Sacristán, cara de acelga


Por Don Quiterio

   A sus ochenta y cinco años, el actor José Sacristán, que acaba de recibir la estatuilla del Augusto de Honor del festival de cine de Zaragoza 2022, visitó la filmoteca de la capital aragonesa para hablar del ciclo Carta Blanca…

…que organizan los premios Feroz, y, de paso, recorrió en la Casa de los Morlanes las diferentes estancias de la exposición ‘Reconocer’, en torno al patrimonio compartido y conservado en los cuarenta años de vida de este centro municipal consagrado al séptimo arte. Alguien dijo que, al ver la muestra expositiva, se le quedó cara de acelga.

   Sea como fuere, Carta Blanca es un ciclo especial que programa el propio actor para la filmoteca de la Inmortal como una de las actividades que los premios Feroz organizan en Zaragoza para conmemorar su primera década de existencia y su gala 2023. Las cinco películas seleccionadas por el cinéfilo Sacristán, uno de los emblemas de la llamada “tercera vía” del cine español, han sido ‘Cómicos’, ‘Cantando bajo la lluvia’, ‘Las mil y una noches’, ‘Ladrón de bicicletas’ y ‘Los cuatrocientos golpes’.

   Y afirmó Sacristán que si artísticamente es ‘Cómicos’ una maravilla, él se queda con la mirada que ofrece el director sobre la realidad de España. “Documenta”, dijo, “a unas generaciones de actores y actrices que fueron referentes y pioneros que hacían dos funciones diariamente durante los siete días de la semana, sin cobrar dietas ni por los ensayos, con más sombras que luces. La suya fue una labor de dignidad formidable contra la bruma polvorienta del franquismo, contra la libertad creativa coartada. Y todo está contado con una ternura y una proximidad encomiables”.

  Dirigida por Juan Antonio Bardem en 1954, ‘Cómicos’ es una coproducción entre España y Argentina centrada en la vida entre las bambalinas de una compañía de teatro y en los deseos de triunfo de una actriz secundaria, con las presiones que recibe del empresario para que sea su amante. Al modo de Joseph Leo Mankiewicz en ‘Eva al desnudo’ (1950), el drama desvela los sinsabores de la profesión teatral, sus penurias, celos e inestabilidad. El cineasta, que enriquece el tono realista del filme con planos expresionistas y pasajes oníricos, se inspira en la figura de sus padres (los reputados actores de la escena Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro) para lanzar una mirada afable y conmovedora al mundo de los cómicos ambulantes, un retrato apasionado y respetuoso de su vida cotidiana, repleta siempre de anhelos, frustraciones y, sobre todo, sueños de candilejas.

  ‘Cantando bajo la lluvia’ (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952) habla de un actor de cine mudo a quien dos cosas descolocan: la llegada del sonoro y una atractiva actriz de teatro. Magníficas interpretaciones y espléndidos números musicales que emergen como un canto a la alegría de vivir verdaderamente contagioso, como ese número en el que Kelly hace honor al título, cantando y, sobre todo, bailando con un paraguas que sirve para cualquier cosa menos para protegerse del agua. Los guionistas –Adolph Green y Betty Comden- crean un increíble universo a partir de las canciones de Arthur Freed (letras) y Nacio Herb Brown (música), entre las que destacan ‘Make em laugh’ y, por supuesto, ‘Singin’in the rain’. Además de ser una magistral comedia musical, la película ofrece una interesante y divertida mirada a lo que supuso el paso del cine silente al sonoro, al concebir un triángulo amoroso entre, esto es, un actor y dos actrices del cine mudo, y sus problemas durante el paso al sonoro. Una auténtica joya del cine estadounidense.

   Sorprendentemente, la cinefilia de Sacristán elige una película más bien rutinaria, ‘Las mil y una noches’, una producción estadounidense dirigida por John Rawlins en 1942 sobre las peripecias de Aladino y Simbad en su búsqueda afanosa de la lámpara maravillosa. Se trata de la primera aventura en technicolor de la Universal, que combina elementos de la mitología oriental y el humor de la comedia americana con resultados tan ingenuamente encantadores como decididamente irregulares. Entre la intriga y el romance, la película destaca, acaso, por el vestuario y la dirección artística, más allá de una narrativa estereotipada servida con rutinaria eficacia. Con el erotismo ingenuo de María Montez como mujer exótica, al espectador se le queda cara de acelga.

   Vittorio de Sica realiza su obra maestra en 1948 con ‘Ladrón de bicicletas’, la historia de un hombre que consigue un empleo tras varios años en paro, para el que le resulta imprescindible una bicicleta. Cuando le es robada en un descuido, recorrerá la ciudad para recuperarla, junto con su hijo. Porque denuncia los hechos a las autoridades y estas no hacen nada por ayudarle. Al lado de ‘Roma, ciudad abierta’, de Rossellini, ‘Ladrón de bicicletas’ es la piedra angular del movimiento neorrealista, que centra su mirada en hechos cotidianos y en lo determinante del contexto social. Una historia simple y universal sobre un padre y un hijo ambientada en la miserable Roma de posguerra, acaso también influenciada por el gran Charles Chaplin.

   Al fin y al cabo, la bicicleta robada se convierte en una metáfora de la sociedad que el cineasta pone en escena con maestría, retratando la vida en contundente blanco y negro a cargo de Carlo Montuori. Rodada en exteriores y con actores no profesionales, la película –humanista, crítica, política- está tan lograda en su naturalismo que resulta imposible no identificarse con esos personajes y sufrir junto a ellos. ‘Ladrón de bicicletas’, adaptación de la novela de Luigi Bartolini, es una de las muchas historias posibles en una Italia desgajada por la guerra, un alegato contra la insolidaridad, una invitación al espectador para mirar la realidad con ojos limpios. Es el milagro del cine puro. El cine que puede captar la esencia misma de la vida.

  Para finalizar, ‘Los cuatrocientos golpes’ (1959). El protagonista es un chico de catorce años que se ve obligado a encajar todos los puñetazos de la vida, pisa ese territorio inexplorado que lleva al individuo de la infancia a la madurez, y la cámara de François Truffaut lo sigue por un París cetrino que alberga la nostalgia y un impulso rebelde imparable. Película fundacional de la ‘nouvelle vague’, también con el cine de Rossellini como modelo, es un lúcido retrato de infancia con trazos autobiográficos, una mirada que describe y a la vez denuncia, que provoca sonrisa y emociona. El director hace un cameo y cita ‘Un verano con Mónica’ (Ingmar Bergman, 1959) en una de las escenas. Y bebe mucho de ‘Cero en conducta’ (Jean Vigo, 1933), especialmente en la secuencia en que los niños se van perdiendo por la ciudad de la misma manera que lo hacen en aquella.

   “La vida era la pantalla” y “siempre he preferido el reflejo de la vida a la vida misma” son dos de las sentencias más sentidas de Truffaut, el director cinéfilo por excelencia. Con quien nuestro particular “cara de acelga” Sacristán siempre ha comulgado. Entre cinéfilos anda el juego.

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