Los tambores del tiempo: Wilfred Owen


Por Jesús Soria Caro

      Los tambores del tiempo es un libro escrito por un poeta que desarrolló su voz poética desde la experiencia de la catástrofe que supone luchar en La primera guerra mundial. Su mirada es la de la conciencia de conocer el desastre humano de la muerte, el odio, la locura.

     Todo por ser uno más que inicialmente combatió por unos ideales nacionalistas y unas ansías de dominar a otras naciones. Fuera de esta exaltación patriótica, posteriormente denunció la catástrofe humana, como bien estudian en el prólogo Isabel Lacruz y Carles Llorach Freixes, su palabra es lamento de los padecimientos extremos de los soldados. Critica ante una sociedad que ya desde el ámbito familiar presionaba a los jóvenes para alistarse. Owen, aunque formó parte de quienes lucharon en el frente, nos ofrece una mirada cercana a la de los pacifistas. Como estos supo ver las verdaderas motivaciones de la guerra: la lucha entre políticos, capitalistas y sus intereses económicos, sustentados en una propaganda nacionalista aplastante. Esta presión familiar y social llevará al poeta a alistarse. El shock de la brutalidad le conducirá a la enfermedad mental. No huirá del dolor sino que regresará a la batalla por solidaridad con sus soldados a los que había abandonado sufriendo.

    En este estudio previo se señalan los referentes de su ideología antibélica, se destacan Harold Monro (lo apartó de la religión), William Michael Rosetti (fundador del Prerafaelismo de que admiraba su exaltación crítica y su mirada poética) y Laurent Tailhade (amigo de Verlaine al que conoció personalmente, destacado por sus sátiras antiburguesas y antibelicistas), Sigfried Sassoom (oficial que redactó un manifiesto pacifista y al que conoció en el sanatorio donde trató su neurastenia). En sus poemas está la experiencia de quien en una de sus incursiones a las trincheras enemigas sufrió una nube de gas lacrimógeno, encontrando montones de cadáveres enemigos en su paso, viendo la sangre, la locura en sus compañeros de batalla y en los enemigos. Teniendo que matar a un oficial alemán en otro de los avances y sufriendo en más de una ocasión la disentería como reacción fisiológica al miedo atroz ante el acto criminal que implica disparar a otro ser humano pero también ante la posibilidad de ser él la víctima.

    Ya en el prefacio se plantea una revisión al nacionalismo imperante en esa época, a los valores patrióticos inculcados a esa generación, que mandaba a sus ciudadanos a luchar a una guerra en la que morían y mataban por una bandera, por disputas económicas que sesgaban la vida de familias, ocasionando mutilados físicos y morales:

    Este no es un libro sobre héroes. La poesía inglesa no está preparada aún para hablar sobre héroes.
Tampoco habla de hazañas ni de territorios, patrias ni nada que tenga relación con la gloria, el honor, la fuerza, la majestad, el dominio o el poder, sino la guerra. (Owen, 2016: 123).

    Owen se alistó voluntario en la guerra porque sintió ese fervor de ser parte del orgullo nacional. Ser como la sangre que recorre la gloria del cuerpo de la Historia de su país, haciendo que fuese más fuerte, productivo, que creciera y defendiera sus intereses frente a otras naciones enemigas. Sin embargo, el conocer desde dentro la destrucción que implica la contienda le llevó a un retrato simbólico de esta como el invierno del mundo, el frío de la Historia que se cierne como un glacial, sumiendo la vida en una gran oscuridad donde muere la luz de la esperanza de los valores humanos:

Ha estallado la guerra: Y ahora el invierno del mundo
se cierne con un glacial y gran oscuridad.
El vil tornado, con epicentro en Berlín,
se arremolina a lo ancho de toda Europa […]
El verso gime. Comienza ahora
la hambruna del pensamiento y del sentimiento
Escasea el vino del amor […]
Pero, ahora, para nosotros, tan solo el invierno salvaje y
tener que aplicar remiendas a una nueva primavera
con la sangre por semilla. (Owen, 2016: 125).

     La fuerza lírica, el dominio de las técnicas poéticas le llevan a presentar desde la personificación a las armas como quejas humanizadas ante la barbarie:

sólo el estampido solitario de los rifles tartamudos,
podrá mascullar sus apresuradas oraciones.
No habrá para ellos remedos de oraciones ni campanadas.
Ningún canto fúnebre, salvo el del coro,
los coros locos y agudos de los sollozos de las granadas (Wilson, 2016: 126).

