Alquimia Cultural / Manuel Medrano


Por Manuel Medrano
http://manuelmedrano.wordpress.com

Adaptando la primera definición de Alquimia que ofrece la Real Academia Española, podríamos decir que nos referimos con este título al “conjunto de especulaciones y experiencias, generalmente de carácter esotérico, relativas a las transmutaciones de las manifestaciones culturales, que influyó en el origen de la actividad cultural actual. Tuvo como fines principales la búsqueda de la piedra filosofal cultural y de la panacea universal.”

 


Vengo a querer decir que, allá por los albores de la democracia en España y, en términos próximos, en Aragón y la urbe zaragozana, con la intención de buscar actividades y expresiones culturales adecuadas a los nuevos tiempos (y a los intereses propios), ciertos partidos ubicaron en puestos de gestión (y luego de decisión política) a sus comisarios, quienes generaron una visión y unas manifestaciones culturales en su tiempo quizá innovadoras. Hoy día, eso se ha corrompido totalmente. Estos señores/as, devenidos en meros transmisores de intereses políticos y económicos, continúan sacando la cabeza por donde pueden, pero producen rutina, hastío, coleguismo y servilismo.

Desde luego, no han conseguido una “transmutación maravillosa e increíble” (segunda acepción de la R.A.E.), sino la degeneración más extrema y el gasto inútil menos rentable.


A esta situación ha contribuido también la ceremonia de la confusión que se ha tolerado e, incluso, animado. Por ejemplo, en las autocalificaciones. Yo entiendo que alguien diga que es “activista cultural” (o definiciones similares) mientras, además, sea autor de obras artísticas (plásticas, literarias, cinematográficas, de diseño, moda, etc.) o promotor intelectual de manifestaciones culturales. Pero si sólo es “activista cultural”, está diciendo una idiotez. Otra que tal con la confusión entre gestores culturales y artistas, que no me cansaré de señalar. Además, hoy día, gestor cultural es una etiqueta que se cuelga cualquiera, aunque su cualificación académica y profesional sea escasa o fullera y/o su experiencia real similar, en cantidad y calidad, a la de un calamar. Pero al abrigo de las reivindicaciones del sector cultural, se cuelan en ese ámbito y hasta presiden entidades y plataformas cuerpos extraños que se proyectan con eslóganes y trayectorias profesionales ridículas. Como lógica consecuencia y por su necesidad de parasitar, son precisamente esas gentes las que defienden los intereses del gestor, en detrimento de los del productor de cultura. Salvando las distancias, es como si a un agricultor le importase un pimiento el rendimiento y calidad de los cultivos, lo mismo.

Con lo anterior no quiero decir que no haya gestores culturales de calidad, con intereses legítimos. Lo que pongo de relieve es que hemos llegado a un extremo en el que este asunto se parece a lo que hace algunos años sucedía con los arqueólogos, cuando cualquiera que buscase (ilegalmente) restos históricos en el campo, o que hubiese estado uno o dos meses en un campo de trabajo de Arqueología, pues se ponía la etiqueta profesional y ya está.

Ahora el asunto es peor, al producirse cierta simbiosis entre los falsos gestores culturales y los antiguos y decadentes comisarios políticos, todo ello agravado por el interés de algunos cargos públicos que ya no saben qué hacer para salir en la foto, aunque con ese hecho den al traste con las reivindicaciones de independencia y defensa profesional de un acto o movilización.

No, amigos, no vamos bien con esta situación confusa, ni consintiendo que la bandera de la gestión y la política cultural la puedan enarbolar cenutrios, incompetentes y buscavidas. Así, no transformaremos los años de plomo en años de oro, sino en purria. El que quiera entender, que entienda.

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