Un evento que distinga a Zaragoza

Por Manuel Medrano

No lo tenemos. La ciudad de Zaragoza no tiene un acontecimiento que la haga ser conocida, por asociación inmediata, en el mundo. Y es un problema.

En la globalización, las ciudades compiten entre sí por la captación de congresos, capitalidades, celebraciones internacionales, etc. Me lo decía mi amigo Olgún en Estambul en 2002, y me lo explicaba muy bien. Por supuesto, con la ayuda de sus países, de sus marcas nacionales, pero el primer fulgor ha de partir de la propia ciudad.

Podemos pretender que Zaragoza sea “ciudad de compras”, pero para eso hay que desplazarse desde otros lugares y, en esa circunstancia, el gasto y las ventas se incrementan conforme se da alicientes al visitante para permanecer en la ciudad y disfrutar de ella. Lo que implica una oferta atractiva a nivel internacional que, hoy por hoy, no existe.

Me decía hace unos años mi amigo Paco Rallo que lo importante acababa siendo, no las acciones puntuales (exposiciones de arte, conciertos, ciclos de teatro, presentaciones literarias), todas ellas para consumo interno básicamente, sino los grandes eventos. Y no tenemos uno. Por favor, que nadie me diga que tenemos la Basílica del Pilar, las Fiestas del Pilar y la Semana Santa. Porque, igualmente, segmentando más y mejor el mercado, otros tienen eso y mucho más.

La búsqueda del evento que definiese la ciudad ya existió en los años 90 y comienzos del presente siglo, siendo José Atarés teniente de alcalde y, después, alcalde. Pero no hubo suerte, no se halló ninguno que se lanzase, siquiera como prueba. El entorno de Pepe recibía propuestas pero carecía de capacidad de comprensión de unas, y de valentía para apoyar otras. Y ahí quedó, aunque el político lo intentó.

Luego vino la Exposición Internacional de Zaragoza, en 2008, un proyecto que se hizo realidad gracias, en buena medida, a que se apoyó decididamente por los entonces representantes de los dos grandes partidos, aquí y en el Gobierno de España, aparcando cortoplacismos y egoísmos políticos y empujando todos en la buena dirección. Y, también, reconociéndose unos a otros el buen trabajo realizado, más allá de la visión cuatrienal habitual por los periodos electorales. Y esa Expo 2008 trajo cosas buenas y algunas dudosas como el carísimo e inútil Pabellón Puente, cuyos sobrecostes impidieron cubrir la Pasarela de Manterola (o del Voluntariado) que sí se usa y mucho, pero en la que los vientos nos azotan y te empapas si llueve. No obstante, hubo deficiencias publicitarias, que se intentaron solventar a última hora, con un escaso conocimiento del evento por parte del gran público más allá de España, Portugal y Francia. Después de su celebración, vino como siempre qué hacer con el legado. Pero Zaragoza continuó siendo esa ciudad cuya ubicación hay que describir a muchos europeos y a casi todo el resto del mundo diciendo: “aquí Madrid, aquí Barcelona, pues en medio”.

Luego se intentó organizar en Zaragoza Expo Paisajes 2014, eso que los jocosos llamaban “Expo Nabo”. No salió. Y, también, optar a ser la Capital Europea de la Cultura 2016, proyecto que venía planteándose años antes. Ganó San Sebastián, que ya llevaba en el curriculum su Festival Internacional de Cine y su Festival de Jazz, ambos totalmente consolidados y formando parte de la trayectoria de la ciudad.

Era difícil que Zaragoza ganase la capitalidad cultural europea, por varias razones pero, especialmente, por una. La ciudad está bien comunicada (AVE, aeropuerto, carreteras, etc.). Y con la exposición internacional había duplicado su oferta hotelera y ampliado la ya de por sí apreciable cantidad y calidad de infraestructuras culturales. Pero en las reuniones preparatorias del evento, recuerdo perfectamente mis objeciones porque apenas se hablaba del capital humano. Mucho Goya, mucho Buñuel, pero poco incentivo a la creación actual, y menos a la de excelencia. Dije entonces que, cuando una ciudad quería ser sede de un acontecimiento deportivo internacional, además de accesibilidad, capacidad de acogida, etc., exhibía su apoyo al deporte en todos los niveles, también con la presencia y mantenimiento de Centros de Alto Rendimiento. Y que aquí esa faceta, importantísima, no se daba: el apoyo al creador. Bueno, otro aspecto nada secundario fue la incorporación muy tardía a la propuesta cultural de subsedes como Huesca (que, sin embargo, ya lo había sido de la Expo Internacional 2008). En 2002, Salamanca fue la Capital Europea de la Cultura y Ávila fue una pujante subsede, esto no era nada nuevo, pero así sucedió aquí.

Y seguimos, hoy, con escasas intenciones y ninguna voluntad política de tener un evento que nos haga brillar. Un acontecimiento periódico, anual o bianual, consolidable. Que aproveche nuestras infraestructuras y nuestro capital humano (pasado y, especialmente, presente). Que permita a los que vengan plantearse permanecer aquí unos días, y comprar de paso.

A ver qué nos depara el futuro pero, por ahora, esta es mi visión de cómo están las cosas, no pesimista, pero sí escéptica.

 

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