De los contenedores y las inteligencias / Paco Bailo


Por Paco Bailo

La Tierra está llorando.
Por suerte
ayer salieron a la calle unos pocos
armados de coraje para intentar curarla.
Los disolvieron los antidisturbios.

Raquel Lanseros, 2006

En una mano una bolsa con vidrios vacíos, testigos de más de una cerveza en buena compañía, algún recipiente con aroma a mi padre pues heredé…

….su último frasco de after shave que he ido racionando durante estos dos años de irreversible ausencia, tarros con trazas de dulzura de la miel de espliego pirenaico que cada mañana ayuda a plantar cara al porvenir junto a la mantequilla de Soria, en la otra mano una bolsa con los cartones, las cajas y los periódicos de la última semana atiborrados de noticias, opiniones y frases hechas que ya no tienen sentido porque “donde dije digo digo Diego” junto a otra repleta de plásticos, material que tras la pandemia vuelve a imperar envolviendo  todo lo que no hace falta porque un plátano ya trae su cáscara de origen como tantas frutas, tan bien diseñadas desde hace siglos, o las patatas que tan buenas migas hacen con las cebollas en la cesta de la compra pero, claro, hay que agotar las últimas reservas de petróleo y sus refinados para que nuestros nietos y sobrinas no se contaminen si es que les dejamos algo de planeta que habitar.

    Así me dirijo a los contenedores de la esquina que hallo desbordados y, tras un inútil improperio dirigido a quien gestiona la recogida, transporto mi carga hasta los más próximos donde deposito las pruebas de nuestra inconsciencia y aliviado de la carga observo a una pareja de ancianos sentados en el banco de al lado que miran un horizonte que se me escapa.

    Me gusta observar a las personas mayores, fantasear sobre el origen de sus arrugas y el lento ritmo de sus pasos, más en concreto a las parejas que como ésta descansan en largos silencios porque les sobran hasta los monosílabos, quizás ya se lo han dicho todo tras décadas compartiendo cada una de las pruebas que la vida les ha ofrecido y que han supuesto su educación sentimental de besos prohibidos en público, o económica, el racionamiento, la austeridad, el obligado reciclaje, las trampas a la obsolescencia programada. No los imagino echando mano del food delivery (reparto de comida, basura habitualmente), que esclaviza a los jóvenes ciclistas y logra más de dos mil millones de envases desechados al año en la Unión Europea, ni de las ghost kitchen (cocina fantasma) echando humo desde los bajos de cualquier edificio, ni acosados por “el algoritmo” que toma erróneas y sesgadas decisiones porque el “hombre blanco de mediana edad” no es mayoría pero es la norma.

    Quizás una hija les ha regalado un móvil sencillo para cerciorarse de si se han tomado las pastillas a su hora o si el paseo de hoy ha batido el record del de ayer pero la tecnología no les fascina ni secuestra, saben de sobra que la inteligencia artificial no es nada inteligente. Hace un año la policía británica publicó que el reconocimiento facial fallaba el 98% de los casos y, ahora con menos mascarillas, esta pareja que ha saltado con obstáculos desde la edad media hasta la postmodernidad, que a pesar de las cataratas reconocen facialmente de lejos al vecindario hasta se alegra de que alguno se detenga a saludarles, les pregunte por su salud o sus nietos y consensuen que “menos mal que el calor ha aflojado estas últimas noches”.

    Cuando un político dice que va a invertir en tecnologías gana las siguientes elecciones aunque el nobel de literatura Bertrand Russell nos dijera hace más de medio siglo que “los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible y los políticos (influenciados por las empresas multipoderosas) por hacer imposible lo posible» mientras Einstein recordaba que “los que dicen que es imposible no deberían molestar a los que lo están haciendo».

    Mientras apuro discreto la última calada se mira la pareja y con una media sonrisa deciden tomar bastón y muleta para iniciar la retirada. No les esperan Siri ni Alexa en casa, recalentarán la verdura y a la brisa del ventilador, solo un cuarto de hora para que refresque la salita, tal vez se rían, antes del vaso de leche y la pastilla, de cuando él se subía al trillo en el pueblo y ella, tras chafardear un rato en el lavadero, le acercaba la fiambrera a la era donde se subiría dos dedos la falda para ponerse morenas las rodillas y alegrar el cálido paisaje rompiendo la monotonía de las mieses.

    “Inteligencia” proviene del verbo latino intellegere, inter (entre) y legere (leer), facultad que permite aprender, entender, tomar decisiones y formarse una idea concreta de la realidad. Cada día me gusta más la gente realmente inteligente.

Artículos relacionados :