Por Rafael Gabás
El eterno conflicto entre tradición y modernidad
Es extraño ver en la cartelera alguna película asiática, a pesar de que cuatro de los cinco países del mundo que más películas producen son asiáticos: India, China, Japón y Corea del Sur. Es todavía más raro el estreno de una producción de un país como Mongolia, por lo que es de agradecer la posibilidad de ver en cines este excelente film de la directora Byambasuren Davaa, que ya nos había sorprendido a lo largo de estas dos últimas décadas con tres grandes documentales: La historia del camello que llora, El perro mongol y Los dos caballos de Genghis Khan.
Davaa deja de lado el género documental y se adentra en la ficción aunque no de forma absoluta, su instinto documentalista impregna todo el film. Una familia que vive de la ganadería, padre, madre, hijo e hija subsisten con el queso y un pequeño rebaño en medio de la nada mongola, en una yurta a kilómetros de cualquier ser humano. Entran en conflicto con los mineros que se instalan a cien metros de su habitáculo en un curso fluvial, un conflicto que perdura a través de tiempos y lugares y del que el cine ya nos ha mostrado ejemplos en algunas ocasiones.
La directora acierta exponiendo los hechos de forma sintética y con excelentes contrastes, mostrando cómo agentes externos, en este caso mineros, rompen el ecosistema y la unidad social y familiar. Contrasta la enorme belleza del paisaje mongol con la fealdad de las máquinas extractoras; la generosidad de los habitantes y su sentido comunitario frente a la avaricia y explotación exhaustiva de las compañías extranjeras; la ingenuidad e inocencia de las personas autóctonas frente a lo taimado y resabiado de las empresas mineras: Tradición frente a modernidad.
Ante éste y otros hechos que aparecen en el nudo de la película el niño, verdadero motor de la historia, debe crecer a marchas forzadas y renunciar a su infancia y en ese sentido da un enorme paso adelante cuando en lugar de cantar una canción moderna en un concurso televisivo decide cantar Tierra dorada que no es sino una canción tradicional que rememora tiempos pasados y formas de vida que se pierden.
Queso de cabra y té con sal es el título que los directores de márketing de la distribuidora han dado a Las venas del mundo, que es su título original, título despreciado una vez más sin motivo aparente. En Las venas del mundo encontramos una magnífica metáfora que se pierde con el queso y el té: ¿Son las venas del mundo el agua y los ríos o son las venas del mundo el oro y el coltán? Queso de cabra y té con sal es un trabajo sencillo pero no menor, humilde pero ambicioso, con una deslumbrante fotografía y una excelente música; El guión, intimista y lineal, es de la propia directora.
Hablamos de cine no comercial y desconocido que huye de los efectos y de la corriente mayoritaria, cine con personalidad propia y con una crítica social que en ningún momento deviene contundente o agresiva: En Mongolia (como en otros muchos países) las compañías mineras han obligado a buena parte de la población a abandonar su modo de vida tradicional para pasar a ser mano de obra barata en Ulan Bator y han contaminado la mayoría de los ríos y lagos del país.
Amigos del cine periférico que huye del mainstream: ésta es una película que no podéis perderos.