EMOCRACIA

Por Esteban Villarrocha Ardisa

Vivimos momentos de desasosiego viendo cómo la democracia se diluye en favor del seductor atractivo de la emocracia, que no es otra cosa que el poder de las emociones, ese donde los instintos del ser humano afloran para hacer y vivir la política.

Esta tendencia, cada vez está más presente en los enloquecidos medios de comunicación, en los desnortados partidos políticos, en las seductoras redes sociales. La emocracia se instala como práctica política, se abre paso y trata de monopolizar un discurso político que conduce inevitablemente al choque irracional, al enfrentamiento cainita.

Los valores del humanismo y la ilustración han dejado de marcar el devenir de la sociedad. La razón y el sentido del común se sustituyen por pasiones donde el discurso del odio gana adeptos, la convivencia se distorsiona, la cohesión social y la democracia representativa se debilitan. Se apela constantemente a las emociones y acabamos socavando los valores democráticos, el único objetivo para los emócratas es la conquista del poder a costa de lo que sea.

¿Nadie ve los daños a futuro de este planteamiento? En emocracia lo individual se impone a lo común, lo identitario anula la diversidad de formas, colores y pensamientos; el progreso, concepto fundamental de la sociedad y elemento para un futuro mejor, deja de funcionar; el diálogo desaparece; las decisiones se toman por los adoradores del poder financiero que idolatran la propiedad cual dios infalible; la mentira, o la no verdad, es el recurso constante que se instala en un discurso político unidireccional.

Frente a esta deriva totalitaria y emocional hay una multitud de verdades tangibles, consecuencia del pensamiento filosófico que desde la Ilustración acá ha generado una mejora en la sociedad, que desaparecen. Vivimos una constante sensación de incertidumbre y de temor al futuro. Estas son las consecuencias a corto plazo de la práctica de la emocracia en la que nos hemos instalado.

La emocracia constantemente alude a las tradiciones, cuando todos sabemos que la tradición es un invento humano y no una razón inamovible de existencia. La tradición se hace y se deshace, se inventa y se trasforma, afortunadamente es un devenir histórico, y negarlo sería falsear las cosas. Como decía Tzvetan Todorov refiriéndose a los nacionalismos, “cuando hay demasiadas banderas hay que empezar a preocuparse”. Lo mismo pasa con la tradición como elemento de cohesión, el constante anhelo por las tradiciones genera una enorme preocupación. Hoy, lo tradicional, lo propio, lo identitario marca el discurso xenófobo del conservadurismo. Hace poco leía una frase que me hizo reflexionar sobre esta situación: “El cuento acabará mal porque el que lo cuenta es el lobo”. Intentemos que no sea así.

Me pregunto cada día qué puedo hacer yo para cambiar esta situación, no quiero vivir anclado fuera del humanismo y la ilustración, por eso, y citando a Marina Garcés, prefiero comenzar una batalla en favor de lo público, lo democrático, lo de todos: “En lugar de ciudadanos, somos clientes de nuestras sociedades; tenemos que volver a pensar que lo público somos nosotros”.

Volver a reivindicarme como ser político en este nuevo contexto que nos convierte en individuos desprotegidos, manipulados, condenados a la banalización del ocio y el aumento de la desigualdad. Cada mañana al levantarme trato de entender lo que pasa, el cambio de modelo social, en lo económico, en lo cultural, en lo social, me abruma y asisto a la fractura social consiguiente que debilita la democracia.

Se nos vuelve a citar para votar a nuestros representantes y pienso que debemos plantarnos frente a los excesos de las emociones. El aumento de la desigualdad no es inevitable, es un problema que puede resolverse. La desigualdad es el resultado de decisiones políticas. Y las humanidades y la nueva Ilustración nos tienen que ayudar a resolverlo. Reproducir la empatía hacia las posturas políticas de progreso y en favor de la cultura no banalizada. Recuperar el tono de tolerancia y de diálogo que asienta el pacto social.

Por eso, en estos tiempos convulsos, tenemos que preguntarnos cómo trabajamos y cómo vivimos para entender qué tipos de cultura, saber y arte estamos desarrollando. Lo decidimos en unos meses.

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