Ramón Conejero, un veterano doctor en Medicina Intensiva del Hospital de Sant Joan, debuta en la literatura con una singular novela, “Las estelas cántabras y el mundo invisible”, un texto a medio camino entre la novela contemporánea y el ensayo literario, fruto de muchos años de experiencias vitales, reflexiones, viajes y lecturas.
“Las estelas cántabras y el mundo invisible” es un conjunto de relatos, muchas veces inconexos, sobre el alma pero también sobre lo mundano e intrascendente, ubicado en una especie de Arcadia que para Conejero se sitúa en las altas tierras santanderinas, entre los pasiegos y sus estelas milenarias.
Presentación del libro “Las estelas cántabras y el Mundo Invisible” de Ramón Conejero García-Quijada. Ateneo de Santander. 15 de abril, 2015
Por Jesús Sáinz
«Conozco a Ramón desde nuestra adolescencia en Zaragoza. Cuándo hace unos meses me pidió que presentara su libro lo acepté más que nada en recuerdo de nuestros años comunes y de nuestra amistad ya que hace muchos años que dejé el mundo profesional relacionado con lo literario para dedicarme a la investigación genómica de las enfermedades humanas y no me siento preparado para hacer una crítica literaria. Así que pido disculpas de antemano por lo poco que puedo aportar a los oyentes para la comprensión de su libro.
Para empezar quiero exponer mi convicción de que la obra literaria no pertenece al autor desde el momento que sale de su pluma (u ordenador). El libro, una vez escrito, pertenece al lector, y es este el que le dará su sentido, si es que tiene alguno. Dicho esto, es fácil de concluir que cada persona leerá el libro no solo de diferente manera, sino que lo interpretará a su manera, como harían Paul Anka y Sid Vicious, por citar dos íconos culturales.
Una de las primeras cosas que me llamó la atención de las “Estelas cántabras” es su estructura circular, empieza y termina con el mismo texto. Bueno, no exactamente el mismo texto. Hay ligeras variantes que quizás nos estén enviando un mensaje. En la página inicial hay un lamento sobre la falta de comunicación con el Mundo Invisible, con mayúsculas. Yo pienso, que es aquel que el Principito de Antoine de Saint-Exupéry decía que no se ve con los ojos, sino con el corazón. Sin embargo en el lamento inicial se duda de la posibilidad de conocer dicho Mundo en la vida “mortal”. Haciendo un inciso, lo que acabo de decir nos hace pensar que dicho mundo invisible en el libro es simplemente un recurso literario y no una elucubración metafísica. Lo interesante es que en el epílogo aparece una contradicción en forma de atisbo de optimismo. Las dudas reflejadas en el inicio se disuelven con el rotundo “o no” con el que acaba el libro y que parece poner en duda el pesimismo que destila acerca de nuestra posibilidad de conocer dicho mundo invisible. A lo largo de sus páginas se citan ejemplos de cómo el mundo invisible puede revelársenos en cualquier momento. Como al prior de de un convento benedictino que al oír el canto de un ruiseñor se embelesó tanto que se quedó dormido durante 300 años para despertarse en un mundo completamente diferente al suyo, y por supuesto, tres siglos más tarde. En voz baja, diría, ¡quizás fuera una suerte!, al menos con el presente que tenemos en nuestro país, si es que queda mucho de él.
