall (‘La ofrenda’), la también barcelonesa Clara Roquet deslumbra con ‘Libertad’ (2021), una historia que nace de su primer corto, ‘El adiós’ (2014). Con reminiscencias del cine del oscense Carlos Saura y su ‘Cría cuervos’, es el relato de una adolecente que en un verano en la costa va descubriendo con decepción el mundo de los mayores, a la manera del maestro Rohmer de ‘Pauline en la playa’, para una película sutil y elegante, modesta y delicada, sin sermones, que nos habla de la iniciación, la amistad entre diferentes, la inmigración, las diferencias sociales, la crisis del matrimonio, el drama del alzhéimer… A través de un estilo naturalista nada impostado, Roquet bucea en las vicisitudes que vive cierta aristocracia conservadora catalana repleta de dobleces y cobardías cotidianas. Un, en fin, transparente e incómodo fresco de la burguesía acomodada en decadencia.

   También nacida en Barcelona, Meritxell Colell debuta en el largometraje en 2017 con el filme ‘Con el viento’, el viaje emocional de una bailarina que regresa a su pueblo burgalés tras dos décadas viviendo en Buenos Aires para reencontrarse con su madre, su hermana y su sobrina. Estamos ante una digna crónica sobre la incomunicación, una película de encuentros y desencuentros filmados en armonía con la naturaleza y no en oposición con ella, a través de secuencias reposadas y mecidas por la brisa o, en ocasiones, por el viento al que hace alusión el título. Un drama austero e intimista, tan modesto como honesto. Cinco años después, con ‘Dúo’, Colell recupera el personaje central de su ópera prima y plantea el regreso a uno mismo a través de la indagación en la dualidad que establece toda relación de pareja. Se trata, en realidad, del difícil viaje de separación de un matrimonio: tras veinticuatro años en común, lo que al principio eran pequeñas fisuras ahora se han convertido en grietas profundas que hacen que se tambalee la relación. El resultado es una película muy física, cuerpo a cuerpo, tan ruidosa como silenciosa, un documento sobre sus personajes protagonistas –buscándose a sí mismos en el altiplano- más que una ficción o un documental sobre la aventura compartida de los dos. Los estímulos poéticos retumban en el plano final.

   Otro de los nombres sonados es el de la vasca Arantxa Echevarría con su ‘Carmen y Lola’ (2018), una historia protagonizada por dos adolescentes gitanas que se enamoran a pesar de las objeciones de sus respectivas familias. Y que encuentran, entre el ambiente cerrado, racial y lorquiano de estas familias, un transgresor modo de escape al machismo y al futuro trazado que tienen previsto. La directora atienda tanto a lo documental (la vida de esa comunidad gitana) como a lo sentimental de sus dos personajes centrales, muy bien interpretados. Un título importante que no puede contrastarlo con su siguiente película, la discreta comedia ‘La familia perfecta’ (2021). Ahora se encuentra en pleno rodaje de ‘Chinas’, con la que, al parecer, intenta recuperar el tono social de su primer trabajo.

   Curtida en la publicidad y en el corto (‘Dicen’), y admiradora del cine de Yasujiro Ozu e Hirozaku Koreeda, la también vasca (de Baracaldo) Alauda Ruiz de Azúa debuta en la dirección de largometrajes en 2021 con ‘Cinco lobitos’, a partir de un guion propio, una película sobre todos nosotros, pero, sobre todo, sobre las madres. Estamos ante una sensible mirada a, esto es, la maternidad, la enfermedad y el peso de la herencia familiar, con una fotografía cargada de matices (de Jon Domínguez), precisa sin ser preciosista, y una banda sonora (a cargo de Aranzazu Calleja) tan apegada a la historia que apenas se nota, que reluce entre las emociones sin comerse las imágenes ni los textos. El tono pasa de la comedia al drama en la misma escena y la directora, ahora a punto de estrenar ‘Eres tú’, apuesta por la sugerencia en vez del subrayado sentimental. Y no juzga a sus personajes, sino que los observa con ternura, sin señalar villanos ni víctimas.