      El poema “Pobre farsante” critica la dureza de quienes ante el dolor de un soldado herido consideran que finge, que no tiene valor para luchar, cuando está realmente enfermo y no tiene fuerzas para seguir en pie en la contienda:

Se dejó caer de mala gana más que debido al cansancio
quedó tendido, pasmado como un pez, grávido como la carne,
y ninguno de nosotros consiguió levantarlo a patadas
[…]
No parece percartarse de que estamos en guerra.
[…]
En voz baja dijo uno:
“Tal vez se cree éste que está de vuelta en Inglaterra
[…]
Al final lo apartamos, para que no estorbara el paso.
No tenía ninguna herida, era un muchacho fuerte, antes del ataque.
[…]
Al día siguiente oí la risa de bebedor de whisky del doctor:
“El parásito ése que nos mandasteis ayer murió al rato. ¡Hurra! (Owen, 2016: 132).

    Owen supo retratar la locura que implica participar de la barbarie, de la destrucción de unos contra otros. Más allá de la mutilación física también está la interior, la que queda en la mente del que se destruye por dentro ante lo atroz de lo vivido:

No nos pueden pasar más que cinco cosas:
que nos maten; o bien una herida (leve o grave);
o que te cojan; o nada (salvo sentir flojera)

A uno le dio una bomba y se quedó hecho pedazos
Otro fue herido, y se quedó así, sin piernas […]
Pero el pobre Jim no está ni vivo ni muerto
Calculó que tenía cinco posibilidades y las tuvo:
Está herido, muerto, preso, el lote entero.
Le tocaron todas en una: Jim se ha vuelto loco. (Owen, 2016: 134-135).

    “El centinela” es poesía narrativa recogiendo la voz de un soldado que puede ser la voz del dolor de un tiempo enfermo de guerra, retratando el alma de la realidad herida. Si esta pudiera sentir como ser humano (el autor la reproduce como si fuera la palabra del inconsciente colectivo) lo haría como aquí lo hace esta voz poético-narrativa que parece una voz omnisciente de la historia, la de la realidad de una época herida que piensa.

    “Herido por mano propia” recoge el dolor que lleva a un ser humano a no poder soportar la barbarie de la guerra, la destrucción. Nunca le dan la baja militar por la neurosis de guerra. Su familia exalta la lucha sin entender el dolor de quien forma parte de esta. El yo poético ve la desesperación que lleva a otros compañeros de contienda a automutilarse o al suicidio y finalmente acomete el suyo, lo que es poetizado con una bella personificación en la que la muerte es el agente de la acción destructora:

El coraje se le escurría,
Como arena que se escurre del saco después de años de lluvia.
Pero nunca permiso, herida, fiebre, pie de trinchera, neurosis,
Liberaron al desdichado. Y la muerte parecía aún retenerse
para la tortura de yacer bajo el metódico bombardeo,
por el placer de la Potencias del mundo en locura desatada.
Un amanecer, nuestra patrulla de alambradas
lo trajo. Esta vez la muerte no había fallado.
No pudimos hacer nada salvo limpiarle la sangre escupida.
[…]
Los suyos nunca lo supieron. Y, sin embargo, eran seres viles.
“Muerte antes que deshonor, así hace un hombre”.
¿Podría haber sido un accidente?… Los rifles se disparan…

¿Alcanzado por un tiro? (Después se descubrió la bala inglesa). (Owen, 2016: 141-142).

      La muerte del otro le ofrece al yo lírico el recuerdo, en medio del fragor de la lucha, de que la suya llegará de una manera tan atroz como la que ve en los otros soldados. El destino de los demás es el espejo de la suerte que le espera:

Yo vi su honda boca amoratarse, caer en lo más hondo,
como un sol que declina en su última hora.
Contemplé la magnífica retirada del adiós,
entre nubes, medio radiante medio encapotado,
y el firmamento de sus mejillas enardecido por un último esplendor.
Y en sus ojos,
la fría luz de las estrellas, muy viejas y muy tristes,
en diferentes cielos. (Owen, 2016: 149).

