El miedo (y los servilismos) según el quiosquero  / Carlos Calvo

 

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Por Carlos Calvo

      Nos recuerda el quiosquero esta sentencia de Albert Camus: “La prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad la prensa es siempre mala”. 

    En efecto, la misión del verdadero periodista es permanecer alerta y vigilar al poder y a los poderes. “Recuerda”, le dijo Emilio Cecchi a Indro Montanelli, “que los periodistas son como las prostitutas: en la calle les va bien e incluso pueden ser alguien; lo malo es cuando quieren entrar en los salones”. Por decirlo con Karl Kraus, el quiosquero de la esquina sitúa su pluma junto al cadáver aragonés porque cree que aún respira. El asunto es no depender de nadie y así denunciar prácticas delictivas del estado o los bancos y hasta del propio periodismo. El quiosquero critica a los escritores periodistas porque desprestigian la literatura y mancillan el periodismo. Busca desesperadamente la depuración de tanto moco y palabrería del lenguaje periodístico. Sin embargo, el lenguaje será, al final, lo que salvará al periodismo.

  El quiosquero homenajea en su chiringuito al activista Sikka Brahim, que fue detenido y torturado por la policía marroquí al participar en una manifestación de la coordinadora de desempleados en la ciudad de Guelmim, donde vivía. Trasladado grave al hospital de Agadir, Brahim falleció. La información al respecto no apareció en ‘Heraldo’, ‘El Periódico’, ‘El País’, ‘El Mundo’ o ninguno de los grandes medios de desinformación habituales. Al fin y al cabo, Brahim no era venezolano o cubano, y Marruecos es un reino aliado, amigo. El incidente, por llamarlo de alguna manera, le recuerda al quiosquero la película ‘Chinatown’, de Roman Polanski. Un agente de policía, al ver magullado a Jack Nicholson, después de una paliza, le pregunta: “Dios mío, ¿qué le pasó en la nariz?”. “Me corté mientras me afeitaba”, miente Nicholson. “Debe dolerle mucho”, supone el agente, a lo que replica el protagonista: “Solo cuando respiro”.

  Y es que los periódicos van de mal en peor. Si el decano de la región aragonesa se ha convertido en ilegible (hijo de flauta), lo de ‘El País’ clama al cielo. Los despidos de grandes profesionales como Ramón Lobo, Maruja Torres, Miguel Ángel Villena, Javier Valenzuela o Miguel Ángel Aguilar han sido sustituidos por intrusos con piel de cordero que es mejor no nombrar. Son los costaleros de Cebrián, tan despóticos como su amo. De estos fieles sirvientes sabía mucho el zaragozano Raúl Artigot, que le tocó fotografiarlos a las órdenes del gran Francesc Betriú.

  En realidad, ‘El País’ y el Psoe parecen gemelos a la mayor gloria de Paco Martínez Soria. Su deriva ideológica, considera el quiosquero, ha ido por vías paralelas. Su renuncia a principios políticos regulativos de un comportamiento plural y democrático se ha ido plasmando a lo largo de estos años con cinismo y caradura. El difunto Haro Teglen ya lo advirtió: “El fenómeno clave de la transición es la bajada de pantalones ideológica de los intelectuales, adscritos a la nómina de Polanco y a los abrevaderos políticos del Psoe”. Haz y envés, sentencia el quiosquero, de una realidad que solo ha favorecido al Ibex 35, pero no a los ciudadanos de a pie y autobús diario.

  Vean, si no, el revuelo generado por la vinculación del presidente de Prisa en los llamados papeles panameños, que ha provocado el despido –otro más- de Ignacio Escolar como colaborador en la Cadena Ser. También Cebrián ha vetado a colaboradores de la Ser y ‘El País’ acudir a los debates televisivos de la Sexta. Y es que Juan Luis es un pajarito de tomo y lomo, recolector, como dice el quiosquero, de todos los ismos inimaginables: fascismos, socialismos, capitalismos, sinvergüencismos… Mark Twain decía que la historia no se repite, pero rima. Y el quiosquero de la esquina dice que el lobo feroz existe, solo hay que mirar en la dirección adecuada.

  Estos días ‘El País’ ha cumplido cuarenta años e indudablemente se ha celebrado con merecimiento. La cuestión es si se debe aplaudir el fenómeno de la derechización de este medio de comunicación que marcó una época, que ha marcado un tiempo, un estilo, y que hoy es una sombra de lo que fue. Juan Luis Cebrián, analiza el quiosquero, es hoy un fenómeno de la defensa de la economía ultra neoliberal, especialmente porque defiende sus ahorros, es decir, cantidades ingentes de dinero otorgado por la empresa a su malísima gestión. Un caso ejemplar de descapitalización de algo importante a favor de unos pocos, y entregado al gobierno de turno. El otro fenómeno de decadencia, ‘El Mundo’, nació de la mano de un director, Pedro José Ramírez, hoy al frente del diario digital ‘El Español’, que pide suscriptores para mantener la libertad de expresión. ¿Estamos –pregunta el quiosquero- ante el fenómeno irremediable de la prensa digital como único soporte?

