Poemas de José Luis Díaz-Granados

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INSTANTÁNEAS DE JORGE GAITÁN DURÁN

 A la memoria de Pedro Gómez Valderrama.

A Pedro Alejo Gómez Vila.

Años sesenta, un día, una mañana.

Gaitán Durán, amable, me indicó que Gonzalo

González, el director del suplemento,

Estaba por llegar. Siéntese, espérelo…

 

No sabía él que yo conocía Amantes,

Su mejor libro, y que había jurado

Dejarme barba, como él, cuando fuera mayor,

Y ser viajero del mundo, como él,

Revelador de Sade y de asombros perdidos.

 

Lo vi, noches después, en la librería

La Gran Colombia, de pie, recostado

Sobre estantes con libros que alumbraban

La estancia, indiferente, hojeando un tomo

De poesías de Quevedo, mientras discutían

Estanislao Zuleta y el psiquiatra Socarrás.

 

Lo vi una tarde en la Biblioteca Nacional,

Con una joven rubia. Lo vi después

Con otra muchachita en una exposición.

 

Lo vi junto a Eduardo Cote y Alejandro Obregón

En el Teatro “El Búho”, callado y expectante,

Rojo, sonriente y contenido, frente a una riña

De brasas de todos los colores verbales

Entre Marta Traba y Oswaldo Guayasamín.

 

Y lo vi un mediodía caminando de prisa

Por la Carrera Séptima, con su gabán azul

Y unas gafas oscuras pequeñas y cuadradas.

Iba con su elegancia descuidada

Repartiendo fulgores invisibles.

 

Era el emperador de la poesía. Era el rey,

Era el as, era el relámpago

De la eternidad cruzando la ciudad.

 

Meses después, un día, una tarde,

Manuel, mi hermano, trémulo, agitado,

Me informó que el rey había caído

De una nave sin dios al mar eterno.

 

En ese instante helado también murió mi infancia.

 

 

JÚBILO

 

No faltarán palabras para cantar el júbilo,

siempre tendré un murmullo.

Para abrir el silencio,

para herir la clausura de la noche

siempre tendré en mis labios un balbuceo,

un canto, una balada,

nunca un eco que roce mi boca o mi destino.

Nunca vendré de nadie para alabar tu cáscara,

sobrarán los instantes para besarte íntegra.

No faltarán las sonrisas

ni goces en las ceremonias improvisadas.

Todo se hará a su tiempo y será pronto.

Ahora abandonémonos a este ocio invisible.

 

 

LA FIESTA PERPETUA

 

Mi historia está llena de silbidos y dédalos,

de voces y de veces, de jodidas preguntas,

de estaciones narradas para un inventario

de cicatrices y de resonancias.

 

Mi historia es una casa que envejece

con sus recintos intactos. Mi historia

es un cuerpo que habita entre estupores

y una boca que incendia las palabras

cuando bebe el amor. Mi historia debe ser

un banquete,

una fiesta perpetua

donde conviven el duende y el disturbio.

 

 

LA NUEVA CASA

 

El exilio es una nueva empresa,

un nuevo oficio.

 

Los flamantes compañeros

parecen viejos

que acabaran de nacer.

 

Todo es nuevo.

 

Hay nuevos modos de reír

y de llorar.

 

Hay otro estilo

de meter la pata y de cortarse el pelo.

 

Todo es reciente,

inédito, curioso,

impertinente, extraño, sorpresivo.

 

El exilio es una casa enjuagada,

con una ventana

y dos puertas.

 

 

 

LAS PALABRAS

 

El niño Sartre me enseñó su parábola

Una noche, a través de millares

De piedrecitas plateadas.

 

No cabía en mi cuerpo de diecisiete años

Tanto júbilo claro y oscuro y culminante.

 

Cada palabra de Las palabras era una piedra

De plata, pero también una gota de lluvia,

Una brasa en la nieve y una uva.

 

Al amanecer, estaba embriagado de campanas.

 

 

MATRIMONIOS

 

Me casé dos, tres veces. Fue en el siglo

Pasado. Con cada mujer escribí libros, poemas.

Escribí libros y letrillas. Con cada una de ellas

Bebí y viví rones y estancias. Crucé en navíos

Los insondables lagos, extraviados

De todo el mundo y de nosotros mismos.

 

Éramos fábricas de sangre y de cansancios.

Éramos a la vez perfumes y batallas,

En danzas de alboradas aún llenas de estrellas.

 

Me casé dos, tres veces. Y tal vez fui feliz

Porque ahora es de miel y leche puras

La tinta con que escribo estos silencios.

