Por Miguel Ángel Yus
Primavera, ¡oh, primavera!, siempre el eterno atavismo de los que vivimos conformando nuestra mente, en el deseo, provocación, soledad, incertidumbre, amistad, esperanza, fascinación.
Nos atará incluso a nuestros infieles confidentes, nos hará cometer el temerario pecado de la esperanza. Una burla constante, una mueca a los más confiados del Olimpo que, bañados en transparentes aguas, inventan su leyenda, en el sofá de eternos aventureros.
Sino de insatisfecho, el eterno cambio, contando con la compañía de amigos, familias bien avenidas, mal avenidas, arrogantes, desheredados, bastardos, putas, enemigos y dioses: nos ofrece el elixir más eficaz para que una particular relación de ensueño se mantenga, sin temor a que la vida imprima el característico tono realista y atávico. Retadores y artísticos momentos, en los que la esencia, el arte, brilla sin que tenga que encubrir cariños ni odios afectuosos.
Hoy, sacude mi emoción de niño travieso. Por su guiño percibo que es ella, la que nos trasmite su espíritu, el cambio constante. En la racional comprensión se enmascara la duda. Se presenta de nuevo y bailamos. Es primavera.