Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto


Por Carlos Calvo

   “La voz de los grandes pensadores, los clásicos, todavía tiene plena vigencia y se puede utilizar como linterna, como antorcha para iluminar los claroscuros del presente”.

    Así define Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) su mosaico de textos breves que dan lugar al libro ‘Alguien habló de nosotros’ (Contraseña, 2017), una selección, esto es, de las columnas semanales que la autora publica desde hace casi una década en el decano de la prensa aragonesa, trazando los temas de la actualidad política, social o económica y las enseñanzas del mundo antiguo, desde el prisma del contraste o la comparación. Y con una elegante portada firmada por el ilustrador aragonés Alberto Gamón.

  Partir de los filósofos clásicos de la tradición europea y llegar a la más rabiosa actualidad es la ‘magia’ que solo consigue quien domina la razón. De los estoicos al mundo real, pasando por Spinoza, Nietzsche y otras cumbres. El libro de Irene Vallejo permite comprender con otra profundidad lo que nos ocurre. El mundo está lleno de amenazas que conocemos cada día a través de los periódicos y nuestras pantallas. Educar el temor y revertirlo para crear vínculos sociales es uno de los temas de nuestro tiempo. La filosofía da elementos para comprender el mundo y nos hace críticos. Hoy eso es fundamental en la civilización del miedo, porque tiene que ver con la parte creativa.

  Debemos inventar nuestra propia vida y la buena literatura -y el buen periodismo- abre nuevos campos de experiencia. Irene Vallejo lo hace de forma honesta, equilibrada, y bucea en las respuestas de antaño a los problemas de hogaño. Ya lo hizo en una primera selección con ‘El pasado que te espera’ (2010) y esas enseñanzas también las refleja, de un modo u otro, en sus novelas ‘La luz sepultada’ (2011) y ‘El silbido del arquero’ (2016) o en sus libros infantiles ‘El inventor de viajes’ (2014) y ‘La leyenda de las mareas falsas’ (2015).

  Los problemas que inquietan al hombre, sus sentimientos y emociones, ya los sintieron los viejos pensadores e intentaron encontrar respuestas que, ahora, la escritora trae a sus páginas. La razón es impotente si no trabaja con buenos afectos. Necesitamos pasiones y afectos bien entendidos para que la razón pueda orientarnos, comprender el mundo, tomar decisiones. Recuerden el poema de Karmelo Iribarren: “Las tres de la madrugada. / Que vengan / esas grandes preguntas, / que ya tengo / mis respuestas: / el viento / y la lluvia / ahí fuera, / y aquí / al lado / tu respiración”.

  El arte de vivir reside en convivir con lo imperfecto y siempre hay razones para ser tremendamente optimista y pesimista. Los antiguos sabios reflejaban patrones de comportamiento que nos ayudan a comprender mejor al ser humano, sus ciclos, sus obsesiones y su evolución vital. Por eso mismo están de actualidad, siempre, y conviene revisitarlos a menudo, como hace Irene Vallejo. La zaragozana acude a las raíces, cuando los hombres empiezan a contemplar lo que les rodea. Y sabe trascender los rígidos corsés. Y abre el panorama a los intereses de sus contemporáneos, a nuestro mundo moderno e hiperconectado, y a una apasionante perspectiva comparada. ‘Alguien habló de nosotros’ es un libro ágil, accesible pero profundamente sabio, que alude a temas cruciales para comprender qué somos, a dónde vamos y de dónde venimos, e identifica los hilos invisibles que mueven el subconsciente de los hombres. Un juego de inquietudes, miedos, traumas y respuestas que únicamente pueden percibirse a través de ese conjunto de textos primitivos presentes en nuestras culturas.

