¡¿Viva el tedio

Por Daniel Arana

Resulta que todos los nombres son distintos y, sin embargo, idénticos en vaciedad. El problema es que no todos los allí reunidos son igual de inapropiados.

Estoy escribiendo estas palabras cuando falta un mes exacto para los comicios en nuestro país. No unos comicios al uso, sino una situación complicada, en fin. Desde luego, rara vez unas elecciones en la aburridísima democracia española exigen, como en este caso, la militancia de la inteligencia y el compromiso de la lucidez.

Piense usted, lector, que dentro del palurdo elenco con que se nos convida, le puede caer de compañero de mesa la psicodelia marxista-personalista por un lado, en nada liviana competición con el delirio neoliberal y las vacuas soflamas nacionalistas en dichos vacíos.

¡Qué modorra de anti España y de por España!

Además y por si fuera poco, este tiempo nos ha traído unas aguas un poquito más ponzoñosas todavía: la aparición de los estetas de la derecha más aberrante y cateta que jamás conoció la tibia democracia del país, que llevará en sus listas a negacionistas del genocidio (aún existen, sí), militares que arden en deseos de levantarse en armas contra la socialdemocracia o claro, impúdicos homófobos o directamente, defensores de la violencia de género.

Así pues, como sostengo desde hace tiempo, de lo que aquí se trata, voto mediante, es de frenar aquellos platos insufribles que los maîtres políticos de esta época nos han servido y aún nos sirven. En que los que aún andan pensando si será o no inteligente una admiración ciega hacia lo que, me parece, es un menú no apto para gourmets: la «nueva política» o el viejo orden, esto es, la hoz y el martillo de siempre o los tremebundos caralsoles, también de siempre, con el añadido kitsch de la corrida a media tarde. Y perdonen ustedes la expresión.

Esta es la tragedia de los tiempos, como un lastre inexorable, mientras acechan la penuria y la debacle.

Digo que hace falta la militancia de la inteligencia y el compromiso de la lucidez porque un instante de vacilación, entonces, nos haría rodar como una bola de cenizas, directos hacia la más absoluta barbarie.

No pensé nunca, desde mi anarquismo calmado, pedir desde un periódico el voto. Pero las cosas han cambiado.

Voten pues, con lógica, por los que, al menos, salvaguardarían las pequeñas libertades de esta tediosa democracia liberal y combatirían, a fin de cuentas, los errores de prognosis histórica de los que hacen gala ciertos personajes siniestros, como aquellos que se niegan, por ejemplo, a condenar la dictadura del general Franco o rumian que Cuba, Irán y Nicaragua son adalides del humanismo democrático.

No espero, porque para eso harían falta dos partidos fuertes, como fuerte debiera ser también el Estado –y no una sopa de letras rijosa y pendenciera, ni un Estado desaparecido en combate- que nadie se eclipse, ni siquiera periódicamente.

Eso sería hacer valer la ejercitación de la voluntad frente a la desidia de esta era.

Toda esta sismografía de la vida política nos ha despoblado de lo humano. Nos despobla y margina, como si se hiciera todavía más patente que son sus claúsulas, caóticas y serviles hacia quien menos lo vale, las que nos conducen directos al fracaso y a la ruina. O socialdemocracia o defenestración total de ésta. Recordemos Italia, donde los dos extremos se han puesto en vejatorio acuerdo para gobernar –o así- el país.

Tampoco conviene olvidar, ya que estamos, que prejuzgar, minusvalorar o supervalorar suelen ser errores graves en política. Lo que el decrépito periodismo del país da en llamar «las ideas del momento» siempre es ridículo y parodiable.

Pero créanme si, por las mismas, les digo que estoy por preferir, tal como enunciaba antes, la rutinaria languidez de las democracias liberales.

Porque, al menos, podré seguir escribiéndoles a ustedes estas líneas sin temer por mi propia integridad. O por la de ustedes.

Decía Mitterrand y no erraba: « ¿La libertad de nuestros adversarios no es un poco también la nuestra? ».

 

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