Poemas de Juan Rapacioli

153letras- juan rapacioli 1P
Juan Rapacioli
(Buenos Aires, Argentina, 1987) cursó sus estudios primarios y secundarios en Mar del Plata, donde empezó a escribir. En 2006 se fue a vivir a La Plata, donde pasó por la carrera de Comunicación Audiovisual en la Facultad de Bellas Artes.

   En 2009 publicó el libro de cuentos “La estratagema de la libélula”, donde figura el relato policial que le da nombre al libro. Es autor, además, de cuatro libros de poesía y uno de cuentos cortos sin editar. Desde 2010 trabaja en la sección Cultura de la Agencia Télam, donde ha realizado entrevistas a muchos escritores y artistas de la Argentina y del exterior. Participó en los talleres literarios de los escritores Dalmiro Sáenz y Alberto Laiseca. Escribe en el blog: El impostor inverosímil (elombligopermanente.blogspot.com.ar).  

 

 

 

 

 

 

Poemas de Juan Rapacioli

 

 

 

en un tren de París a Lyon

 

veo entre los pasajeros

a una madre y su hijo

ambos de origen africano

 

ella

con el pelo teñido de rojo

y pañuelo en la cabeza

se pinta los ojos

reflejándose con el celular

en modo selfie

 

el niño

sentado contra la ventana

juega un partido de fútbol

con un dispositivo electrónico

 

en un momento

la mujer se levanta

de su asiento

y se dirige al pasillo

el niño

enojado

la toma de su pierna

no la deja ir

ella le explica algo

con pocas palabras

y se va

 

veo al niño quedarse mirando

en dirección a donde fue su madre

sus ojos se aumentan en un blanco

que contrasta con la oscuridad del rostro

su expresión contiene un llanto de bronca

que no calma el partido de fútbol

 

esa espera

normal para mis ojos de extranjero

es crucial para el niño que ya no ve

su única forma concreta de seguridad

y entendimiento del mundo

 

ese mundo va a cambiar

el niño

como todos

no podrá retener lo inevitable

de la continuidad

 

el niño será joven y será hombre

ya no será la madre

el único cable a tierra

para comprender

su ubicación en el mundo

 

habrá mujeres

amigos

decepciones

y desafíos

 

pero el miedo de perder

lo que hacer ser

en un tiempo y lugar

determinado

se volverá voces que dirán

no

hasta ahí

cuidado

 

dedos que señalarán caminos

y juzgarán actitudes

clasificaciones para adaptarse

a un sistema de premios y castigos

que se volverá asfixiante

y engordará con la culpa occidental

dosificada en deberes

faltas y obligaciones

 

y el niño-hombre correrá

amará

perderá

se meterá en el ruido de la noche

la música

las pieles

y las sustancias que lo ayuden

a olvidar

su participación en el cuadro que muta

y no termina y no entiende

 

y en un momento

la serenidad de un río

en Lyon, Shanghai o Neuquén

lo hará vislumbrar

por un segundo

la extraña convivencia

de patos

árboles

guerras

deseos

miserias

leyes

belleza

y crueldad

 

todo junto

bajo una esfera de fuego

viva

que sigue alimentando

a una lejana especie

que flota en el mar

 

 

 

el miedo viene después  

 

el miedo viene después

empieza con un relieve

un giro en el mapa

y

una inversión en la superficie

 

antes

en la edad previa

la no sucesión

el cuadro está desordenado

las piezas no son un espacio

útil

constituido

configurado

para usar con cautela

prudencia o coraje

 

no hay movimiento intrépido

en la niñez

no hay valentía

porque no hay miedo

 

el miedo viene después

 

llega de algún modo

representado en formas y maneras

también en personas

alguien

determinado y determinante

es la cara del miedo

 

la casa que no se puede visitar

el pariente que nunca aparece en la foto

el conocimiento

silencioso

de que no habrá nadie esperando

del otro lado de la puerta

 

eso que no queremos que pase

nos espera con una mueca siniestra

detrás de la sonrisa amable

 

 

 

Extrañas memorias de una noche en Berlín

 

¿Qué hizo la guerra con las ciudades?

 

No deja de sorprenderme la convivencia, histórica, entre el horror y la diversión.

 

Hay una estética de la tragedia. Una herida que se vuelve goce.

 

Estoy en un bar. Hay ruido de fondo, hay chicas y chicos alemanes tomando cerveza. Hay caras iluminadas por celulares. Hay charlas que no se oyen pero que se entienden. Aproximaciones, miradas y susurros. Todo bajo el efecto narcótico de la música electrónica. El barman me atiende, me compara con un futbolista griego, se ríe y me da una cerveza. Miro a las mujeres. Rubias en su mayoría. Esbeltas, rasgos marcados, cierta virtualidad en la mirada atrae y congela. Son las chicas rapadas de la nueva revolución industrial. Muñecas fatales que te pintan la cara con aerosol.

 

Graffiti de sangre en la capital del mundo.  

 

Más tarde. Estoy re loco en una habitación de hotel. Me hundo en una cama que no para de crecer. La veo llegar desde el baño, a lo lejos. Alta, blanca y pelo rojo. Pienso en Ziggy. Me excito con la idea de cogerme a una estrella de rock. Desnuda, afeitada y goteando anfetaminas con la mirada en blanco. Me pega, me muerde y la sangre brota. Después, se abandona. Me deja hacer. Se abre. Meto un dedo, la mano, el brazo. Busco entre sus gritos. Se contrae y explota. Me mancho. Sudor, saliva, semen y, otra vez, la sangre sube.  

