Por Eugenio Mateo
Venía yo enfrentándome a un mini de jamón en una mañana cualquiera en un bar cualquiera, cuando no pude por menos de escuchar una conversación entre dos parroquianos y el dueño, a los que se daba por supuesto su relación cotidiana, y uno de los clientes, dueño a su vez de una tasca mítica de Zaragoza, contaba enfadado que en una bar en el otro extremo de la ciudad, anunciaban unas papas bravas con el nombre de su establecimiento…
(que viene elaborando unas papas bravas inmejorables desde hace muchos años), en un claro delito de usurpación de identidad y pirateo de marca. Andaba el hombre preguntándose si les iba a demandar, y los contertulios con el consejo del “para qué”. No sé lo que pasó después porque me fui a cumplir con una cita.
Sin embargo, y casi por lo nimio del asunto, mientras andaba me vinieron a la cabeza ciertos paralelismos, que, a otro nivel, coincidían en la épica del sucedáneo. Consiste esta en atreverse a pasar la prueba comparativa ante lo verdadero, consciente quizá de la poca preparación del que tiene que distinguir. Volviendo a las papas bravas y estudiando las condiciones del barrio en el que se venden las sucedáneas, su posible clientela no haya probado las auténticas jamás, e incluso pensarán que el nombre de las que se comen es el apellido del que las hace. Cabe pensar para qué le sirve la artimaña, y si la cantidad de raciones que vende serían menos si llevaran el nombre de su garito. Está claro que este asunto menor no merece tanto rollo como estoy metiendo.
Puestos a los paralelismos, se instaura la épica del sucedáneo en lo alto de la pirámide. Por si alguien no se había dado cuenta, estamos en campaña; electoral, aunque a veces parezca militar. Y es ahora cuando circulan, más que nunca, los sucedáneos. El bueno, bonito y barato, los componían en otros tiempos. En los de ahora, se ofrecen sucedáneos de actitudes, de sentimientos. Se invoca demasiado el concepto de identidad testicular cuando precisamente en eso sería muy difícil ponerse de acuerdo, pues el que más y el que menos está resignado con el tamaño de los suyos. No deja de ser paradójico que se acuda al escroto y a la vez, más de la mitad de los que tienen que votar, no tengan el susodicho órgano reproductor. También lo es, que de repente, nos demos cuenta a diestro y siniestro de que cada uno de los que nos quieren ¿representar? se auto replican tomando las circunstancias como disputa para ver quién es más macho, más auténtico; el más decidido a ser el mejor sucedáneo de sí mismo. Tiene su épica, no crean, porque al final, ni unos ni otros distinguirán lo verdadero de lo falso, y acabaremos todos haciendo las cosas por cojones, que ya se sabe que no admiten sucedáneos.
Como en lo de dar gato por liebre nuestros administradores son verdaderos expertos, se recomienda agudizar el oído, serenar el ánimo y mantener intacto el gusto por lo genuino, aunque salga más caro. Mantener la opinión frente a viento y marea en las cosas importantes es un juego difícil, pero no imposible. Visto lo visto, dejarnos tomar el pelo acaba siendo el deporte nacional cada cuatro años; a pesar de eso, seguimos comprando las malas imitaciones a sabiendas que se romperán al primer uso. No somos héroes, ni falta que hace, aunque algunos se crean que no les vamos a descubrir el timo. Ser liberal o judeo masónico no es lo importante. Lo mollar es que lo sean de verdad los que dicen serlo. Amén.