   Otro nombre que despunta es el de catalana Belén Funes, que deslumbra en su debut con ‘La hija de un ladrón’ (2019), una modélica ópera prima escrita con imágenes a quemarropa que delatan su fijación con los hermanos Dardenne. Es cine social, riguroso y sin discursos, puntuado por silencios y planos cortos que maduran las emociones a través de un montaje coronado por un fundido en blanco demoledor. Se trata de un poderoso homenaje al amor paternofilial, a la deconstrucción de un futuro que no existe y a la fortaleza interna de las mujeres independientes. La cineasta, responsable también de ‘La ruta’ (2022), la serie que dirige junto a Borja Soler y Marqués-Marcet, se sirve de la naturalidad de sus personajes, de la dureza en bruto de sus particulares demonios y de la ausencia de artificios ambientales y sicológicos para construir una película reveladora y cristalina. Un padre que lleva toda la vida robando y obviando a su familia del calendario obligatorio de los recuerdos. Una hija que se ha centrado en cuidar de un hijo que vino al mundo demasiado pronto.

   Mar Coll, también catalana y responsable de la serie ‘Matar al padre’ (2018), es autora de dos largometrajes verdaderamente interesantes: ‘Tres días con la familia’ (2009) y ‘Todo queremos lo mejor para ella’ (2013). El primero es un austero drama que explora las relaciones de una decadente familia con penetración, madurez y un brillante reparto para una historia llena de personajes desencantados y encarcelados en el frío mundo de las apariencias. En este microcosmos en torno a una joven que se reencuentra con su familia a raíz de la muerte de su abuelo se mueve la directora para crear una película de tono amargo que bucea en las vicisitudes que vive un grupo de individuos repletos de dobleces y cobardías cotidianas. Toda una disección a un microcosmos familiar de la alta burguesía conservadora catalana formada por “paralíticos emocionales”. En el segundo, un personaje central, prodigiosamente interpretado por Nora Navas (el rostro del desconcierto, la búsqueda de una nueva expresión y movilidad, con sutiles cambios de registro), y otros circundantes, la mayoría también femeninos, conforman el núcleo de esta película ambiciosa e irregular, pero con una intensa observación de la vida y sus dificultades, el retrato de recomposición y descomposición de una mujer tras un grave accidente, que se ve anulada por culpa de un entorno sobreprotector. El filme, así, deviene en un retrato familiar y social lleno de drama, lucidez y sorpresa, todo enmarcado en una sobria puesta en escena.

   Otra catalana, Nely Reguera, que acaba de estrenar ‘La voluntaria’ (2022), ha sido ayudante de dirección de Mar Coll y su primer largometraje, ‘María (y los demás)’ (2016), tiene paralelismos evidentes con ‘Todos queremos lo mejor para ella’. Es una historia femenina de maduración tardía que resulta fresca sin pecar de ambiciosa, de exquisita puesta en escena que extrae significados y sensaciones de cada imagen. Con Bárbara Lennie como protagonista excluyente (a los demás los quiere dejar entre paréntesis, como en el título, pero muchas veces no da el tono), la película –reflexiva, aunque no moralizante- retrata a una treintañera gallega que ha postergado su realización personal por su familia y ahora que su padre viudo vuelve a casarse buscará recuperar los años perdidos. Un personaje conmovedor que nos lleva de la emoción a la sonrisa en un abrir y cerrar de corazón.

   La castellonense Lucía Alemany estudia en la escuela de cine de Cataluña (ESCAC), desarrolla el proyecto de la mano de Mar Coll en la de Madrid (ECAM) y acaba por dirigir gracias al mismo productor de Icíar Bollaín. Así, su debut en el largometraje se produce en 2019 con ‘La inocencia’, el itinerario amoroso de una adolescente confinada en un pueblo del Levante español con una madre que consiente la tiranía del marido. La película habla de machismo, del tabú del aborto y del maltrato a la mujer, pero no se trata de eso. O, mejor, no quiere ser una reflexión de ello. Acaso solo se trate de reflejar una situación para situarnos en un delicado tratado de la impostura, la mentira o el fingimiento. Alemany, que acaba de estrenar ‘Mari(dos)’ (2022) y codirige con Leticia Dolera e Irene Moray la serie ‘Vida perfecta’ (2021), escamotea el andamiaje de la puesta en escena y recurre a largos planos o barridos sin foco que nos transmiten la subjetividad de la protagonista, acentuando el carácter inversivo de una propuesta que tiene su origen en ‘Catorce años y un día’ (2013), el primer corto profesional de su carrera. Un trabajo notable, regado de violencia, tensión y amargura, con los ojos inocentes de una chica que el mundo le quiere arrebatar.

