Tumbar al espía / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Publicado en http://www.heraldo.es

 

    He revisado muchas veces la escena, que no es la de su irrupción en el Congreso el 23-F de 1981, y afirmo que Antonio Tejero se comportó personalmente de modo deshonorable. Cuanto más la veo, más me ratifico en ese juicio.

 

    Tejero ya ha dado sus gritos, ha intimidado a los presentes y ha cedido al impulso primitivo de disparar al aire, causando la reacción mimética de su lastimosa tropa. Ha querido, sin éxito tirar al suelo a Gutiérrez Mellado. Y lo va ha intentar otra vez, aviesamente. El general, tras el primer ataque, sigue en pie, y ha caminado hasta el pretil del banco azul, en el que apoya una mano.

    El segundo asalto es alevoso, lo que casi no se aprecia, porque solo dura seis segundos. En el primero, Tejero avanza con su pistola. En el segundo, se pone casi de frente al general y baja la mano armada, como para hablar con él; pero, colocado de tres cuartos, en posición ambigua, en realidad prepara el tercer momento: pasa el brazo izquierdo a la espalda del vicepresidente sin que este pueda percatarse, atento como está, además de a Tejero, a otro individuo armado que tiene al frente, muy cerca, y a un tercero que se aproxima.

   En el cuarto instante, Tejero levanta su brazo, a espaldas del General, para agarrarlo por el ángulo que forman su cuello y su hombro izquierdo. Lograda la posición perpetra la bellaquería: coloca su pierna izquierda tras la derecha de su cautivo, le dobla la rodilla con la suya y con el pie empuja hacia delante el del general a la vez que tira súbitamente de su cuello hacia atrás, artimaña elemental y eficaz.

   El embate dura un santiamén, pero le sale mal: el viejo artillero ha estado alerta y, mientras envara el cuerpo, ase con ambas manos el pretil de madera y aguanta en pie. El fornido matón, veinte años más joven, desiste y se aleja velozmente, sin mirar al hombrecillo valiente, al que dedica un gesto despectivo con el brazo izquierdo.

   A Gutiérrez Mellado lo llamaban el Guti, Gutimichi y el Espía, esto último con mala intención, apuntando a su condición de no combatiente (?) en la guerra civil. Se decía, y aún se dice, que era masón y agente doble de la URSS (!), acusaciones muy insidiosas en tiempos de Franco. Otros le acusaban de emboscarse en la `quinta `columna´ que los sublevados constituyeron en el Madrid republicano, en lugar de luchar en el frente.

  Pero lo que hizo Gutiérrez Mellado durante la guerra se conoce con suficiente detalle, incluidas la captación de información militar y la extracción de personas de Madrid. Era teniente en un regimiento de artillería montada, del que pudo huir con cinco artilleros más cuando las cosas se torcieron en Madrid para los rebeldes.

    Así y todo, fue capturado, encarcelado (consta dónde: en el colegio escolapio de San Antón, habilitado para penal) y salvado por azar de la muerte, cuando el anarquista Melchor Rodríguez se hizo cargo de Instituciones Penitenciarias y cortó de raíz las brutales `sacas´ de presos. Gutiérrez Mellado atestiguó que Melchor Rodríguez había salvado muchas vidas. Asilado en dos embajadas y, en fin, ayudado por la viuda de un requeté, paradójicamente muerto por fuego franquista, se paso de modo clandestino a los sublevados.

    Suelen olvidar sus detractores que, ya a salvo, volvió voluntariamente al Madrid republicano tres veces más, y se evadió otras tantas, con riesgo de la vida. El mando de guerra le reconoció esos servicios como si hubiera combatido en el frente (¿y por qué no?), lo ascendió a capitán y lo integró en un naciente servicio de lo que hoy se llama inteligencia militar.

    La última vez que hablé con él, en 1994, viajaba con una bombona de oxígeno en el coche, para aliviar su deteriorada respiración. Fue en la Academia General y dijo qué, aquella tarde triste en el Congreso, al enfrentarse al golpista armado, hizo sólo lo que le habían enseñado en Zaragoza, cuando era cadete. Unas lecciones, empezando por la caballerosidad, que valieron de poco a su agresor. Quiso tumbar al Espía, pero creó un símbolo de nuestra dignidad.

Artículos relacionados :