Familia y vacaciones: manual de uso / Enrique Gómez


Por Enrique Gómez

     Este es un país de pueblerinos.

    El éxodo de los pueblos a las ciudades es un fenómeno mundial que apenas tiene unos cien años.

     La creación del proletariado y la superpoblación urbana son, en puridad, un fenómeno más que paralelo, indistinguible.  Y si en Navidad nos vemos obligados a soportar esa familia, la nuestra, de la que huimos con cierto éxito el resto del año, en verano y con la vuelta al pueblo las cosas se ponen más difíciles.

     Y es que una noche, una noche y un día, se pasan, como se suele decir, más o menos bien, hasta en la cárcel, y eso que algunas de esas «entrañables»noches pueden ser realmente intensas.

     ¿Pero que me decís del regreso al áspero medio rural?

    En teoría vuelve uno a visitar los lugares de la infancia, a abrazar a los tíos del sector paleto, a disfrutar del aire puro y de la baja contaminación sonora (por cierto, a ver si al de la sierra mecánica esa se le gripa su instrumento de tortura que no deja ni pensar).

     De repente tu vida cotidiana cambia.

     Tu que creías que durante un corto espacio de tiempo te ibas a librar de las obligaciones de ese trabajo a tiempo completo y pésimamente remunerado que se llama «ser abuelo» te encuentras con que la temida «troupe» invade toda la casa y pasas de llevar, traer y quedarte con ellos, a estar metido en medio de su hábitat, sin escapatoria ni remisión posible.

      Sé que los niños son necesarios, al menos mientras se mantenga este sistema de pensiones (lo que no está muy claro, todo sea dicho de paso), pero, reconozcámoslo, si tras pasar de no dormir por las noches, a la peste de los pañales, a la vigilancia 24/7, y después a los deberes; esos juegos que tienes que fingir que te gustan, esas buenas caras a criaturas totalmente malvadas y maleducadas, que van ascendiendo en su capacidad de crear problemas cada vez más graves; y la adolescencia, la época más infecta de la vida humana; la juventud…cuando crees que ya has pasado por todo eso, que has cumplido con tus obligaciones para con la especie humana, bien, entonces te cae el agua fría del barreño que la vida te colocó en la parte de arriba de esa puerta entreabierta y te cae también encima el metálico recipiente. Vamos que tu anhelado período de descanso, tras la crianza y tus grandes esfuerzos laborales y vitales, desaparece, se esfuma sin haberse sustanciado siquiera.

      Los abuelos nos necesitan.

     Ahora la gente tarda mucho en morirse.

     Los hijos, ahora padres, han de trabajar los dos, y mucho, al parecer por cuestiones sociales ( económicas) y también dependiendo de la jeta que se tenga, algo que se estila mucho en estos menesteres.

     Venga a llevarlos y traerlos, a quedarse las tardes y las mañanas, ahora hay que «entretenerlos» pero sin pantallitas, que es muy insano y de comer, cuidadín, que si no son veganos los puñeteros padres poco les falta.

    Al médico, a cuidarlos, que están malditos (lo pillan todo),poco importa que te pasen los virus.

    A pasearlos.

    Y las noches, que largas se hacen algunas noches…y que pronto se despiertan los jodidos. Gritos y corridas.

     El barco que te hizo tu padre y que tanto querías hecho añicos por los suelos.

     Tu televisión inteligente, ya solo sirve para escuchar con gran resolución y en estéreo La patrulla canina.

    Sillas en el coche ( que eres ya un experto en ponerlas y quitarlas).

    Manchas imposibles en la tapicería.

    Dictadura total para con la música a escuchar, tanto en casa como en el coche…

    Bien, toda esta vasta colección de maravillas, se convierte en el programa de fiestas durante esas vacaciones familiares en el pueblo que tanto deseas a lo largo del año.

    Hoy veneramos a San Herodes, y lo único que deseas, es volver a discutir con tu cuñado en navidades, al menos, ese es un terreno que todavía puedes dominar.

    Felices vacaciones.

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