  Irene Vallejo esconde una enorme cantidad de mensajes subliminales de relevancia evidente: la mediocridad como condena, la estupidez como plaga y el arribismo como verdadero motor de la civilización moderna. Nada nuevo bajo el sol de nuestro deprimente día a día laboral, social y cultural. De cómo los poderes acaban convertidos en una lamentable parodia de sí mismos, entumecidos, apoltronados por la rutina de un trabajo mediocre y una sociedad cegada por el hedonismo. Es el regreso a la eterna reflexión sobre si el principal compromiso de los escritores contemporáneos es con el arte mismo o con la realidad resquebrajada de ideales y asediada de crisis.

  La crisis ha quitado muchas caretas y hemos visto las manadas de lobos. Acaso vivamos hoy una época de cancelación de las ilusiones colectivas, de derechos y libertades echadas a perder por un puñado de dólares. Es el botín de los poderosos. O el de los iluminados en busca del poder. Porque Irene Vallejo sabe que no hay mayor transgresión que dejar libre el pasado. El conjunto de su obra nace de una meditación sobre la tradición y la cultura milenaria. Sus columnas son piezas expansivas que proponen puntos de vista que amplían y liberan el conocimiento de la tradición, para establecer un diálogo de tú a tú, es decir, con las obras de sus admirados filósofos de la antigüedad grecolatina y acaso desbordar, con ellos, los manidos o estrictos límites del homenaje. O del guiño. Es, en fin, la transformación del legado cultural en una energía actual y eso requiere, no hace falta decirlo, de una relación íntima con la realidad con la que se trabaja.

  En una sociedad como la nuestra, en la que todos ocultamos algo y todos queremos algo del otro y nadie se fía de nadie, y donde vivimos pendientes de una pantalla, porque la tecnología es el nuevo opio del pueblo, el agujero negro que absorbe nuestra humanidad, Irene Vallejo vuelve al pasado para no cometer los mismos errores, sin sentimentalismos ni demagogias. Quizá por ello, o por otras razones, la lectura de ‘Alguien habló de nosotros’ -hermoso título- es todo lo contrario a una pérdida de tiempo. Es, al contrario, la mejor manera de conocernos. Y de educarnos.

  Son tantos los creadores que con sus obras anticipan nuestro clima espiritual que resulta paradójico que la política -todo es política, al fin y al cabo- no se sirva de su carácter oracular para auscultar el mundo, su respiración. Si lo hicieran, se darían cuenta de que los escenarios de incertidumbre en que vivimos ya han sido anticipados. El carácter de adagio intelectual, de tiempo lento, de personalidades como los que llamamos clásicos, advirtieron la bajeza moral de sus contemporáneos. La misma que alcanza como un destello en nuestro tiempo. Muchos políticos no quieren ver el mundo de las artes y las letras como un sutil pero efectivo sismógrafo de los seísmos que nos acabarán alcanzando, sino como una distracción. Algo que no aporta votos, aunque todos busquen su prestigio.

  La lectura de ‘Alguien habló de nosotros’ tiene muchos alicientes, aparte del estilo y agilidad de la narración, de la amenidad y erudición. El principal, a mi modo de ver, es el enfoque, tan bello y pulcro. Etimológicamente, el término castellano ‘belleza’ o ‘beldad’ procede del latino ‘bellus’, que significa “agradable, bueno y gracioso”, aunque los romanos usaron más al respecto el de ‘pulcher’, del que se deriva nuestro ‘pulcro’. La originalidad del libro radica en la enseñanza que los clásicos dejan a las sucesivas generaciones en su sentido de igualar -ni por encima ni por debajo- los ideales intelectuales y morales de nuestro tiempo. Los griegos, inventores de los conceptos de belleza y de su asociación con el arte, atisbaron el imprescindible reverso de ambos, con lo que es lógico que nosotros, unos veintiséis siglos después, necesitemos encarar su envés. Está claro que el sastre diseña el traje, pero es la clientela quien lo compra.