 

 

 

PELDAÑOS

 

Me veo vivir

subiendo una escalera.

 

En un peldaño hay una espada,

en el siguiente un aguijón,

en el ulterior un gato

y luego veo una cerradura.

 

¿En qué peldaño saldrá el sol?

 

 

 

PEQUEÑA ELEGÍA

 

Has desertado en silencio de tus sueños y tus voces

Exiliado voluntario de este amanecer lleno de noches,

Desde una altura invisible nos miras sin mirarnos.

Eras, hermano mío, yo convertido en otro,

Como si me hubiese contemplado durante muchos años

En un cuerpo, en un rostro, en unos ademanes

Que se llaman Felipe y que se han ido.

Un hálito sin música se llevó el tono de tus signos

Y yo busco en mí mismo, dentro de mi fuego arterial,

Algún gesto, algún ritmo, algún grito que detenga tu vuelo.

 

 

 POEMA CERO

 

Hay hombres que cazan lagartijas con una mano podrida.

Hay hombres que beben miel en el mar para calmar la sed.

Hay quienes se ocultan en la transparencia para defecar.

Hay hombres que duermen en el fango para ver crecer los helechos.

Hay quienes no salen de su casa para poder viajar.

Hay hombres que no aman por temor a naufragar en alma ajena.

Hay hombres sin patria que padecen la despierta pesadilla de la suya.

Y hay quienes cantan en silencio desde el escondite de su tedio.

 

 

 

SAUDADES

 

(Invierno aún golpeando en primavera).

 

Viendo y oyendo a Charles Aznavour

En La Habana, al filo de la medianoche,

Mientras estallan olas contra el Malecón,

Veo y escucho sordas oquedades

Y siento vuelos y palpo rupturas,

Tantas, que siento que la noche es sol

De cielos rojos y Bogotá es París

De tiempos idos, tiempos aturdidos

Que ahora son sólo sueños, sólo sueños,

Sólo sórdidos sueños o suspiros.

 

 

 

SILENCIO Y MEMORIA

 

I

 

No tengo miedo, nunca tengo miedo,

Porque está aquí mi padre.

En la sala, leyendo, mi padre.

Entrando por la puerta,

Colocando el sombrero en el perchero,

Saludando a mi madre, mi padre,

Escuchando, escuchándome,

Contemplándome el sueño, mi padre.

 

2

 

Hace cuatro décadas se convirtió en poema.

Entre los naranjales y las palmas

Sus manos blancas y orgullosas

Saludaban o se despedían

Y sus ojos melancólicos, rotundos,

Miraban algo escépticos

El fulgor delirante de la tarde.

 

3

 

Ahora no sé si duerme en algún sótano

Donde el mar aletea tal vez llamándolo,

O si libra un combate en orbes locos

Mientras su rostro invisible es la semilla

De una nueva estación o de una estrella.

 

4

 

Su recuerdo es verano y es océano

Y es arcilla y es nieve y es ciudad,

Y es ese rostro único, esa figura única,

Ese padre que veo entre estas letras

Que me bebo entre lágrimas

Mientras contemplo su sueño

Y me aproximo a él con pasos lentos.

 

 

 

José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, Colombia, 1946). Poeta, novelista y periodista. Muy joven, a los 22 años, publicó su primer libro de poesía El laberinto y ganó el Premio «Carabela», en Barcelona, España (1968). Fue comentarista bibliográfico de «El Tiempo» de Bogotá (1979-20). Su novela Las puertas del infierno (1986), fue finalista del Premio «Rómulo Gallegos» al año siguiente. Ha sido presidente de la Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos y presidente de la Unión Nacional de Escritores (UNE). Ganó el Premio Nacional de Periodismo «Simón Bolívar» en 1990 por su entrevista al poeta nacional Luis Vidales, y el Premio de Novela «Aniversario Ciudad de Pereira» en 1994 por su obra El muro y las palabras. El gobierno chileno le otorgó la Medalla de Honor Presidencial «Centenario Pablo Neruda» en 2004. Sus libros de poesía se hallan reunidos en el volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003). Otras novelas suyas son: El esplendor del silencio (1997), Ómphalos (2003), La noche anterior al otoño (2005), Los años extraviados (2006), Cita de amor al mediodía (2010) y Fulgor de la Calle Grande (2012). Ha publicado también varios libros para niños. El 2008, fue el Poeta Homenajeado en el XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá. En 2014, el Fondo de Cultura Económica publica El Laberinto. Antología poética, 1968-2008.

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