José Antonio Conde: Un juego de llaves

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Por Jesús Soria Caro.

     Un juego de llaves de José Antonio Conde es un poemario que nos ofrece diferentes miradas hacia las puertas del “yo” ante la entrada en los rincones más oscuros del amor, en ese viaje hacia el “tú” cada sujeto encuentra en la persona amada lo mejor y lo peor tanto de sí mismo como de la persona a la que desea.

     La mujer que se ama es un espejo de nosotros mismos que potencia nuestra mirada más libre, fuerte y creativa, pero que también incendia de dudas, negatividad y dolor los rincones más oscuros de nuestra interioridad. Nada es total, la vida contiene opuestos, lo positivo y lo negativo, construcciones y destrucciones, lo mismo acontece con el amor que es el más cercano ritual de fusión con la sensación de lo eterno, algo que nos sitúa con toda plenitud en la vida, en su fuego de intensidades, es la energía ardiente de la pasión que recubre de iluminación vital nuestro ser silueteado por las sombras del tiempo y su anochecer hacia la nada de la consciencia.

    El poemario tiene un recorrido a través del amor como un viaje experiencial que recuerda en dicho proceso al poemario de José Agustín Goytisolo La noche le es propicia, en este también se retrataba una vivencia de amor imposible con fuego al inicio, dudas en el desarrollo y sombras de negación y destrucción en la ruptura final. En el transcurso inicial de acercamiento hacia la amada se admite la falta de cordura que se sufre en el amor dirigido por la pasión, lejos de lo racionalizado, medido, que esté compuesto por una parte de deseo y también por otra de autocontrol que no nos anule ante las tormentas de lo pasional:

Todo me conduce

hasta ti

sin sensatez

 

Eso creo. (Conde, 2014: 7). 

           El “yo” poético se siente “perdido”, lo que se debe entender como un transitar hacia otros caminos desconocidos, esto sucede en lo que denomina “su amanecer”, es decir, la iluminación que en ella nace supone el origen de una nueva luz dentro del  sombreado paisaje introspectivo de su alma, el fin de esa oscuridad en la que se encontraba antes de alcanzar en la persona amada una respuesta, una solución liberadora a la pregunta de un sentido de lo vital, ansiando encontrar una respuesta que pueda ser completada desde el amor:
 

Me pierde

esa forma tuya

de amanecer,

de buscar en lo cóncavo

razones para el silencio. (Conde, 2014: 8). 

      La fusión erótica se produce, esta es relatada mediante el lenguaje y sus reglas de unión y separación, al igual que el hiato separa vocales y el diptongo las une, el poeta recurre a la simbología de dicha norma fonético-ortográfica para retratar la unión de dos cuerpos, no en una misma sílaba sino en una misma forma carnal, pasional, ya no hay separación sexual y emocional entre el yo-poético y la mujer amada:

 

Sé que guardas las vocales

en la penumbra,

en ese terreno exclusivo

de las ceremonias,

a la espera de un hacer irrevocable

al movimiento de los diptongos. (Conde, 2014: 11).

 

          En esta búsqueda del “tú”, de una complementariedad en la mujer que se ama hay reminiscencias de Pedro Salinas, que pedía a su amada que se mostrara sin la pose social, sin el traje de una verdad externa de apariencias que impedía ver el desnudo de su verdadero yo interior: “Quítate ya los trajes,/ las señas, los retratos;/yo no te quiero así,/disfrazada de otra/hija siempre de algo.//Te quiero pura, libre,/irreductible: tú” (Salinas, 2003: 136). José Antonio Conde, al igual que Pedro Salinas, recurre a los pronombres para aludir a lo esencial del “yo”, a aquello que es la verdad oculta interna, frente a los nombres que nos dan un rostro social que dibuja una imagen que esconde nuestro auténtico “yo”. El “yo” poemático se define en los pronombres, quiere esa verdad interior, algo que lamenta no poder encontrar en la mujer amada, ya que a ella le pertenece la palabra, la Verdad exteriorizada y sus juegos de apariencias:

 

Lo siento,

aunque la palabra

te pertenezca

 

Yo alquilo los pronombres. (Conde, 2014: 12).

                Todo el poemario juega con referencias al cine, estas  tanto en el inicio del libro como en el cierre enmarcan el libro, las citas a las que no referimos son de Humprey Bogart, personaje que disfraza su romanticismo de cinismo frente a un mundo en el que lo real no suceder siempre como se merece. En el amor no siempre hay justicia, puede ser favorable a quien no lo merece y desfavorable a quien lo hubo merecido. El prologuista, Fernando Sanmartín, define la figura de Bogart como la de: “un descreído que conoció los toboganes”, así como le sucede al “yo” poético que conoce lo alto en el tobogán de la pasión y lo bajo de la destrucción amorosa. Este proceso de descreimiento amatorio es dibujado poéticamente cuando anuncia que el libro es la búsqueda del amor a través de la escritura, de la poesía, ya que esta es auto-auscultación de nuestro “yo” y su viaje hacia el otro:

          La escritura, como la vida, es una búsqueda. Y en esa búsqueda, como en la vida, cabe todo. Y todo cabe en el concepto de un poema. Caben las pasiones que mueven al héroe. Y caben los héroes abandonados por la pasión. (Ápud Conde, 2014: 9).

      Otro de los poemas alude a Woody Allen, pero lo hace para dibujar a la mujer deseada como la elaboradora del guión de conjeturas y excusas. Ya se ha transitado al proceso de duda, de falta de certezas. El amor ha pasado a ser transformación de un “edificio” de emotividades sólido, que se había erigido mutuamente en proyecto común, para convertirse finalmente en las “ruinas” líquidas de un solar afectivo de dolor y negaciones:

 

Como tú quieras,

tú decides las excusas,

el guión insaciable

de conjeturas

 

Eres la respuesta

a Woody Allen. (Conde, 2014: 38).

 

       En el proceso final de ruptura la amada es definida como un personaje de acciones externas, de apariencias. Anteriormente mencionábamos que el “yo” poético buscaba su pureza, la verdad interna fuera de las sombras externas de lo aparente. Pero en este proceso de separación ella es definida como actora de un mundo de exterioridades, de excusas, de falsas verdades, de lamentos disimulados, así proclamará: “Tus lágrimas definen los reptiles/ el pesar es exterior” (Conde, 2014: 37). 

     Todo ha sido un engaño, una representación de afectos: “Todo queda entre nosotros/ (…) y esa codicia flexible/ a los engaños” (Conde, 2014: 39), por eso surgen la continuas referencias al cine. El amor tiene personajes, cada uno es actor de su verdad y de sus mentiras, el guión es escrito a la medida de una victoria personal en la que el otro puede perder su alma. La película, como el amor, comienza y termina, pero los personajes del celuloide desaparecen con el fundido en negro quedando fuera de la mirada del espectador. En el poemario los personajes (sujetos poemáticos de este amor frustrado) desaparecen cuando el lector cierra el libro, aunque tal vez el libro de Conde sea en este caso un “espejo”, y las personas (sujetos ilusorios de la ficción del amor) que viven un amor intenso destructivo tal vez pueden estar al otro lado del libro o más bien en este caso se sitúan dentro de la realidad poetizada viendo el reflejo especular de sí mismas.

 

BIBLIOGRAFÍA:

CONDE, José Antonio (2014): Un juego de llaves, Zaragoza, Libros del innombrable.

SALINAS, Pedro (2003): La voz a ti debida. Razón de amor. Largo lamento, Madrid, Cátedra.

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