Zurita, lujo de Aragón / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial de Heraldo de Aragón

El día 4 hará quinientos años del nacimiento de Jerónimo Zurita y Castro, el mayor de los historiadores aragoneses. Trabajó largamente, con un método deputado, poco corriente entonces. Los últimos años de su vida escribía en el Monasterio de Santa Engracia, donde fue enterrado. Era un fundación real, regida por monjes jerónimos, en cuyo magnífico complejo había una notable biblioteca.

 

Cuando los franceses tuvieron que levantar el primer asedio de la capital aragonesa, para castigarla, y para debilitar sus defensas, si podían regresar, minaron con pólvora el edificio y lo hicieron saltar por los aires, en un estruendo infernal, el 14 de Agosto de 1808. Así volaron la tumba de Zurita, con sus ilustres huesos, y la de su sucesor y tocayo, Jerónimo Blancas, que había seguido su ejemplo. Quienes vayan hoy al templo reconstruido, pueden ver una gran placa de mármol negro, coronada por el escudo de Aragón, que conserva para el visitante, en letras doradas, esta presencia memorable. Entrando a la iglesia por la calle Costa, está al fondo, a la izquierda, antes de llegar a la zona del altar mayor.

Zurita escribió miles de páginas y procuró alejarse de leyendas, mitos y anécdotas sin confirmar. En su tiempo no era cosa fácil. Había sido nombrado cronista del reino de Aragón, puesto que no existía hasta entonces. Viajero por toda España e Italia, trabajó directamente para el rey, el todopoderoso Felipe II, en puestos de máxima confianza. Por eso accedió a muchos archivos, en donde tomó cantidad ingente de datos. Para Aragón fue afortunado que los volcase en sus magníficas y vastas historias, la del reino y la de Fernando el Católico, al que dedicó una obra aparte. El gran historiador catalán Jaime Vicens dijo de su obre, en tono elogioso, que estaba “empedrada de documentos”. En fin: podría resumirse todo en que Zurita merece confianza.

Menos sabido es que fue un alto funcionario de la Inquisición. Se ocupó no de los asuntos de fe, sino de los administrativos y económicos del poderoso organismo en toda la Corona de Aragón y, después, por acuerdo del rey del Santo Oficio, fue el contacto ordinario de ambos: el rey despachaba con Zurita los asuntos del Santo Oficio inquisitorial y este le ponía al tanto de lo que Felipe necesitaba saber al respecto.

En tiempo de Zurita, que murió en 1580, en Aragón había un “quinto de gente francesa y gascona” entre los que no faltaban herejes hugonotes, “y con los moriscos más de la mitad”. La Inquisición era, pues, una máquina grande y omnipresente, que se ocupaba solo de herejes y heterodoxos, sino, por raro que suene, de actuaciones económicas prohibidas, como la usura, el contrabando o la saca ilegal de caballos. Además, claro, de decidir sobre los bienes incautados a los condenados por cualquier motivo. La administración económica era una importante faceta del Santo Oficio.

Zurita fue un hombre metódico, leal y cumplidor. A pesar de su rango y valía, daba puntual y modestamente cuenta de lo que hacía como cronista, con datos comprobables, a sus patronos, los diputados del Reino. Esta es una nota suya de 1567: “Lo que yo, Gerónimo Zurita, cronista del reino, he escrito en la historia desde el 26 de mayo del año pasado de 1556 es: de las cosas que sucedieron en los tiempos del rey don Jaime II, desde 1292 hasta 1320 (…) tratando la guerra que los aragoneses tenían con el rey Carlos sobre la conquista de Sicilia y de la que D. Jaime tomó contra el rey de Castilla”. Pasaba con buena nota las inspecciones, sin hacerse el remolón. En este caso, la del “muy rvdo. sr. abad de(l monasterio de) Piedra, a 17 de mayo de 1557, por comisión de los señores sus condiputados”.

El oficio de cronista lo creó Aragón en 1547 y Zurita lo desempeñó hasta su muerte. Lo hizo tan bien que, en 1564, las cortes catalanas, copiando las palabras empleadas por Aragón, pidieron a Felipe II que crease el cargo de cronista para el principado. Un lujo de Aragón que hizo escuela.

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