Por Eugenio Mateo
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En estos días pasados se ha hablado mucho de poesía. Ha sido en los actos celebrados como Parnaso 2.0 Jornadas: La poesía en Aragón. No pude asistir a las conferencias matutinas, pero sí a todas las mesas redondas de la tarde.
La nómina de participantes y la variedad y enfoque de los temas tuvo un alto nivel. No se dijo nada nuevo, pero lo que se dijo puso en valor la poesía.
Pero no he venido a dar loa a nadie. Quiero hablar de otra cosa, de ésa que ya no puede asombrar a nadie, y menos a los que nos dedicamos de una u otra manera a esto: ¡El público!
¿Dónde está? ¿Pero dónde se ha metido ésa gente?
En estas jornadas, como en todas las otras jornadas, seminarios, coloquios, presentaciones, recitales, etc. etc., que tengan tufo cultural, la gente no va. Entendámonos, que asistan siempre los mismos no significa que se vaya a medio llenar la sala. La gente pasa de acudir, aunque siempre queda la posibilidad de regalar e-books en la puerta o de aderezar los actos con bingos para los mayores o la proyección de juego de tronos para los futuros amantes de las letras. Nada nuevo, incluso añadiríamos que es endémico. Es un hecho que la gente sale y que hay suficiente oferta para todos. El problema está en cómo se reparten. Tomando como público objetivo a todos aquellos con sensibilidad para las artes, y que son muchos, debería haber más afluencia en términos cualitativos. Asumiendo que los gustos de la mayoría de la sociedad van por otros derroteros, quizá habría de convenir que los cultos se ocultan, en una somatización de fotofobia intelectual; por eso, llenar una sala con un acto cultural se antoja una epopeya, salvado está algunos ámbitos en los que se está cómodo, algún ambiente en el que se combine la cultura y la chistorra, que mientras sea gratis ayuda una barbaridad, o la mítica Campana catacumba.
Alguien dijo que somos una generación perdida y que es a los jóvenes a los que toca tirar de la gabarra, pero de momento se escaquean, o mejor, interactúan sólo entre ellos. Complicado está si el reemplazo tiene ánimo de objetor de conciencia. Ya crecerán, como nos pasó a todos, y cuando se les invite a un acto cultural serán más condescendientes, pero mientras, la endogamia envejece al compás de los asientos vacíos. Los promotores se engañan aludiendo al partido del día o la feria del vino. Se engañan porque a esos no se les espera. La cultura tuvo importancia sólo para los que se la dieron podría ser un buen epitafio.
Se habló en una Mesa en la que participé, acompañando a Amparo Sanz Abenia y a Fernando Sarría , del tejido social de la poesía. Las asociaciones culturales sin ánimo de lucro llevan desarrollando una insensata actividad de divulgación, y digo insensata porque hay que serlo en función de los parámetros en los que se mueven: Penuria de medios, descenso de asociados, incomprensión del esfuerzo, labores altruistas, etc. A pesar de todas las dificultades, estos colectivos de autores y lectores conforman ése tejido social tan necesario para la literatura y la poesía, y que a lo largo del tiempo han demostrado que llegan donde los gobiernos no alcanzan. Con vocación de superar lo cotidiano, ejecutan una intensa labor por la que pocos se interesan.
Hay quién dice que es al EGO a quién se debe culpar de tanto frenesí intelectual, como si ese ego fuera desconocido para tanto mal pensado. El que esté libre de egos que tire la primera piedra y no convendría olvidar que los egos masocas están en peligro de extinción. Es mucho más fácil pensar que todos esos promotores culturales son simplemente tontos (tonto es el que hace tonterías, los otros no están incluidos) al preferir compartir su tiempo con poetas en vez de con su mujer. Aún más, por hacerlo a cambio de nada. Tendrían que reunirse un día de estos entre ellos para hablar largamente de sus cosas.
No le den vueltas, los agitadores, los activistas culturales — simples nomenclaturas posmodernas del término organizador — tienen un motivo. Están a la espera de que se les confirme una información confidencias que los situaría en la agenda de un cazatalentos de Manhattan.