Esta vida me va a matar / Miguel Clavero


Por Miguel Clavero

    Sonó el despertador a lo largo y ancho de esas sucias cuatro paredes,  empapeladas con aburridas filigranas en tonos pastel y decoradas con pésimo gusto.

   Lo que en un tiempo no muy lejano fuera un formal dormitorio matrimonial, ahora era el cubículo donde caía rendido todas las noches Benito Rodríguez.

    Tras levantarse, se dirigió al  espejo de su cuarto de baño, pero el  reflejo no le devolvió la imagen que hubiera deseado ver: observó un tipo muy envejecido  ojeroso y de un aspecto nada agradable.  Claro que después  de beberse una botella entera del whisky por la noche tampoco era como para tirar cohetes, pensó.  El problema era que eso se iba repitiendo peligrosamente una noche sí, la otra también.

   Además, a esto habría que añadir que por las noches no conciliaba bien el sueño y,  últimamente, venía padeciendo unas  desasosegantes pesadillas nocturnas que venían repitiéndose con extraña frecuencia: un hombre joven se le aparecía con una cínica  sonrisa, mostrando unos  dientes, como un   peligroso tiburón a punto de atacar.

   En la deplorable cocina donde se tomó un café frío con lingotazo de whisky  —eso le calmaba los temblores de las  manos y le neutralizaban los tic nerviosos que,   últimamente observó, se le  habían instalado en su rostro—  había botellas vacías que se  apilaban en una mesa llena de mugre, que nadie limpió desde que su exmujer le dejara,  huyendo de la miseria y la dejadez de un matrimonio que,  ya hacía tiempo, había dejado que el amor se esfumase,  permitiendo además, que un tipo más joven y ‘comprensivo’, cubriera en ella un aspecto íntimo de su vida, que creía había perdido,  tras el vacío existencial de la separación.   A Benito le aterraba de él un extraño brillo en los ojos que acompañaba con una siniestra sonrisa de tiburón. 

   “Hacía frío y llovizna” cuando salió a la calle para ir a la oficina.  Mientras caminaba se acordó de los nuevos profesionales que iban progresivamente integrando el departamento: eran jóvenes, más preparados y eficaces y  rumoreaban entre ellos cosas que él desconocía.

   Decían también que se impondrá un aparato llamado ‘ordenador’ que sustituirán a treinta empleados entre archiveros contables y mecanógrafos.  No quería darle mucha importancia a esos rumores, pero le helaba la sangre sólo en pensar que ello podría suponerle el despido en la empresa. 

   Al girar una esquina se topó de frente con una  manifestación de obreros que protestaban contra las reconversiones industriales previstas que se  iban a  llevar a cabo en ciudad.  Gritaban diversas consignas y el ambiente dedujo estaba muy tenso.  También le llamó la atención un cartel pegado en la pared, de unos rockeros que anunciaban su primer disco que iban a lanzar este  noviembre del  1982: ‘Esta vida me va a matar’ de los Suaves, y pensó: ‘qué ironía, mi médico también dice que me voy a morir’:

  —En realidad, todos vamos a morir, qué tontería —pensó.

   Giró la vista hacia la multitud y de repente se quedó  sin aliento creyendo ver al tipo de la sonrisa de tiburón.  Ese que le atormentaba en sus pesadillas nocturnas, ese que se le parecía al que se había ido con su mujer.

    Se quedó quieto mirando a Benito y, sin perder la sonrisa cruzó un dedo de lado a lado de su cuello imitando el acto de degollar.  Acto seguido  el individuo de la sonrisa de tiburón ya había desaparecido. Benito se quedó de piedra.

“—Qué ha pasado Rodríguez?,  llega usted tarde otra vez.  Sí se vuelve a repetir tendré que dar parte de usted”  —le dijo su inmediato superior, nada más entrar en la oficina.  Benito Rodríguez, sin decir nada se puso a teclear hasta que se le hizo  la hora de salir.

   Ya era tarde y como todos los días entró en el supermercado para comprar algo de cena y, como no, la botella de whisky.  Al llegar al mostrador a punto estuvo de solicitar la atención del dependiente cuando éste se giró hacia él:

  —En qué puedo atenderle?  —le pregunta.  Benito al verle la cara y esa maldita sonrisa de tiburón se quedó inmóvil, como petrificado, sin poder respirar y desencajado su rostro. Acto seguido, un repentino dolor intenso en el lado izquierdo del pecho, seguido de un agobio insoportable, empezó a tambalearle de un lado a otro.  Desesperadamente, se agarró a una estantería para sujetarse, pues no se tenía en pie y desequilibrándola, la arrastró consigo hasta caer con ella,  desparramando todas las botellas que allí había y  estrellándolas contra el suelo. Le acababa de dar un ataque al corazón. 

   La estantería al caer dejó visible un cartel publicitario que rezaba:

“Beba whisky DYK…

Con el amigo DYK, desaparecerán los tic…

Whisky DYK…

El segoviano…”

    Moraleja: tiempos oscuros, vive Dios, los que nos toca vivir con el coronavirus y todo eso… Pero no peores que otros pasados.   Por eso alguien dijo: “Esta vida me va a matar…”  Pero lo dijo cantando y con una rockera  guitarra eléctrica para asustar a los demonios…

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