    “Enfermos mentales” reproduce la enfermedad psicológica que hace de los excombatientes muertos en vida. Su mente ha perdido toda su conexión con la vida. Quedan lejos de la realidad, la ilusión. Se encuentran en la oscuridad de un recuerdo que siempre será parte de su consciencia, manchada de sangre, barbarie, miedo, frustración por haber perdido su vida en un lo que se llamó “heroicidad” y que verdaderamente era un crimen encubierto para enriquecer los intereses de los poderosos que gobernaban en cada país:

“Dulce et decorum est” sugiere que ver la destrucción física y moral de la guerra destroza, ser testigo de como tu compañero se pudre por el gas o la metralla enemiga, la sangre, el dolor. Todo esto cambiaría si pudiera ser visto por el patriota que se queda en casa ensalzando el honor y la nación. El ciudadano que no ha estado en la guerra no puede entender a quien estuvo allí:
Los hombres marchaban […] avanzaban, cojeando, con los pies bañados en sangre.
Todos iban lisiados, todos cegados, ebrios de fatiga, sordos incluso
al silbido de los rezagados obuses 5.9 que detrás de ellos caían.
¡Gas, GAS! ¡Rápido, muchachos! Torpemente, a tientas nos colocamos
justo a tiempo las incómodas máscaras,
pero uno de nosotros quedó gritando […]
ante mi mirada impotente,
se desploma ante mí y es engullido por una cloaca, asfixiado, ahogándose.
Si también tú, en tus pesadillas, pudieras ir marcando el paso
detrás del carretón en el que lo arrojamos
y ver en su cara unos ojos blancos de angustia, retorciéndose[…]
si tú también, en cada tumbo, pudieras oír la sangre
saliendo a chorros de sus pulmones consumidos […]
entonces, amigo mío, no contarías con tanto entusiasmo
a unos chavales que ansían una gloria desesperada
esa vieja Mentira: Dulce et decorum est
Pro patria mori. (Owen, 2016: 166).

   Owen retrata la psicopatía que en algunos casos sufre quien forma parte del crimen de la guerra. Esta le lleva a la peor de las emociones, no sentir dolor ante la muerte del otro. Ser indiferente al crimen de otro ser humano:

Afortunados los que pierden la imaginación
Bastante tienen con acarrear municiones.
Sus almas no arrastran impedimento
Salvo cuando hace frío, sus viejas heridas ya no duelen.
Dado que lo han visto todo teñido de rojo,
sus ojos han dejado de sufrir
para siempre ante el color de la sangre.
Y una vez superados los primeros terrores,
sus corazones ya no lanzan campanas al vuelo.
Sus cinco sentidos, desde tiempo atrás quemados
con el cauterio de las batallas,
.hasta ríen, indiferentes, junto a los agonizantes. (Owen, 2016: 172).

    Precisamente, desde una mirada crítica, denuncia que la guerra mate nuestro respeto por la vida, por lo que representa sentir el dolor ante el acto de ser quien se la arrebate a otro ser. Son bellas las imágenes con las que el poeta “ejecuta” este “contraataque” contra la barbarie:

Pero desafortunados sean los lerdos a quienes ningún cañón aturde.
Son como piedras.
Desgraciados y miserables,
pobres diablos más que simples de espíritu.
Eligieron libremente ser inmunes
a la compasión, a todo cuanto el hombre llora
frente al último mar, a las infelices estrellas,
a todo cuanto se lamenta cuando muchos son
los que abandonan esta orilla,
a todo cuanto comparte
la eterna reciprocidad de las lágrimas. (Owen, 2016: 174).

    “El inválido” es la historia del que regresa de la guerra y lo hace con unas secuelas físicas, mentales, pierde el atractivo que tenía para aquella sociedad que demandaba su valor, al regresar tullido deja de ser considerado un hombre por la sociedad que lo llevó a perder su vida:

Sentado en la silla de ruedas, aguarda la oscuridad
tiritando en su mortecino atuendo gris,
sin piernas, . un brazo amputado a la altura del codo.
[…]
Ahora ya no volverá a sentir nunca lo estrecha que es
la cintura de una mujer o la sutil calidez de sus manos.
Ellas lo tocan como si padeciera una rara enfermedad. (Owen, 2016: 177).

    Tambores del tiempo es la mirada del poeta que retrata el alma de la historia, enferma de destrucción, la ambición recorre las venas del tiempo como un río de destrucción hacia la barbarie. Wilfred Owen nos recuerda lo que proclamaba la elegía de Thomas Gray en 1751: “Los senderos de gloria no llevarán más que a la tumba”. Hay aquí la misma mirada crítica que en la novela de título homónimo del inicio de esta cita. La gloria nos llevará a la destrucción, el tiempo será el tambor circular que toque la canción de la muerte.

Bibliografía
Owen Wilfred (2016): Los tambores del tiempo. Funambulista. Madrid

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