No queremos volver a la situación anterior / Esteban Villarrocha


Por Esteban Villarrocha

      Sigo mi rehabilitación y pensando políticamente en mi silla de ruedas con la que me desplazo Por el mundo.

    Me declaro de opciones políticas no autoritarias, fundamentadas en el pensamiento crítico, la intensificación de la democracia, y el encuentro.

    La vida, así a lo tonto, son encuentros, lo queramos o no. Por todo esto me asusta el avance de los totalitarismos. Hoy asistimos a la ceremonia de la confusión no conseguimos el encuentro. Los que trabajamos de, por y para el sector de la cultura llevamos tiempo con esta sensación de vernos abocados constantemente a decisiones que condicionan nuestro propio destino y aumentan la confusión (y de paso el de algunas personas más).

    El sector cultural es, por definición, dinámico y está expuesto a cambios y adaptaciones continuas, ante las cuales, el trabajador cultural, ha de adaptarse, y si se pretende bueno, anticiparse.

   Existe una confusión ideológica y una confusión social. Y en ese vaivén asistimos perplejos al deterioro de las normas básicas de convivencia entre seres humano y un nuevo modelo de consumo cultural que afecta a los creadores y a sus creaciones poniendo en cuestión el concepto mismo de cultura.

   Tema controvertido en este comienzo del s. XXI. Solemos confundir cultura y el espectáculo. La cultura del espectáculo actual intenta moldear las conciencias como nos explico en los años 60 del s. xx Guy Depord, en su libro “la cultura del espectáculo”.

   En esta confusión tenemos el ejemplo del Turismo, la circulación humana considerada como consumo … fundamentalmente no es más que la zona de ocio para ir a ver lo que se ha convertido en banal. Parecida reflexión podemos decir de la cultura y mientras tanto los totalitarismos avanzan y la banalidad del mal se instala en la vida política.

   Sin duda nuestro tiempo prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de generar confusión y desencuentro.

    En 2021 se cumplen cien años del Tractatus logico-philosophicus, una obra icónica y revolucionaria, un libro escrito en las trincheras de la Primera Guerra Mundial por Wittgenstein que trata de la relación entre el lenguaje y el mundo real. Se inspiraba en la obra de Frege y provocó la admiración de Bertrand Russell, que escribió un prólogo (según Wittgenstein que Russell no había entendido el libro).

     Es un texto breve que traza la teoría figurativa del lenguaje. La contundencia de las frases le da un aire aforístico, pero tiene una estructura trabada.

   Es el producto de una combinación de inteligencia e ingenuidad y lleva a una especie de repliegue.

   “Mi idea fundamental”, escribe, “es que las constantes lógicas no actúan como representantes de nada. Que la lógica de los hechos no consiente en tener una representación.

    Estamos en una época de crisis civilizatoria, ecológica, social y de cuidados, derivada de un modelo económico en el que todo se subordina a la competitividad, al beneficio y al crecimiento del Producto Interior Bruto.

   La crisis del coronavirus nos invita a pensar en un necesario cambio de rumbo a todos los niveles para hacer frente a la emergencia económica, ecológica, social y de cuidados que padecemos.

    No queremos volver a la situación anterior.

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