Ángel Petisme: El dinero como Perro agresivo de la Historia.


Por Jesús Soria Caro.

  Ángel Petisme denuncia el poder del dinero, lo hace cantando a la libertad, la belleza, la poesía que deber recuperar otros mundos que no fueron no posibles en la Historia.

    Hay que forzar la escritura de esa historia de lo que no sucedió, otros mundos mejores, diferentes. El rock fue escritura-canción de la rebeldía. Poesía y rock hacen un maridaje perfecto en la obra del autor. El poema inicial recorre temáticamente los rasgos de los principales músicos rockeros del siglo XX a modo de prosopopeya, poetiza su retrato, casi como si de un Alberti posmoderno se tratara, al igual que este hizo en Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, Petisme hace del dibujo de la música un retrato del alma salvaje del rock, de forma similar a lo que en el libro citado se hizo del cine mudo. La poesía existe antes que la historia que nos ha sido impuesta como lectura de la verdad. Es la necesidad de la pasión, de buscar imposibles frente a las dictaduras de lo real. Antes de todo, nos dice el poeta que el rock, al igual que la poesía, también existía porque era el hambre de la libertad en las dietas de la Historia, al estar famélicos de verdades su necesidad existía antes de que se hiciera sonido atronador de denuncias en la música:

Cuando aún no sabíamos que la muerte

es un chiste patético que te cuentan al torcer una esquina,

Fast Domino, Joe Turner, Lloyd Price,

ya sonaban en las viejas radios,

Big Mama, Little Richard, Ray Charles,

anunciaban la embriaguez del orbe (Petisme, 2016: 14).

   Es brillante la metáfora de los Beatles, del paraíso artificial del LSD. Se canta a la droga de la poesía para ser libres de la sobredosis del dinero, poder y realidad mediocre que inunda la hipervalorada normalidad:

Lucy llamó a tu casa con cielos de diamante

en sus cabellos y besaste sus ojos de caleidoscopio;

el Sargento Pimienta depositó en tus manos

un papel con estrellas azules

y aquel amanecer supiste que serías

un solitario submarino amarillo (Petisme, 2016: 15).

    Hay lucha contra el único mundo que ha podido ser que no es el mejor. Desde esta perspectiva se poetiza lo que significa la música de Pink Floyd, aludiendo a una letra de sus canciones que juega con el orden posmoderno, de cuya traducción nos quedaría: “¿Hiciste un intercambio económico entre tus héroes y los fantasmas? Así es, la sociedad posmoderna no tiene héroes, verdades. Ha cambiado las ideas por virtualidades, por fantasmas, nada tiene solidez, solo la tiene el dinero. Es el único fantasma que recorre Europa, siempre lo ha hecho. Hablando con la voz de la Velvet se nos dice que: “Debemos golpear la oscuridad con su látigo” y caminar “por el lado salvaje de los deseos”, lejos de la moral de la economía, de la religión de la información…

    La canción referenciada de los Sex Pistols representa la actitud nihilista de oponerse a la construcción de verdades que nos han anulado, han presentado un orden social protector que en realidad es opresor:

Nada por qué vivir, todo para quemarlo,

somos las flores en la papelera,

para inmolarse en los límites,

para emborrachar la destrucción,

somos el veneno del engranaje,

para sacrificar los pájaros del Instante.

Dios salve a la Reina, a su régimen fascista […]  (Petisme, 2016: 20).

    El dinero, la rentabilidad de lo racional criticada por la Escuela de Frankfurt, quienes se opusieron a nuestro mundo instrumental en el que solo vale lo que genera una ganancia, un beneficio. El amor, la libertad, el deseo, la humanidad, la pasión, la belleza, el arte, la rebeldía, son elementos que no generan riqueza, pero que generan humanidad. Hacen el mundo más digno, que la vida no “valga” pero que se disfrute al ser vivida. Todo el libro gira desde este concepto ya esbozado por Adorno y Horkheimer, recordándonos que lo rentable destruye. Su crítica coincide con la de los citados pensadores alemanes:

El dinero es cobarde, tiene mil ojos y escaleras

mecánicas, nunca se moja

ni busca problemas, se nutre de masacres,

de coca y de fanfarria,

de crímenes cotidianos, traiciones dentífricas.

El dinero se lava las manos en Ginebra,

y el glande en las Petronas de Kuala Lumpur.

[…]

El dinero sigue talando bosques,

la poesía se recicla en misterio,

se reencarna en eco […] (Petisme, 2016: 27-28).

    Zaragoza es recorrida por el yo poético a través de todos los tiempos, mediante visiones de catástrofe en la Historia, la época de Roma, el mundo íbero, celta…  Todo el curso del río del tiempo que son como las venas que recorren el cuerpo de la historia de la ciudad está hecho de la sangre del poder, la ambición, porque el dinero es un depredador que no pide caricias:

Llévame a Auripa, la ciudad suntuosa

en mitad de la llanura

y a orillas del gran río de pórfidos y ágatas,

-que Plinio describe en su libro VIII-,

donde Túbal, el nieto de Noé,

seducido por la arena de oro

que aquel río arrastraba,

          montó su tienda y trajo sus rebaños.

Condúceme a Salduie, esa aldea de sal

en mitad del insomnio,

donde al río no le llaman Carlos, sin Íbero,

y juegan por sus calles al comercio

cartagineses, celtíberos, fenicios.