El libro está organizado en dieciocho partes. Dos de ellas llamadas títulos, catorce llamadas capítulos, aparte de un acta y un epílogo. Dichas partes son aparentemente, y en gran parte inconexas y contienen diferentes relatos narrados en una forma que podríamos calificar de…pues es difícil decirlo. Lo que sí podría decir es que tiene un estilo complejo, en el libro encontramos que registros que van de la poesía modernista y la oscuridad conceptual del barroco a la descripción histórica y el registro notarial, pasando por la narrativa tradicional al estilo Galdós, el chiste, la poesía modernista, los escritos surrealistas y el diccionario de Don Camilo José Cela. Todo ello combinado de una forma personal, es decir arbitraria, donde intuimos que el autor juega con las palabras como en una aventura donde lo importante es el hedonismo en el acto de escribir y no la transmisión de un mensaje. Tengo la sensación de que este libro ha sido escrito con mucho esfuerzo y mucha documentación porque todo ello ha sido una experiencia lúdica para el autor. Desde luego no intuyo que en la prosa ese dolor que tantos escritores cursis del siglo XX argumentaban como para justificar su necesidad de escribir como un tormento programado por sus experiencias o sus genes para liberarse de sus demonios. Todo lo contrario, para mí este libro es el fruto de una actividad gozosa y que el disfrute es el motor esencial de su escritura. Esta interpretación viene reforzada por un elemento presente a lo largo de todas sus páginas: el humor. No parece que el autor se tome en serio a sí mismo ni a su actividad literaria. Y digo esto no con afán de crítica, sino todo lo contrario. Prefiero la autenticidad a la intelectualidad impostada. Así puede aparecer un capítulo donde el protagonista, o mejor dicho la protagonista es una licuadora que adquiere carácter de amante imposible y capaz de despertar celos en la pareja. Este humor subyace en todas sus páginas que nos hacen pensar que nada de lo que se nos cuenta está tomado en serio. ¿Por qué? Porque la vida es luz, la historia es luz y hasta la cursi expresión de la “noche de los tiempos” se convierte en día. Ya nos tocará noche, el día que nos toque. Eso sí, no es un optimismo escapista. No se ignora que hay una única noche “en que se hundirá todo”, esa “futura noche definitiva e inquietante.”
Otro elemento recurrente que aparece a lo largo de sus páginas es el mundo de la práctica médica, que aparece y desaparece como los ojos del Guadiana y que es utilizado sin piedad para el lector. Por ejemplo el uso sin miramientos de palabras muy técnicas que requieren el uso de “google” (el diccionario se queda corto) como lordótica. Imagino que todos ustedes sabrán que la lordótica es “la proyección radiológica obtenida con el paciente inclinado en sentido posterior”. El mundo médico se expande de una forma fluida hacia el mundo científico, que en general es utilizado de una forma bien documentada. Un buen ejemplo es la descripción de la base morfológica que nos permite el habla. Aprendemos que “somos los únicos mamíferos que poseemos un grado de flexión de la base del cráneo compatible con la fonación.” Afirmación apoyada por una elegante y profesional referencia científica. Dichas aserciones no son gratuitas. Puedo apoyar esta última ya que debido a mi profesión, conozco que hace años el sueco Svante Paavo demostró y publicó en el año 2002 que mutación en el gen FOXP2B aparecida hace tiempo en el ser humano le permitió a éste una articulación más flexible facilitándole el lenguaje y diferenciándole de otros seres sin la dichosa mutación. Este descubrimiento ha sido apoyado en varias ocasiones al observarse que en los individuos con daños en dicho gen se pierde la capacidad de lenguaje o es seriamente disminuida. . Si pensamos que el habla es aquello que nos diferencia de los animales, y por tanto la base de todas nuestras actividades culturales como el libro que estamos comentando, observaciones como estas nos hacen pensar en un interés en el libro por temas fundamentales para nuestra cultura. Quizás por eso se pasa, en unas pocas líneas, de la ortodoxa cita científica al cántico futbolístico: oé, oé, oé, oé, oé, oé.
Como han dicho otros críticos, el lector no debe de esperar una novela fácil y con estructura narrativa y con una cronológica clásica, sino un libro que requiere un esfuerzo mayor de lo habitual que el que requieren los libros que se presentan en El Corte Inglés. No digo esto con ánimo de ahuyentar posibles lectores, sino para atraer a aquellos que les gustan los retos.