  A lo largo de sus páginas, Irene Vallejo da cuenta de Horacio, de Homero, de Pascal, de san Agustín, de Epicteto, de Crates de Tebas, de Aristófanes, de Schopenhauer, de Cicerón, de Jonathan Swift, de Nislawa Szymbroska, de Erasmo de Rotterdam, de Tucídides, de Marco Aurelio, de Simónides, de Ovidio, de Terencio, de Safo, de Juvenal, de Marcial, de Plutarco, de Esquilo, de Charles Dickens, de Herédoto, de Albert Camus, de Virgilio, de Séneca, de Etacio, de Tácito, de Montesquieu, de Apuleyo, de Pericles, de Bertolt Brecht, de Salustio, de Protágoras, de Heráclito, de Demócrito…

  Y nos habla de la prisa y la pausa, del elogio del secreto y la felicidad ignorada, de conversaciones y barbaridades, del amor platónico y las compañías (buenas o malas), de los mundos fronterizos y la memoria de los muros, de la iniciación a la vida y la competitividad, de los besos y la impunidad, de los errores y extravíos, del éxito y el fracaso, del humor comestible y los pensamientos portátiles, de lo público y lo privado, el clientelismo y los hijos del dinero, el reto de la abundancia y los funerales de la fama, las verdades como puños y el fantasma del desencanto, la pena aprendida y la generosidad recompensada, las amistades peligrosas y los nudos gordianos, las dudas y las envidias, los riesgos y los reproches…

  Para ver el alcance del universo de las artes y la letras como espejo de pasado, presente y futuro donde debemos buscarnos, o al menos intentarlo, nada mejor que leer ‘Alguien habló de nosotros’, una obra de ideas que intensifica con acierto el fracaso que marca el presente de una sociedad en pos de un sueño de riqueza fácil, donde todo serán hipotecas y deudas. Pero, ojo, a las ruinas solo se les rinde culto cuando lo han merecido, como las del circo romano. Los vencedores respetan las ruinas que ellos mismos causaron igual que, conforme a las leyes y usos de la guerra, honran al enemigo vencido que ha combatido lealmente. Pero, en otro caso, se esfuerzan por borrar hasta el vestigio más insignificante.

  Ya desde las técnicas sofistas griegas, la calidad de la información tiene que ver con el lenguaje. Tras los pasos de Aristóteles, Irene Vallejo recomienda el uso de argumentos, el propio pensamiento o la coherencia interna del discurso (logos) para dar la correcta impresión desde la tribuna de orador, su sabiduría, su credibilidad, su convicción (ethos), sin descuidar las emociones percibidas por el público, o sea, la apelación a los sentimientos del que escucha (pathos), que Aristóteles consideraba esencial porque explicaba el éxito de los sofistas. En efecto, los sofistas Gorgias e Isócrates desprestigian el arte de la retórica -una vía para alcanzar la felicidad- porque usan y abusan del lenguaje para manipular la verdad al servicio del poder. Y Aristóteles los desprecia por demagogos. Y se empeña en devolver la dignidad a la palabra, consciente del peligro de ciertos filósofos idealistas (Platón y algunos de sus discípulos) empeñados en negar la observación empírica de los fenómenos.

  Platón estaba imaginando el futuro, un futuro en el que puedes averiguar y calcular cómo manipular a la gente. Una vez más, Sócrates pone a prueba los recursos estilísticos de los sofistas. Siempre la retórica y su papel protagonista. A partir del logos, el ethos y el pathos, pues, viajamos hasta el presente y el futuro del periodismo y la política. Frente a las etiquetas que buscan catalogar la retórica de manera peyorativa, Irene Vallejo asume la crisis de la retórica porque palabras como libertad y tolerancia, que tenían una gran carga significativa, están empezando a no decir nada. Y cuenta lo que está ocurriendo en el mundo a través de los clásicos. Porque si la historia de cada día un día ocupará las páginas de los libros de Historia, lo que hace la escritora zaragozana es el viaje a la contra en su capacidad para agitar el sentimiento democrático. Ulises ha regresado a Ítaca en los textos de Irene Vallejo.

