Rodaje pirandelliano


Por José Joaquín Beeme.

   Luigi Pirandello cumpliría este año su 150º aniversario, y se le está celebrando desde la casa-museo romana, que lleva el nieto (hijo del pintor de Anticoli Corrado, pueblo también de nuestro Barbasán), y la fundación siciliana del Valle de los Templos, en el mismo Caos que le dio las primeras aguas.

    Su querencia de cine es bien temprana, pues ya en 1918 empieza su obra a ser traspuesta en imágenes, incluyendo el primer sonoro italiano, Canción de amor. Grandes los compatriotas que han firmado adaptaciones suyas: De Sica, Bellocchio, los Taviani, Soldati, Zampa, Monicelli, si bien abrieron pista los franceses L’Herbier y Chanel. Sus escindidos personajes tuvieron los maravillosos rostros de la Loren, la Cardinale, la Morante, pero también de la Garbo o Anouk Aimée; sin olvidar a Mastroianni, Tognazzi, Burton, Antonutti. Hasta el documentalista Ruttmann realizó, todavía en la Italia fascista, un poderoso pirandello que anunciaba el neorrealismo: Acero, drama obrerista en los altos hornos de Terni. Porque su mirada-escalpelo sobre la vida enmascarada de ficción y simulacro, dice Camilleri, regresa cíclicamente: Antonioni, la Nouvelle Vague… Y en sus propuestas teatrales («¡Manicomio, manicomio!» le propinaba el público) y en sus narraciones hay muchos desdoblamientos y vidas alternativas, fantasmas y locuras alucinatorias que el cine podía plasmar como ningún otro medio. Él, sin embargo, apostaba por un cine emancipado de su herencia teatral, más bien abstracto, experimental, fundido incluso a la música en una suerte de cinomelografía. Los Cuadernos de Serafín Gubbio, operador, donde un camarógrafo napolitano a lo Keaton se prolonga en su cámara-robaalmas a través de su mano-manivela (llega a filmar, sin pestañear, a un actor devorado por un tigre), profetizan, frente a la bravata futurista, la imparable mecanización y la virtualización contemporáneas: «terminarán por suprimirnos; lo hará todo la máquina». Seres extrañados, especulares, exiliados de sí mismos, diagnosticó Benjamin de los actores en la pantalla, quizá de todos nosotros, a partir de esa novela. De cultura germánica (su tesis, sobre el dialecto agrigentino, la leyó en Bonn), a Pirandello le hacía muy feliz que Murnau acometiera sus Seis personajes en busca de autor,«novela cinematográfica», pero una pulmonía contraída en Cinecittà, precisamente en el rodaje de un Matías Pascal, se lo llevaría en 1936.

Artículos relacionados :