Valor del amor / Agustín Romero Barroso


Por Agustín Romero Barroso

    Dime de lo que presumes y te diré lo que careces. Dime qué se airea mucho y te diré las carencias. Y hoy se parla mucho del amor. Confundiendo, con ese nombre, muchas cosas.

    Desde los rifirrafes de consumos putañeros, o pedorros pornoleches, hasta el de una mami permisiva con el nene caprichoso que come basuras. Todo es amor y del amor, para el amor, por el amor, con el amor, desde el amor, cabe el amor, y etc.

    Pero el amor, como casi todo valor, no se ha escapado de reducirse a materia de cambalacheos, cambios, mercados, rifas, ventas, compras, toma y daca. Como ni la misma bondad. Que lo peor de esta forma de pillarnos las entedederas, con los trajines del capitalismo cerril y terminal, es que todo entra en bolsa, todo se mide en valor de cambios, sea un pastel o sea un beso. Todo constreñido al valor de cambio en dineros, monea, pela, euro auro o similar.

    Hubiese sido milagro que, en la edificación de la persona con los valores de trajineos comerciales, ésta se hubiera escapado de no haberse infectado para los más íntimos, los más suyos, los esenciales. Y así toda la escala de valores que consideramos nobles –entre ellos el amor- anda infamada del comercio y del negocio.

    No ya que el día de san Valentín sea día de regalos costosos para mostrar, en ese valor de cambio, el amor pleno y veraz, no sólo en eso, no. Sino en el tuétano del ser del amor de compra y venta, que dicen los Chichos. No ya por el negociete del día del amor, no. Sino porque ya casi nadie ama por las buenas y por la cara, si tras eso aparente no hay una buena mercaduría que lo ampare, un buen garzón o doncella amparadados en cierta estabilidad, rentabilidad y solvencia económica, en todo su amplio espectro. Sin esa estabilidad no se da el amor, muy corrientemente. Por claros motivos de sobrevivencias, por cómo está determinada la cosa social y de habitabilidad… Sí puede que unos jóvenes se quieran con la porra y el cántaro tan sólo…, hasta que dure ese amor, que ya se lo cargará la dura y costrosa realidad socioeconómica vigente, parte del consumo a que lo someten los amantes, consumo de uso y tiro, y nuevo y venga…

    Con todo esto no vengo más que a decir una evidencia clara: el orden político, manejando el económico, y viceversa, manipulando, ambos, el orden de costumbres, usos, educación, valores, usurpan todo el Orden, que escribo con pertinente mayúscula, que en cierta manera es un Orden Impuesto, con pocos recovecos para escaparlo, de los más. Y así como nos dice, ese Orden, el uso del voto político, sindical y futbolístico incluso, nos casca el desorden del amar, cómo y a quién, incluso. Nos señala un día de consumo para el amor, como nos marca otro para la muerte…, la suegra, lo pedos, la patria, la poesía…

    A buen seguro quien me lea esto me desmentirá con su amor cierto y verdadero. Y me huelgo en ello, ¡pardiez! Me alegro todo, y que todos los días le sean amor y para el amor, menos el 14 de febrero. Amén.

    Y no terminé. Para los sobrevivientes lo quiero hacer con la referencia a un libro de Octavio Paz que releo estos días, “La llama doble”, un buceo en el núcleo más íntimo y esencial de la existencia humana. En donde examina, compendia, hace resucitar y otorga pleno sentido, desde su origen mítico hasta la experiencia cotidiana más inmediata, siendo, o debiendo ser el amor, uno de los elementos fundacionales de la vida de hombres y mujeres: “El fuego originario y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida”, que nos dice el poeta.

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