Armónica Dislexia / Paco Bailo


Por Paco Bailo

“La izquierda es la que hace música, es creativa, la izquierda es inteligente. Luego la derecha es la que ejecuta”

Paco de Lucía

    Desconozco si nuestro singular guitarrista declaró estas palabras intentando una metáfora u ofreciendo un acercamiento de la técnica de la vihuela para principiantes.

   No le salió gratis la gracia, unos guardianes de las esencias y excrecencias le pisaron las manos al poco tiempo mientras paseaba con su compañera.

  Ciertamente la izquierda inquieta es la que trastea y no para de escalar y sumergirse por el mástil mientras la derecha golpea arriba y abajo sobre el brocal de ese pozo sin fondo que es la guitarra.

    Está claro que sin la derecha nada suena por más que la siniestra se afane, ay, qué estériles denuedos. Sin embargo, sin la izquierda la cosa suena, mal pero se hace oír, disonante, ruidosa. Una criatura de tierna edad, un infante sin voz, puede hacer sonar el mecanismo, mi si sol re la mi, distorsionando, disonando, mi si sol re la mi, y matando la cabeza, misisolrelamiii, o tal vez comunicándonos con sorpresa el hallazgo de su sonora protesta.

   Algunas afinaciones heterodoxas de las seis cuerdas conseguían sonidos que no hacían mucho daño e incluso agradaban– los de la new age lo practicaban, oh, posmoderna casualidad–. Hasta un tema de los Beatles comienza tal cual, zarpazo a las seis cuerdas al aire, desconcertando al auditorio para seducirlo después–si Bach levantara la cabeza…–. Cossío y Pardinilla, recreando las rítmicas veredas de J. J. Cale o Clapton son militantes de ese tipo de belleza.

   Disfruto cuando derecha e izquierda llegan a un acuerdo, a un sincero consenso, fruto de la experiencia y la práctica. Me emociono cuando nuestros vecinos Javier y Mario Mas o Rubén Jiménez logran ese equilibrio que convoca lo hermoso, lo excelso, lo inefable. Queda claro pues que, desde unas sillas, unos escaños o unas banquetas se puede lograr.

  En otro orden de cosas resulta que un siete por ciento de la población de este país es disléxica, los hemisferios cerebrales se lían y uno de los dos zancadillea al otro, como buenos hermanos, apareciendo dificultades para leer, escribir o calcular. La gente que conozco y que convive con esta traba acaba orientándose hacia el arte siempre que pueden. Se saltan la valla del leer y el escribir con la pértiga de su aptitud hacia el dibujo o la música consiguiendo un equilibrio que hace más llevadero lo cotidiano. Y nos regalan esa armonía de pinceladas y notas que a menudo nos sorprende y que añade belleza a nuestros paseos o retiros.

    Guitarra y dislexia, diestra y siniestra. Sé que llevo el corazón a la izquierda y las llaves y la cartera en la derecha. Eso me ayuda en mi torpeza. Desde mi muñeca izquierda las saetas de Cronos me recuerdan que la vida es breve y la Parca compañera de sendero. Sigo conduciendo por la derecha, incluso cuando recorro las aceras porque a ello me invitaba mi librito de Urbanidad cuando aprendía a deambular. Incluso ralentizo mis pasos y esbozo una sonrisa cuando rebaso a alguna abuela o abuelo en un inútil afán solidario. No levanto la palma ni el puño hacia ninguno de los dos lados. Me cuesta tirar y conservo viejos libros, vinilos y cachivaches mientras me afano por comprender por qué no se toman algunas medidas obvias, sensatas y urgentes sobre la sanidad, el cambio climático, el reparto de la riqueza o el decrecimiento sostenible. ¿Conservo o progreso?

  De ahí que, cada día me acosa el interrogante, no me importaría saber si soy más de derechas o de izquierdas. Por ubicarme de una vez. O si, tras décadas de pocos éxitos y abundantes tropiezos, padezco algún tipo de dislexia, ya sea leve o inoportuna. Aunque… si me dejan escribir en El Pollo… Uy, uy, uy, debo ir por el buen camino y en buena compañía.

Artículos relacionados :