 

Afuera. Camino por Kreuzberg. Bordeo el East Side Gallery. Me detengo en Checkpoint Charlie. Miro al cielo, amanece. Se viene la tormenta. Corro hacia el tren. Algunos sudafricanos me ofrecen weed, hash, coca, mdma. Fumo lo último que tengo antes de llegar a la estación. Empiezo mi viaje. Me duermo mientras Lou Reed habla de los hombres de buena fortuna y de los que no tienen nada. Me despierto, el tren se detiene. Me bajo en el Tiergarten. El parque, irregular, invita a perderse. Y me pierdo.

 

Escucho la voz a lo lejos, pero me doy cuenta: hermosa. Rubia, hippie, guitarra. Canta con fragilidad, se para con firmeza. Todo en ella brilla, saca luz. Canta folk suave con algo de protesta. Habla de la energía. Sonríe con seriedad y viste de verde. A su alrededor hay todo tipo de pasados. Gente en el piso, borracha. Chicas y chicos drogándose en la estación de tren. Un poco más atrás, en la autopista, un accidente. No dejan de llegar patrulleros de la policía. Hay ruido de gente, sirenas y autos. Ella canta. Tiene su grupo de apoyo. Unos hippies amables que fuman porro y bailan sus temas. Le canta al amor, por supuesto. Pasa un rapero y le grita. Se le corta la voz, deja de tocar, le contesta y sigue cantando. Se la banca, pienso. Pasa otro tipo, se le acerca y le quiere dar un beso. Ella le corre la cara, le grita, vuelve a cantar. Está agotada, pero no pierde belleza. Cada vez hay más policías, un camión de bomberos, gente con celulares. Un hombre se le aproxima lentamente, la mira con ojos desorbitados. No dice nada, pero es demasiado. Ella se saca. Sólo quiere tocar, grita. Canta más fuerte. Canta sobre la soledad, sobre lo que perdió, sobre lo que busca.

Canta sobre la libertad.

Pero no es ninguno de esos quemados quien la calla definitivamente.

Es una señora.

Una señora que la encara y le explica, con gestos, que no es momento para cantar.

Hubo un accidente.

 

 

 

Separación

 

Logré dejar de llamarla,

de enviarle mensajes de texto

y finalmente de buscarla en el chat.

 

Logré eso,

sencillo para convención del amor sano,

pero fue un ejercicio con desgarro implícito.

 

Una digestión de vidrio que hizo del silencio mi peor enemigo.

 

El impulso al contacto,

el deseo de comunicar

y la necesidad de compartir son cosas originarias,

nuestra herencia como especie,

me decía, todo el tiempo,

para relativizar el vidrio bajando por el estómago.

 

Pero el tiempo es un problema,

quizás el único,

ya que mientras más pasaba sin verla,

sin escucharla y sin sentir su presencia,

podía vislumbrar un nebuloso alivio que venía hacia mi dirección

y que trataba de esquivar con artificios que no daban resultado.

 

Prefería el proceso del intento y rechazo,

hasta el desgaste,

antes que una ligera calma solitaria.

 

Pero no.

No hay decisión.

La voluntad no alcanza.

Tampoco la vanidad del dolor.

 

El tiempo se pierde,

después se busca o se olvida,

y se cambia de rostro para mirar lo mismo,

sucesivamente,

con cinismo o compasión,

atravesado por la certidumbre de lo que no será.

 

No volverá a pasar eso que pasó,

pero todo se repite.

 

No hay originalidad en la tragedia de la separación.

No hay vivencia alejada del resto.

Es un tormento compartido.

Abusado por los siglos.

 

Una misma arcilla, incontables moldes.

 

Los deseos y las voluntades son ecos solitarios de un relato mayor.

Una música que no nos pertenece pero que podemos escuchar por un rato.

 

Eso que se construye se destruye,

tan rápido,

que sólo queda la risa de lo que no sabemos.

 

La risa de lo desconocido.

El regreso deforme de lo que nos sacamos de encima.

Lo que alguna vez fue deseo ahora es olvido.

 

Pero vuelve con otra cara.

 

En el rostro, irreconocible, la risa.

En la risa, nerviosa, el recuerdo de lo que no es.

 

La memoria, trampa perfecta, dibuja su realidad

y crea un nuevo refugio al que siempre queremos volver.

 

 

 

veo un pájaro volando

 

veo un pájaro volando

y por un momento

recuerdo que no entiendo

no puedo entender

la realidad

 

el pájaro está quieto

sobre una roca

mirando a su alrededor

y de pronto echa vuelo

toma lento impulso

gira sobre sí mismo

y se aleja

en círculos

 

el pájaro no pide ser mirado

pero ofrece un espectáculo impecable

una experiencia estética

apunta con el pico en bajada

hacia su izquierda

y traza una curva perfecta

para extender sus alas

hacia la derecha

y perderse por un costado

del lago que cruza el parque

 

ver el pájaro

ver su vuelo

es ver también

una representación

del tiempo

 

el pájaro vuela hace siglos

el vuelo es prehistórico

a su manera desafía al futuro

estimulando a la humanidad

a construir grandes máquinas

que transportan gente por el cielo

reafirmando el peso que esa palabra

vuelo

tiene para el mundo

o simplemente volando

cumpliendo su función animal

viviendo para y por su especie

ajeno a metáforas y clasificaciones

que no encuentran más que ruido

en un mundo que no habitamos

pero que nos habita

 

el vuelo del pájaro hace

en un momento

un quiebre en la percepción

hace incomprensible esta simultaneidad

de experiencias que nombramos realidad

hace imposible la convivencia

de tantas fuerzas

en un orden mundial

 

el vuelo viene a recordarnos

que este planeta sigue moviéndose

extrañamente

y que el pájaro seguirá despegando

del suelo

en acto mágico

para conocer el futuro

 

el vuelo del pájaro

es como la risa o el río

nos hace saber

que no sabemos nada

Artículos relacionados :