He visto en sueños billetes de mil pesetas

ardiendo en el aire, la cara de Galdós,

una nación en llamas, las manos de Galdós

escribiendo: Y entre los muertos siempre

habrá una lengua viva para decir… (Petisme, 2016: 35).

    En “Hay setenta y seis formas de tomar un café” ante el yo poemático se presenta la grappa y le pide que busque tres razones para vivir o estará muerto a los veinte (por dentro) aunque llegue a ser nonagenario. El sujeto lírico afirma haber pasado al otro lado de los cuadros, a la ficción, al otro lado del espejo que cuestiona los límites lógicos entre realidad y ficción, como hace la teoría del Myse en abyme, nos dice haber encontrado tres: la embriaguez que le permite olvidar que existe (olvida la voz de su yo y su canción interior de dolor) y por lo tanto su felicidad es infinita. La segunda es el sexo (que ofrece la fuerza extrema de la vida, la pasión atávica y sensorial) y la tercera la belleza del instante, la cercanía de los abismos que cubre todo de intensidad. Una vida fuera de esta es como ser un cuerpo metamorfoseado en laurel que pretenda saborear los deseos desde la distancia del equilibrio, no alcanzando jamás los secretos de la piel de Dafne:

Hay setenta y seis formas de pedir un café

en Venecia y una sola de conseguir

que la vida no te dé la espalda:

El camino de la humedad.

Cruzo el umbral de los sueños pintados

[…]

Se oye Il Casanova de Fellini:

Cuando estoy borracho no distingo

cielo ni tierra, me tiendo solo,

inmóvil quedo en mi lecho, hasta que al final

me olvido de que existo y entonces

mi felicidad es infinita.

[…]

Yo también tengo esa sed en carnaval

y cuanto más apuro tus labios

bajo la máscara, mi niña, más sed;

y más me abandono a la carne de niebla

y al sabor de las noches del mundo.

[…]

Pero siempre hay una copa de veneno

y belleza en esta orilla del paraíso,

al cruzar uno de sus puentes […] (Petisme, 2016: 43-44).

    Venecia es un canto de destrucción: el de la belleza del sabor de lo eterno que muere en un instante. La fuerza de lo vivido no debe durar siempre o perdería su valor, este reside en atrapar, aunque sea efímera, la belleza de una emoción, un paisaje, una ciudad, una experiencia, el valor de vivir con intensidad. Da igual perderse en laberintos de preguntas, porque se ha recorrido las calles del tiempo y sus canales incendiando la vida, viajando así hacia el mar del final, perspectiva de paisaje inabarcable, porque sólo es eterno quien ha sabido vivir:

¿Por qué hay que salvar esta ciudad?

¿Por qué quieres salvarme en este laberinto

de tiempo y fugacidad? Déjame hundirme

mecido por el viento del este, al mismo ritmo

y ensoñación en que Venecia se hunde (Petisme, 2016: 45).

    “No me gusta los conductores de ambulancias” retrata Venecia como un lugar que en sus orígenes fue habitada por productores de sal que huían de la decadencia del Imperio de Roma, algo que ahora le sucede al sujeto lírico que afirma: “También tú y yo huimos/de la hipertensión y de la decadencia/del corazón de las estrellas muertas, /agencias de calificación, primas/de riesgo, emisiones de crédito…”(Petisme, 2016: 47). Venecia fue la casa de gente normal, sin poder, ahora lo es de personas cercanas al lujo, pero siempre será una isla de belleza más allá del tiempo y de la muerte en la que descansan poetas como Ezra Pound o Brodsky.

    El poeta es capaz de hacer el amor a la luna, cuyo pubis descansa sobre las playas del Lido, imagen de gran fuerza visual y humor liberador que fija la conexión entre Eros y Thanatos, el amor y la muerte son dos pulsiones que conectan con una fuerza atávica. La luna es el círculo del tiempo y penetrarlo es alcanza el orgasmo final de la muerte. La vida es una rápida explosión casi orgiástica, hay que ser adicto a su cuerpo, tocar su piel, alcanzar sus placeres, tener fuerza salvaje y ternura, eyacular en sus orificios finales, haber disfrutado de sus secretos:

La luna tiene un culo espléndido

sobre el Gran canal, descansa sus muslos

rojos sobre las playas del Lido al atardecer

y hunde su pubis depilado en la línea

del horizonte en Malamocco.

De nada sirven las prisas sobre este

gran teatro de agua lunar. (Petisme, 2016: 49).

    El libro se cierra con la defensa del movimiento antiglobalización, con la crítica a la dictadura de la información, la unificación de pensamientos y sociedades. Es un epílogo perfecto porque Petisme es consciente de que el mundo moderno ha llevado a su máxima expresión sofisticada al Poder, ese perro que no pide caricias, devora, muerde, agrede. Es el perro de la Historia, es inmortal, siempre estuvo y estará, pero ahora su alcance es mayor, es un animal agresivo, invisible, virtual, se propone crear un mundo único, una dictadura blanda que se disfraza de democracia, pero que avanza hacia un solo mundo, un no-lugar en el que todos seamos lo mismo, es decir: nada.

BIBLIOGRAFÍA:

Petisme, Ángel (2016): El dinero es un perro que no pide caricias, Zaragoza, Gobierno de Aragón.

Artículos relacionados :