Generales a la espera / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón)

    De acuerdo con los que suelen saber, hay varios generales –Torres,Plaza, Alcalá- a la espera de que el ejército  ‘bolivariano’ decido cuál es el procedimiento más sensato para sacar del escenario a Nicolás Maduro.

     Buena parte del país ve ya en él al padre indiscutible de un desastre de colosales dimensiones  que ha llevado a Venezuela y a los venezolanos a extremos inverosímiles de depauperación y desorden institucional. Resulta cruel describir la larga serie de medidas adoptadas por el presidente en los últimos meses, pues no hay apenas ámbito en la vida pública ni privada que no se haya visto afectado de modo intensamente negativo.

Maduro ya no funciona

    Maduro no es Chávez y ya no surte efecto el anuncio de apariciones del fundador del régimen, en forma de avecilla o en cualquier otra versión, a la vista de cómo se degrada sin cesar la situación material de la población venezolana más menesterosa. Chávez anunció el final de un régimen corrupto y saqueador que tenía a la mayoría de la población venezolana en situación de abandono y miseria, analfabetismo y privación material. En función de sus anunciadas intenciones, lo demás quedó relegado a un segundo plano. El plan no ha funcionado.

    Chávez, además, logró un carisma populista de libro, como el teorizado  por el argentino Ernesto Laclau. Este pensador que murió en España hace dos años, ‘reinvento’ conceptualmente el populismo como oportunidad, como herramienta para construir hegemonías políticas estables. Lo redimía así de su descrédito. Acogiendo en su seno toda la diversidad posible de quejas y demandas, podía organizarlas siempre que acertase a definir un enemigo común a todos los damnificados , incluso si estos eran divergentes, y aun contradictorios, entre sí.

Populismos de todo color

    La ocasión perfecta para organizar de forma estable y rápida una opción populista pujante (y no importa mucho su raíz: es una política al alcance tanto de Tsipras como de Le Pen) suma idealmente dos factores, dos crisis a menudo conexas: la representativa y la económica. En España se han expresado en eslóganes como ‘No nos representan’, y, ‘No hay pan para tanto chorizo’ u otros parecidos.

    Los practicantes del populismo de raíz izquierdista previenen siempre de que no debe confundirse su naturaleza ética con la de los populismos derechistas. Pablo Iglesias entrevistó a la ensayista belga Chantal Mouffe –de cuya afinidad extrae mucho ‘cachet’ académico el podemismo -, colega y esposa de Laclau. Según su costumbre, el anfitrión habló tanto o más que la invitada e insertó una intervención de Marine Le Pen, para señalar que los cinco millones de parados y los nueve millones de pobres franceses en cuyo nombre decía hablar la líder populista –“peligrosa, racista, xenófoba”- no tenían allí el contrarresto de un populismo de izquierda. En España sucede lo contrario, añado. Iglesias definió como ‘muy gramsciana’ la reaccioón lepenista. (Poverino Gramsci, si supiera…)

    El territorio conceptual está despoblado de las dos representaciones clásicas de la izquierda española: en el PSOE ya no se teoriza y el PCE y sus alianzas han optado hace mucho por un gran barullo pragmático (recuérdese a Madrazo en el País Vasco), ahora como Julio Anguita como garante moral de esa división. Todo son ventajas para Podemos, que las aprovecha.

    La práctica política en la izquierda requiere, entre otras cosas, líderes con bases doctrinales claras. Íñigo Errejón  -venido del anarquismo `sentimental’ y sustituto exhibible de Juan Carlos Monedero (uf) en la guía teórica de Podemos -, anda orillado, no se sabe por cuánto tiempo. El partido necesita correr, en su acelerado intento de arraigar  como populismo dominante. No teme a lepenismos, imposibles en España. Entre otras razones porque los populismos de derecha necesitan una base de fuerte nacionalismo y el nacionalismo españolista militante es hoy un ente de razón.

 No confundir populismos

    No hay que confundirse. Los populista radicales afines s Batasuna –así, la CUP, sin posibilidad de hegemonía, que vive en un autismo narcisista y antisistema-, no soportan a los líderes de Podemos. Estos saben que el poder a su alcance, aunque no sea todo el poder, es del estado y ansían intensamente su gobierno. En la lucha han ganado mucho terreno, cedido por los socialistas y los comunistas clásicos, que ya no saben bien quienes son ellos mismos.

    No obstante, la América populista –Venezuela, Bolivia y Ecuador en cabeza- no es España. Podemos ya va sabiendo que, en Europa, irrumpir en tromba impetuosa en un escenario político no equivale a dominarlo. Si bien, en su afán de captarlo todo, ha procurado tener incluso un general en nómina, el resultado es más pintoresco que temible: aquí no existe un ejército populista; en Caracas, por el contrario, hay un puñado de generales a la espera: porque el chavismo nació en un cuartel.

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