  Para hablar de democracia qué mejor ejemplo que la batalla de Termópilas, en la que el rey Leónidas, junto con trescientos espartanos (uno arriba, uno abajo), luchó a muerte contra el emperador Jerjes y su gran ejército persa, durante las llamadas “guerras médicas”. Haciendo frente a insuperables adversidades, el valor y sacrificio de estos hombres inspiró a toda Grecia para unirse contra el poderoso enemigo persa, y así decir basta a esa situación en favor, esto es, de la democracia. A veces, sin embargo, se ejecutan adaptaciones tan simplistas como infieles a la historia: “Espartanos, ¿cuál es vuestro oficio? Au!! Au!! Au!!”.

  Los medios de comunicación deberían ser herramienta fundamental para la democratización de nuestras sociedades, para propiciar y expandir el ejercicio verdadero de todos los derechos en todas las personas, pero se constituyen, ay, en instrumentos del pensamiento único, nos manipulan y nos empujan a pensar y actuar de una determinada forma (construyen hegemonía) al ocultarnos o tergiversarnos la realidad. Deciden también cuándo un tema es actualidad y cuándo no lo es, cuándo debe generar enfado y movilización o cuándo indiferencia y pasividad. ¿Dónde se encuentra hoy el llamado “cuarto poder”? ¿Qué dirían al respecto los pensadores antiguos? Sus demandas, seguramente, serían para una sociedad más justa y verdaderamente democrática, no ser serviciales para que seamos los protagonistas de nuestro presente y futuro. De lo contrario, nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto.

  Irene Vallejo posee la capacidad de agitar un sentimiento con unas pocas palabras. Eso es escribir bien: decir mucho en muy poco. La escritura y la lectura siguen siendo instrumentos imprescindibles para el fomento de la inteligencia, la memoria y la imaginación, facultades sin cuyo cultivo el ser humano retrocede. Cuanto más retrocedemos más se eleva el listón de lo fingido. Es tendencia: creernos más de lo que somos, cuando ni siquiera somos lo que queríamos haber sido. Eso lo sabe muy bien la autora de ‘Alguien habló de nosotros’ al hilo de Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Los libros nos ofrecen conocimiento sobre el mundo, sobre su historia y sobre la existencia en general. Y también sobre nosotros mismos, toda vez que el libro es una poderosísima herramienta de autoconocimiento.

  Todo está dicho antes de que naciéramos por lo que, a veces, escribir tiene un sentido de repetición plagiada que nos hace innecesarios, pero convendría decir, como el poeta: “Sin libertad, sin democracia, no hay más que un remedo de vida, la sombra del hombre invisible”. Decía Leonardo que “aquel que no supera a su maestro es un pobre discípulo”. Alexander Blok afirmaba que “dar la espalda a la tradición es también una tradición”. Existe la tentación de pensar que el hombre ha perdido el control de su propio destino, pero este pensamiento es también un espejismo porque jamás de los jamases hemos sido dueños de nuestro porvenir. Irene Vallejo, en el fondo, refleja el carácter insaciable del tiempo, la fragilidad de la existencia. Lo escribió Hegel: “El permanente flujo de los momentos es pura furia de la desaparición”.

  Fuimos educados en la noción de la historia como progreso. Creíamos que el futuro siempre iba a ser mejor que el pasado. El hombre no tolera la incertidumbre y se aferra a las falsas seguridades de algunos profetas que ofrecen soluciones milagrosas. Pero la historia demuestra que estos demagogos siempre han fracasado, como bien nos abre los ojos Irene Vallejo, dejando tras de sí un reguero de desgracias. La idea de Hegel de que la historia progresa hacia la razón se ha vuelto, maldita sea, un cruel sarcasmo. Solo desde la conciencia de la precariedad de lo real podemos encontrar un consuelo a nuestras atribuladas existencias. Lean a los clásicos. Y lean ‘Alguien habló de nosotros’ como un feliz ejercicio de contraste. O de comparación. Porque hay que actuar desde el presente, pero siempre muy consciente del pasado. Es más, el presente no existe. El presente es el pasado.

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