El estilo ha sido calificado de posmodernista, pero, por supuesto en mi opinión, tiene una cercanía con la poesía, con lo barroco y con el surrealismo donde a veces el contenido parece no tener importancia sino el sonido potencial de las letras y las imágenes que evocan las palabras y que éstas tienen una función que va más allá de su significado. Esto hace que el libro no se pueda calificar con exactitud como una novela ni como una colección de cuentos. Aunque tampoco es un ensayo, ni un libro de poesía, ni un libro histórico, ni un libro al uso de Camilo José Cela sobre la etimología de las palabras, en este caso de las letras. Sin embargo tiene algo de todo ello. Entonces, ¿Qué es? Pues no creo que tenga importancia. Podríamos inventarnos un término para definir un nuevo género o simplemente decir que es un libro que utiliza recursos de muy diferente orígenes, que sería probablemente lo más adecuado. Como los oyentes estarán pensando, es un libro difícil de calificar pero hay algo que, para mí, lo define: el poder evocador de sus palabras y su capacidad para generar emociones y sentimientos.
La localización es quizás lo más realista del libro. Se sitúa en Cantabria, pero como un país imaginario y aislado donde la posibilidad de conocer el Mundo Invisible es mayor de lo habitual. El texto empieza simbólicamente en un penal cántabro y acaba en el mismo penal cerrando el círculo con las mismas palabras. Apuntando a que la vida no deja de ser un encierro cuya única salida es un mundo invisible al que no parece fácil llegar. Aunque sería fácil interpretar que Cantabria es un penal, en sus páginas nos aparece como el Edén perdido y el centro del universo, siendo Arredondo “la capital del mundo” y las estelas su referente simbólico y su conexión con el mundo invisible. Esta conexión simbólica de las estelas con el Mundo Invisible habría aparecido en Roma, en Mesopotamia, en Egipto, en Méjico, en Perú, en Guatemala, en Honduras, etcétera, como un misterio a explicar.
Pero no es todo Cantabria, ni es tan fácil de interpretar. El libro nos lleva en sus diversas partes a Edimburgo, a Bruselas, a Italia y a Suiza. Pese a ello, Cantabria sigue siendo su centro geográfico y su referencia simbólica fundamental.
Desde el principio, el primer “título”, aparecen en cursiva palabras como “sel”. Sel es un término de origen prerromano que define a “un lugar abrigado y limpio de maleza, acotado en círculo con piedras grandes, en el que se recogen por la noche los ganados que pastan en los montes.” De dicho término deriva el toponímico Selaya (conjunción de las palabras sel y haya), el municipio cántabro donde mi amigo Ramón vive, o pasa largas temporadas, y donde una vez me invitó a comer cocido cántabro en el restaurante Español (si no recuerdo mal, y si recuerdo mal me vale la memoria). El término sel, aparece de nuevo en el epílogo pero esta vez sin estar en cursiva. Prefiero imaginar que la falta de cursiva que no es una errata editorial sino un mensaje deliberado que apunta a que el mundo invisible ha dejado de serlo y la palabra ya no necesita la barrera de las comillas dejando de ser ajena al mundo que se describe en el libro. Ya no necesita de las convenciones ortográficas porque el mundo imaginario ha pasado a ser parte de la realidad.
Como el oyente habrá podido pensar, pese que el texto ya no pertenece al autor, éste, y su vida, están presente en el libro, ya que no podría ser de otra manera. Por eso la experiencia en su vida profesional es una herramienta muy útil para descifrar, si es que es descifrable, el tránsito de la vida a la muerte y el más allá (me pregunto si eso es el Mundo Invisible). Quizás esta experiencia es lo que nos puede permitir acercarnos de una forma real a dicho mundo a todos aquellos que accedamos a sus palabras.
Sé que Ramón ha puesto su sensibilidad y larga experiencia vital en la elaboración de este libro. En muchas ocasiones aparecen referencias a su experiencia médica y científica, así como su conocimiento de Cantabria y su historia. Eso sí, el libro no es esclavo de los acontecimientos históricos, los cuáles se reinterpretan en beneficio del hilo literario. Todo lo cual le da un valor adicional al texto haciéndole atractivo para aquellos interesados en la medicina y en un acercamiento poético a la historia de dicha comunidad. Dicho lo cual quiero acabar recomendando su compra, al fin y al cabo para eso me ha invitado a dar esta presentación (lo digo con una sonrisa). Ya sé que leer es una actividad en desuso, pero, atrévanse, vale la pena. Ah! Por último, lamento no haberles contado casi nada del libro, para eso tendrán que leerlo. Muchas gracias por su atención».