  El gran periodismo es prescriptor: posee una reconocida aptitud para decirle a la gente lo que es importante, lo que va a necesitar leer y aún no lo sabe. El periodismo pequeño, en cambio, se chupa el dedo, lo alza, identifica el sentido del viento y corre a ponerse de cola. El miedo del plumilla a la reacción gremial hace que escriba, como perro faldero, para otros periodistas. Ni lector ni político ni anunciante. Lo primero es complacer a los guardianes de las esencias. El buen periodismo, como la canícula, a veces es un cuento, hecho de añicos, de pequeños detalles, de sutilezas, de inadvertida felicidad y de episodios que fijan los latidos de la memoria. No es lo usual, y pronto vuelven el viento y las hojas en el suelo.

  El quiosquero vaticina que las nuevas tecnologías acabarán con los periódicos tal como los hemos conocido, pero los diarios impresos tendrían que aguantar como verdaderos referentes informativos de la sociedad. Que un periódico haga bien su función requiere que sea molesto con las administraciones públicas. Luego cada uno puede ser más o menos quisquilloso, pero molesto tiene que ser siempre. Un buen periodista dice cosas que molestan, corrige actitudes, pide que se revise la legalidad de actuaciones, sopla en el cogote del organismo oficial, funciona como válvula entre los ciudadanos y la administración.

  Los buenos periodistas están yéndose a sus casas para que se contrate a gente a precio más bajo, algo que es un contrasentido ya que, si se baja la calidad, el ciudadano se alejará de los medios. El sometimiento económico a los periodistas se debe a la idea de hacer puro negocio de los medios de comunicación, y hay temas intocables y empresas importantes en España de las que no se habla porque aportan una gran cantidad de dinero a la tarta de la publicidad. Por eso constata el quiosquero que, de un tiempo a esta parte, estamos asistiendo a una supresión sistemática y criminal del pensamiento crítico en los medios.

  Aprovechando que el Ebro pasa por Zaragoza, lamenta el quiosquero, han desaparecido voces y plumas críticas relevantes. El principal responsable de la crisis está adquiriendo cada vez más poder en los medios de comunicación, sin que nadie diga nada, alce su voz o denuncie semejante atentado a la libertad de expresión. Mientras tanto, se adelgazan las noticias, se mezclan los formatos y la frivolidad campea a sus anchas. El pensamiento crítico no llega por inspiración divina. Cuesta. Hay que cultivarlo. Exige tiempo y esfuerzo personal. Es mucho más fácil sentarse en el sofá y dejarse llevar. Es pensamiento atribuido a Turícides (recuerda el quiosquero): “Se tiene que escoger entre ser libre o descansar”.

  Ciertos periodistas, maldita sea, no quieren informarnos. Quieren mandarnos, dirigirnos, reducirnos a los límites mentales y morales de su miseria para no sentirse como unos miserables. Incapaces de alzarse, quieren derrumbarnos y, al final, les corroerá siempre la envidia y la frustración de no ser libres. Y nosotros, dice el quiosquero a su concurrencia, somos personas que no hemos sido instruidas ni en el odio ni en la venganza, personas con suficiente imaginación, talento y fuerza para tener una vida que merece la pena ser vivida sin la necesidad de confundir a los demás. Porque la dignidad, queridos, no se negocia. Y quien la negocia no merece llamarse periodista.

  El quiosquero está a punto de cerrar el chiringuito y, llaves y candado en mano, hace leer a su parroquiano más inquieto un artículo escrito por la periodista vasca Amparo Lasheras, en referencia a un intruso lechuguino: “Desde que Arnaldo Otegi ha recobrado la libertad tras seis años de cárcel por su trabajo político, sus apariciones han causado una tormenta contenida y mal disimulada entre articulistas, encargados de encauzar la opinión pública por los derroteros del viejo estatus del bipartidismo español. Hay muchos artículos que se podrían rebatir, sílaba a sílaba, con argumentos muy serios. Pero solo me voy a detener en el colmo de un periodista de Prisa que desde la prepotencia ideológica que se arroga a sí mismo como ecuánime y destacado referente de la cultura de alto standing, calificó la entrevista de Évole de magistral y comparó a Otegi con Hitler. Cuando el miedo oficial a todo lo que cambia se une al servilismo de la prensa, ocurren estos despropósitos. Se nubla el conocimiento político, el periodístico desaparece y aflora el oportuno manipulador”.

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