Aparato circulatorio / Paco Bailo


Por Paco Bailo

 

Porque en mi cabeza
manda el corazón
a veces me callo
teniendo razón

Chicho Sánchez Ferlosio

     Como diosas aladas, faldilla al vuelo, raudas se desplazan sobre sus bicicletas algunas muchachas, silencioso el roce de las cubiertas por el carril verde esperanza, se deslizan cual apariciones tan inesperadas como sorprendentes entre el tráfago fatigoso del tráfico que al caer la tarde nos va devolviendo a nuestros nidos mientras veloces repartidores encorvados bajo enormes cajas amarillas como chepas tras el sillín, sísifos mal pagados que tras depositar su carga han de retornar a por una idéntica– tal vez haya un enésimo partido histórico en los plasmas–, siembran con sudores, itinerarios en la pantalla y arriesgadas piruetas el verdoso sendero.

   La ciudad como el cuerpo humano tiene muchas más venas, con su dióxido de carbono y desechos, que arterias y observo el carril bici como una esperanzada aorta que transporta oxígeno, hermosa gente que pedalea, y nutrientes, esos intrépidos distribuidores de libros, comida o dispares utensilios, partiendo de un corazón que late en franquicia.

    Hay también mucha más materia obscura que luz en casi todo lo que atisbamos alrededor, desde lo más ínfimo hasta lo infinito, por eso seguimos paseando y pedaleando, haciendo equilibrios entre lo sensato y lo misterioso, sísifos con atisbos de esperanza en la mochila a pesar de todo.

    Inversa proporción de vasos circulatorios percibo por los pueblos donde la bici y la infancia son cómplices inherentes, donde los capilares entre huertos y sembrados, esos tan intrigantes como desconocidos vericuetos, invitan a demorar el tiempo sobre el manillar, arterias donde aprendimos a dominar esos corceles sin freno a base de escorchones por codos y rodillas que disimulábamos al volver a casa por si en lugar de la venda o la tirita la reprimenda materna era el único antiséptico a mano en la lata de primeros auxilios.

   El corazón y sus caminos de ida y vuelta, el músculo que se debilita y hasta rompe con los embates del amor o de su ausencia y se altera y revitaliza con la curiosidad o la intriga de un posible deseado encuentro.

    La ciudad, el barrio y el pueblo son cuerpos que crecen, con más o menos pulmón donde purificarse, con más o menos riñón excretando lo que sobra, con un hígado ayudando a digerir lo cotidiano y arrinconando lo nocivo, con un conveniente control de la presión de esas arterias que conviene mantener fluidas, flexibles y aseadas. 

    Llegan días en los que abundantes mensajes descarados y subliminales saldrán disparados más que al corazón al intestino, a lo más visceral e irracional, y convendría que mantuviéramos a tono esos órganos, que nos sintiéramos tejidos, en todas sus acepciones, que nuestros sentidos anduvieran alerta ante ese cúmulo de toxinas con previsibles e irritantes deterioros.

    Al lado del carril crece un aligustre de cuyo alcorque van escapando algunas florecillas, entre el verde y el lila, aprovechando las fisuras del asfalto y del cemento que me susurran: “¿por qué no?, ¿no lo ves?, con toda discreción seguimos rompiendo lo irrompible, semilla a semilla andamos a lo nuestro y ya si descarga alguna nube despistada… no veas”.

    Que el campo electromagnético del corazón es más potente que el del cerebro se descubrió hace años, alojando más de cuarenta mil neuronas enredadas muda en conciencia inteligente, la evolución continúa nos decía la matemática e investigadora Annie Marquier, licenciada en música por más señas.

  Tampoco resulta tan oneroso apostar por la belleza o la grata y amistosa austeridad frente a esta tormenta, que ojalá fuera sólo pasajera, de lucecitas, manidas cantinelas, obscuros viernes, indigestos cotillones, mentirosas ofertas en falsas rebajas, sarta de tópicas listas de compromisos a incumplir ante un nuevo año para el que limito mis deseos: que no haya necesidad de repetir con ira ni tristeza esa hermosa consigna argentina de “ni una menos”; pido se abarate el pan y sea bueno, recién hecho y compartido; menos circo, o al menos, menos malo. Disfruta estimada lectora, amable lector, de grata música, lectura, salud y compañía en el orden que desees o puedas. Y vuelvan faldillas al viento y repartidores de tantas sonrisas como rebeldías.

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