El patrullero de la filmo: Con todos ustedes, el mayor espectáculo del mundo


Por Don Quiterio

  El cine ha sido desde siempre una gran caja de herramientas para construir con ellas las metáforas que abarcan el universo mismo.

   El mundo del circo, por ejemplo, ha sido utilizado por el llamado séptimo arte desde, prácticamente, sus orígenes. Ahora la filmoteca de Zaragoza le dedica un pequeño ciclo compuesto por ‘Garras humanas’ (Tod Browning, 1927), ‘El fabuloso mundo del circo’ (Henry Hathaway, 1964) y ‘Los clowns’ (Federico Fellini, 1970).

  ‘Garras humanas’ es toda una lección en cuanto a la carga perturbadora, erótica y mortífera del cine, una joya del silente ambientada en un circo de gitanos. Lon Chaney es un lanzador de cuchillos que finge haber perdido los brazos y acaba enamorándose de la chica que le sirve de blanco, una sensual Joan Crawford. En un acto de amor final, definitivo, se hace amputar realmente sus herramientas de trabajo. Es todo truculento, oscuro, como el propio Browning sigue mostrando en ‘La parada de los monstruos’ (1932), un filme de fantasía con una atmósfera de pesadilla y sus toques de humor un tanto crueles, que evoca algunos de los mejores momentos de un Poe o un Goya. Al cineasta, de hecho, se le llama frecuentemente el “Edgar Allan Poe del cine”.

  Aunque, a veces, no sabe aprovechar del todo el gran material del que dispone, porque no profundiza ni en sus personajes ni en su conflicto, Tod Browning se erige en uno de los maestros incontestables del género macabro y en uno de los más grandes directores expresionistas estadounidenses, con casi un centenar de películas en su haber. Autor de la más famosa, que no la mejor, de las versiones de la obra de Stoker (‘Drácula’, 1931), su estilo destaca por los decorados sombríos y la fotografía crepuscular, pese a que su exceso de filosofía racionalista, por así decir, no favorezca al resultado final de sus obras. A los dieciséis años abandona a su familia para seguir a una bailarina de la que se enamora. Trabaja, entonces, en los más variados oficios del espectáculo, desde contorsionista hasta payaso, y actúa por todo el mundo con una compañía hasta 1912, año en que conoce a Griffith y le introduce en el universo cinematográfico.

  Coleccionista de obras sobre magia y ocultismo, y admirado por los surrealistas, Tod Browning profesa singular amor a los monstruos, edificando sobre ellos sus invenciones fantásticas. En sus realizaciones extravagantes impone a Lon Chaney y a Bela Lugosi como compañeros de viaje. “Cuando preparo un tema para Lon Chaney”, explica en 1928, “jamás pienso en la intriga. Concebidos ya los personajes es cuando esta surge por sí sola. ‘Garras humanas’ se me ocurrió sencillamente cuando vino a mi mente el pensamiento de un hombre sin brazos. El punto de partida de ‘La sangre manda’ -realizada en 1926- es básicamente el de un hombre tan feo que le da vergüenza ser visto por su propia hija. Así puede uno concebir cualquier historia”.

  Con similitudes al filme realizado por Cecil Blount DeMille doce años antes, ‘El fabuloso mundo del circo’ es uno de los títulos más flojos de la filmografía del gran Henry Hathaway, que lo dirige en medio de dos wésterns tampoco demasiado brillantes, ‘La conquista del oeste’ (1962), codirigido por John Ford, Georges Marshall y Richard Thorpe, y ‘Los cuatro hijos de Katie Elder’ (1965). Estamos ante una de las superproducciones que Samuel Bronston rueda en España, con un guion muy convencional escrito por Ben Hecht, Julian Halevy y James Edward Grant, según una historia de Philip Yordan y Nicholas Ray, en un vano intento de bucear en las interioridades del “mayor espectáculo del mundo”. El atractivo reparto hace lo que puede por salvar la función. Pasen y vean: John Wayne, Claudia Cardinale, Rita Hayworth, Richard Conte, Miles Malleson, Kay Walsh, Wanda Rotha, Henri Dantes, Lloyd Nolan, John Smith…

  La brillantez vuelve con Federico Fellini en la coproducción entre Italia, Francia y Alemania ‘Los clowns’, realizada inmediatamente después de ‘Satyricon’ y antes de ‘Roma’. Se trata de una comedia documental a partir de los recuerdos de infancia del mismo cineasta italiano, en un recorrido por el mundo y experiencias de los payasos, estableciendo un paralelismo entre la gente de la farándula y los habitantes de Rimini, localidad de Forli donde, hagan memoria, nace el propio Fellini. La película, que bebe del espíritu de sus anteriores ‘Luces de variedades’ (1950), codirigida por Alberto Lattuada, y ‘La Strada’ (1954), se organiza a través de las entrevistas a famosas figuras del circo internacional, y por la pantalla van apareciendo, uno tras otro, Ricardo Billi, Tino Scotti, Fanfulla, Carlo Rizzo, Freddo Pistoni, Père Loriot, Ludo, Mais, Furia, Nino, Reder, Valentini, Los Colombaichi, Merli, Les Martana, Maggio, Sbarra, Carini, Terzo, Vingelli, Fumagalli, Zerbinati, Janigro, Maunsell, Peverello, Sorrentino, Valdemare, Bevilacqua, Rhum, Charlie River, Pierre Etaix, Houcket, Antonet, Alex and Bario…

  Admirador de Charles Chaplin y Buster Keaton, las experiencias personales de Fellini impregnan todos sus filmes, siendo incluso clave decisiva en ‘Los clowns’. Desde niño está obsesionado por la fuga, por lo viajes, por el mundo del circo, al que quiere incorporarse. La obra felliniana es como una autobiografía portentosa y deslumbrante, una apasionada declaración personal. Paso a paso, va construyendo un estilo propio en el que conjuga sus propias vivencias, su mundo de caracteres amargos y unos personajes que deambulan entre la vida y el sueño, muchas veces con tintes de ingenuidad y melancolía.

  Un cineasta, en fin, imaginativo, hedonista, barroco y sensual que crea un mundo complejo y cerrado en sí mismo. Infancia, memoria, mujeres, religión, muerte y dolor son sus más confesadas obsesiones, a las que nunca deja de reflejar en sus películas y en su vida. El creador capaz de dotar al barroquismo mediterráneo, a través de sus visiones oníricas, de toda la fuerza corrosiva de una sociedad en decadencia.

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