   La sevillana Celia Rico debuta en el largometraje en 2018 con ‘Viaje al cuarto de una madre’ (2018), intenso drama con guion propio que se desarrolla casi por completo en el espacio cerrado de una casa, un filme que habla de la soledad y el dolor, del amor y la dificultad para pasar del egoísmo posesivo a la generosidad comprensiva en la relación familiar, la cerrada relación de una madre y su hija veinteañera que tienen que afrontar la natural y sana separación que marca el aceptado “ley de vida”. La narración es de un tono y una sencillez sorprendente, y hurga en emociones y detalles con enorme sutileza. Las dos protagonistas, Lola Dueñas y Anna Castillo, ocupan por entero la pantalla y encuentran matices que sorprenderían al mismísimo Bergman. Su siguiente filme, ‘Los pequeños amores’, se encuentra en proceso de posproducción. “Si en mi anterior película”, dice Rico, “había una mirada hacia atrás, ahora me apetecía más indagar qué pasa cuando llegas a los 40 y cómo vemos a los padres, qué tipo de preguntas nos hacemos y cuáles son los sentimientos que nos acompañan”. Veremos.

   La alicantina Elena López Riera es una cineasta singular que, desde lo local, aspira a trascender hasta lo universal. En sus películas habla del pueblo, del lugar de crianza, de lo terrenal, incluso de lo atávico, de un modo distinto a lo habitual. Documentales que parecen ficciones o, mejor, ficciones con metodología documental. Desde Orihuela, donde nace, hasta el mundo. Sus cortos (y mediometrajes) así lo apuntan. En ‘Pueblo’ (2014) lanza un grito de pasión alrededor del regreso a casa. En ‘Las vísceras’ (2016), el ritual de la matanza del conejo, sangre, cráneo desmembrados, piel a tiras, se despliega con fuerza y rabia ante la pasmada mirada infantil. En ‘A los que desean’ (2018) se acerca a dueños de palomos que persiguen a una hembra en una suerte de competición. Una práctica que recupera en su primer largo, ‘El agua’ (2022), como metáfora de esa especie de caza a la hembra en la que demasiadas veces se convierte el flirteo juvenil. Un filme místico, sensorial, impregnado de sensibilidad documental, en torno a un mito, el de la desaparición recurrente de mujeres en un pueblo español, que la directora tantea con mucho instinto visual. Un mundo que huye de los tópicos del manido realismo mágico para abordar un simbolismo ibérico y profano de pájaros, lluvias, manantiales y ríos, el viaje a unas ciencias ocultas que no tienen nada de extrañas ni oscuras.

   Una generación de directoras que pisan fuerte. Pasen y vean. Las chicas… ¡al poder! Porque saben que el cine y la vida son cosas que van de la mano y por eso sus historias surgen de la cotidianidad. Entienden las películas como retratos en los que tienen que haber algo de verdad, y la verdad no entiende del género documental o del de ficción. Hace tiempo que quedó claro que los documentales no nos cuentan la verdad, y que la ficción no es necesariamente una mentira. Directoras que juegan a difuminar la línea que separa lo real de la ficción, la fabulación de lo dado, la representación de su reflejo. Cineastas, al fin y al cabo, que les gusta esa magia por la que el espectador se convierte en testigo invisible de la vida de otras personas. Ejercicios de cine transparente. Historias que terminan donde empieza el mundo. “Sentir lo que es la vida sin utilizar en ningún caso los elementos del drama”, decía Yasuhiro Ozu como objetivo del cine y de su cine. De eso se trata.

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